Pese a que la asiriomanía es menos popular que la Egiptomanía, azuzada por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamen en los años veinte del siglo pasado y las leyendas que la envuelven, lo cierto es que los grandes relieves y las descomunales estatuas procedentes de palacios neo-asirios de la mítica ciudad de Nínive, maldita en el Antiguo Testamento, llegados a los grandes museos europeos, por vías legales o no, a mitad del siglo XIX, fascinaron y tuvieron una cierta influencia en el interiorismo y el gusto por un oriente imaginario, considerado como la antítesis de la mesura y la contención friegas.
Una sorprendente y aguda reflexión de la doctora Mariagrazia Masetti-Rouault, profesora de la École Practique des Hautes Études de París, ofrece una novedosa explicación de este interés decimonónico europeo por el Imperio neo-asirio.
Éste, en sintonía con el punto de vista bíblico, presentaba a los emperadores neo-asirios como unos ávidos conquistadores de nuevos territorios, integrados al Imperio, a los que se les dotaba de todos los elementos clave de la cultura Asiria: ciudades, infraestructuras, un panteón común, de tal modo que reinos y ciudades provincianos de pronto se elevaban hasta los elevados niveles culturales imperiales asirios. Esta política se llevaba a cabo sin contemplaciones. El emperador era un militar implacable que contaba con un ejército eficaz. A cambio de la cultura asiría, los territorios colonizados entregaban sus bienes al imperio.
Esta visión de la política asiria -una visión interesada, sesgada y errónea, ya que el Imperio se apoyaba en gobernadores que eran quienes gestionaban los territorios incorporados al Imperio de tal modo que éste era, en verdad, un conjunto más o menos articulado, de tierras y reinos casi autónomos, que contaban con cierta independencia y mantenían sus costumbres, con relaciones lejanas con las capitales imperiales asirias- estaba en consonancia con la política colonial europea. Medios y fines aparecían idénticos. Lo que los emperadores neo-asirios perseguían era juzgado con una política que legitimaba y daba crédito a las conquistas coloniales. Lo que los europeos emprendían ya lo habían llevado a cabo los asirios con gran éxito. Su Imperio, el más potente y eficaz del Próximo Oriente antiguo, con logros artísticos notables, era un modelo en el que los imperios europeos del siglo XIX se miraban, si bien éstos se consideraban superiores puesto que eran cristianos, lejos del salvajismo asirio descrito por la Biblia. La política militar, cultural y económica Asiria parecía fundamentar la política colonial europea. La expresión “colonias asirias “, que aún hoy se utiliza, es un testimonio de esta peculiar manera de mirarse en el espejo asirio. El pasado siempre es juzgado como un reflejo, mejorado o deformado, de nuestros deseos más o menos confesables.
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