jueves, 19 de agosto de 2021

Dioses y Divinos en la Roma Imperial




Cabeza de Apolo, s. I aC, Nîmes: Musée de la Romanité
Cabeza de Augusto divinizado, s. II dC, París: Museo del Louvre

Fotos: Tocho, agosto de 2021


¿Creían realmente los romanos -como antes los mesopotámicos o los egipcios- que un mortal, por importante que fuera, podía llegar a gozar del mismo estatuto, la misma naturaleza que un inmortal?

Los faraones nunca fueron dioses; el cargo -Faraón- era divino; algunos reyes mesopotamicos portaron una tiara  semejante a la de los dioses -una tiara que identificaba a éstos como dioses-, pero nunca recibieron el título estrellado (la designación *) de dios.
Igualmente, aunque los emperadores fueron divinizados a su muerte -nunca en vida- y se les dedicó templos, no fueron nunca dioses sino que fueron considerados divinos (pero mortales). Divus no era deus.
Los dioses eran inmortales; los emperadores divinizados se asentaban a su vera en el empíreo. Pero eran figuras celestiales menores. 
De hecho, lo que se divinizaba y a lo que se rendía culto no era al emperador, un humano, sino a su genus o a su nomen (su espíritu). El cuerpo, por el contrario, se incineraba y no recibía trato especial alguno. 
El emperador romano  era una figura singular, considerada superior. Su fuerza, su valor, su inteligencia, su carisma, en suma, lo distinguían de los mortales. Pero no por eso se igualaban ni eran igualados a los dioses. Augusto descendía de Venus y estaba protegido por Apolo, pero no formaba parte del séquito de los dioses.

Del mismo modo que hoy tenemos a estrellas, astros y divos -que en algún caso han dado lugar a cultos, incluso a “iglesias”-, en la antigüedad los reyes, los faraones y emperadores eran conscientes de su naturaleza mortal, que los separaba de los dioses, si bien su cargo perduraba y se manifestaba de nuevo, incólume, en un nuevo mortal que se inspiraba a su vez en dioses y héroes sabiendo que no los igualaría.

Una exposición, con textos largos pero esclarecedores, sobre Augusto (el hombre) y augusto (el título militar; augusto deriva del verbo latino augere, que significa aumentar o acrecienta, por ejemplo el brillo que emanaba de la presencia imperial), en el Museo de la Romanidad, en Nîmes (Francia), echa una luz matizada sobre la ambición y las fronteras entre lo humano y lo divino -que el cristianismo, instituido por Pablo, sacudiría.

4 comentarios:

  1. Leyendo estas interesantes matizaciones me ha venido a la mente si ciertos ungidos del siglo XX, que bebieron del Reich y del Fascio, no se considerarían algo en la escala divina. Y los Papas, ¿en qué estatus se han tenido?

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    1. Un apasionando programa de historia, ayer, en la radio francesa (France Culture), estuvo dedicado a los últimos días de Stalin. Intervinieron historiadores y personas que vivieron aquellos días y contaron sus impresiones. Aunque sabían que Stalin era mortal, creían que estaría siempre al mando. Su muerte dejó en el desamparo a muchas personas que se sintieron huérfanas (otros celebraron calladamente la muerte del dictador o exterminador). Y cabe preguntarse si Stalin, como muchos otros, sabiéndose mortal, no concebía su muerte.
      Su entierro provocó riadas humanas, desmayos, muertes incluso -de fieles aplastados en movimientos súbitos de masas.

      En cuanto a los Papas, aunque vicarios del Hijo de Dios -tal es su función-, creo que nunca nadie asumió que podías ser inmortales, si bien algunos fueron santificados, un título que los convirtió, tras su fallecimiento, en miembros de la corte celestial, pudiendo ser receptores de plegarias, lo cual implica que se les consideraba o se les considera capaces de incidir desde lo alto en la vida terrenal.

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    2. Cierto, se me pasó nombrar al georgiano. El culto de la personalidad iba tan ligado a él como al partido. No en vano mucha gente llevada a Siberia siendo fieles seguidores no entendían que fueran objeto de las purgas. Aun sabiendo que eran inocentes y sin tener claro por qué eran represaliados muchos de ellos o de sus familiares pensaban: el partido no puede equivocarse. Así que no sé cuál fue primero si el huevo o la gallina, pues el culto al partido creció paralelamente al de Lenin primero y luego a los sucesivos. Tremendo lo de estos pseudo dioses. Creo que lo que les envanece y obnubila incluso sobre un tema tan ineludible como la propia muerte es que el mundo del Poder lo perciben como tan absoluto que debe obrar incluso de forma alucinógena. Así que el desprecio al prójimo se les da por añadidura.

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    3. Seguramente el culto a la personalidad -que ya debía darse con los zares, aunque éstos, voluntaria, necesariamente lejanos, no debían estar tan presentes, inmiscuidos en la vida de los súbditos- se desarrolló por Lenin -que debió cultivarlo- llegando al paroxismo con Stalin. Hoy prosigue, de manera aún más grotesca, en algunas repúblicas ex-sovieticas, en Siria y en Iran, plagados de retratos de los “presidentes” y de su familia. Recuerdo que en Siria la efigie del padre y de los hermanos era omnipresente. Incluso tras la muerte física. En otros casos, el cuerpo momificado, como el de Lenin, sustituye las reliquias religiosas. Más que ante una religión estamos en el mundo de la superstición (y de la siniestra manipulación de los sentimientos).

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