jueves, 26 de agosto de 2021

El cruce y la rotonda

Un cruce de caminos activa la buena educación. Quien se acerca, aminora la marcha y se detiene. Otea a derecha y a izquierda. Piensa en ceder el paso si alguien se aproxima por la derecha. El cruce exige contención y respeto, el reconocimiento del otro. En un cruce uno se siente de pronto inseguro y tiene que “negociar” el reprender el viaje. Un cruce constituye un alto en el camino. La mirada deja de estar fija en lo que sucede delante y debe desviarse. Lo que acontece en los márgenes se vuelve importante, quizá decisivo. Quedamos a merced de quienes se cruzan en nuestro cambio. Tenemos que aprender a frenar lentamente y a esperar. Dicho detenimiento no viene impuesto por señal o advertencia alguna. En una parada prudente y voluntaria. Sabemos que podríamos hacernos mucho daño, y causarlo a los demás. Los altos en el camino son también simbólicos. Invitan a recapacitar , a volver la vista y a reemprender la ruta más sabios, con más experiencia. Y la vuelta a la carretera requiere un inicio lento antes de alcanzar la velocidad de crucero. Instinto y reflexión, mesura, cordura y confianza se conjugan para que todos puedan proseguir su vida. 

Un cruce permite también cambiar de rumbo. Facilita corregir  el camino equivocado, rectificar lo mal andado. Un cruce es un nuevo inicio. El quiebro, como toda torcedura, es doloroso. Sabemos que no podemos seguir como hasta ahora. Mas una solución, una nueva vía se abre que quizá nos devuelva por el “buen” camino, amén que nos permite escapar de sendas demasiadas veces holladas.

Pero los cruces ya no existen. Solo hallamos rotondas. Seres que llegan de todas direcciones se enredaran en una o varias vueltas, sin detenerse, mirarse ni considerarse. La rotonda obvia el encuentro. El cuerpo se arquea para evitar el roce y sobre todo para no mirar en otras direcciones. La unídireccionalidad, la consideración única es a lo que invita la rotonda. La velocidad se mantiene. Nadie se puede detener. La rotonda preside un fascinante desencuentro de seres, una coreografía sencilla, mecánica, que evita los reconocimientos. Es innecesario, incluso contraproducente, ser educado. La huida adelante: tal es la lección moral que aporta la rotonda. Se rehuye la presencia de los otros. Podríamos pensar que articula gestos, pero los desliga. Cuerpos, miradas, se rechazan.  La rotonda es la perfecta metáfora de nuestra manera de estar, hoy en el mundo. 


(Nota inspirada por la lectura de una brillante columna de Sergi Pàmies, publicada hoy en el periódico La Vanguardia).

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