¿Puede la IA engañar al jurado de un prestigioso concurso de fotografía?
La noticia que se ha publicado en la prensa, al menos en la versión digital, hoy, parte de dos presupuestos: quien firma la obra es el autor material de la misma, y, por otro lado, que una fotografía reproduce o documenta un acontecimiento, o la existencia de seres o enseres. La fotografía actúa como un certificado de que lo que muestra es “cierto”, es decir existe, acontece o ha acontecido. La fotografía, en este caso, no “miente”, contrariamente a lo que puede ocurrir con otras imágenes plásticas.
Sin embargo, desde siempre el firmante de una obra, quien se responsabiliza de su existencia, no tiene porque haberla producido físicamente. De hecho, raramente lo ha hecho. De lo que el autor se responsabiliza es de la presentación pública de la obra, de su existencia independientemente de aquél. Esta es la razón por la que pintores como Rafael o Rubens son reconocidos como maestros, pese a que escasas son los cuadros pintados por ellos. Son obras de taller reconocidas por ellos como obras dignas, representativas de su manera de mirar y de evocar el mundo. Esta concepción del artista como responsable intelectual de una obra se sigue dando en las artes plásticas, la arquitectura y el cine. El autor material de la manufactura no es relevante a la hora de apreciar una obra. Lo que se valora es el nombre, es decir la capacidad y el reconocimiento de quien reconoce una obra como una creación suya.
Que la fotografía no es necesariamente un documento policial o jurídico se ha dado desde los orígenes mismos de dicho arte (o dicha técnica). La luz, el encuadre, la pose, la impresión inciden en la calidad fotográfica, en su mera existencia. Lo que se valora no es solo o tanto lo que muestra sino cómo lo muestra. La fotografía se encuentra en la superficie. Es un velo tendido. Lo que revela u oculta no incide en su valoración. Una fotografía de una persona hermosa no es necesariamente hermosa. La imagen de una persona inexistente o irreal no es una imagen irreal. ¿Qué haríamos con todo el arte mitológico y religioso si las imágenes tuvieran que dar fe de la existencia de lo que muestran? Si este criterio se aplica a la hora de apreciar una pintura, también es de recibo para juzgar una fotografía. Ésta es el resultado de una selección, una composición, una aprobación, que, necesariamente, lleva a cabo un humano.
Una fotografía realizada con IA es una fotografía no del programa informático sino de quien ha decidido, con autoridad, que dicha imagen es una obra de arte. El engaño o la verdad no dependen de la existencia de lo que se muestra, sino de la falta de relación entre quién presenta la obra como suya y la obra. La fotografía en cuestión, con un título escogido por un fotógrafo, es una obra del mismo, independientemente de su ejecución, de la técnica empleada, del mismo modo que cualquier fotografía digital no es una obra del móvil o la cámara sino de quien los ha manejado o ha decidido que esta imagen merece ser mostrada y compartida, partiendo del hecho inevitable que alguien, el autor, por tanto, ha decidido presentarla.
La noción de autor remite a la creación intelectual. Yahvé no manufacturó a los seres en la semana de la creación del mundo. Los llamo, les dio un nombre y los reconoció como hijos o creaciones suyas. La IA es lo que es porque alguien la ha ideado, otra persona la utiliza y, sobre todo, alguien aprueba lo que aquélla , mecánica, maquinal, ciegamente produce.
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