La isla balear de Formentera no es conocida por sus yacimientos arqueológicos. Seguramente pocos visitantes acuden por éstos.
Y, sin embargo, la isla posee un santuario de la edad del bronce único. Un túmulo circular, de finales del tercer milenio aC, de unos quince metros de diámetro, ubicado en un paraje solitario de la isla, en un alto mirando al mar, compuesto por un recinto circular, originariamente cubierto, al que se adosan lápidas de piedra como las marcas de las horas de un reloj. Un paso estrecho, bien delimitado, recto, conduce al interior del habitáculo en el que, entre ajuares funerarios que comprendían cerámicas y ornamentos de hueso, se depositaron seis cuerpos, de hombres y de mujeres, entre los que destacan los restos de un gigante. El conjunto estuvo cuidado durante medio milenio. Fue desenterrado hace cincuenta años, y protegido ya en este siglo.
El conjunto funerario, bien conservado, está orientado a poniente.
La arquitectura no tiene parangón, aunque es un hermoso e insólito ejemplo de construcción megalítica que tanto abunda en las islas del Mediterráneo occidental, desde Menorca hasta Malta pasando por Cerdeña. Todas son construcciones mudas, cuyas funciones se nos escapan.
Solo por su contemplación y su rodeo, merece tomar un barco desde Ibiza que conduce, en media hora, a la isla de Formentera, sobre todo al sol poniente, en este lugar tan distante de las concurridas playas.
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