viernes, 26 de mayo de 2023

Arquitectura e ideología: Eduardo Torroja (1899-1961)

 



La relación entre fascismo y arquitectura clásica, un dogma que imperó durante decenios, desgraciadamente impartido por algunos arquitectos e historiadores, entró hace ya años en crisis -los estudios sobre las relaciones entre Le Corbusier y el régimen nazi francés de Vichy durante la ocupación alemana en los años cuarenta han sido reiteradamente expuestas y debatidas, y el gusto del arquitecto suizo por la adustez del hormigón grisáceo puesto en relación con su relación con los regímenes carcelarios dictatoriales y coloniales , soviéticos y nazis; otro ejemplo muy conocido,  la Casa del Fascio italiana era y es una depurada caja sin huella alguna de elementos neoclásicos; la construcción de pueblos en las regiones devastadas por la guerra civil española, en los primeros años de la salvaje dictadura franquista ha dejado el testimonio del absoluto rechazo de las formas imperiales y la fascinación por la mesura, la luminosidad y la única apelación a la tradición, en ls sensatos sistemas constructivos de privada eficacia- aunque no ha desaparecido, como se ha comprobado en alguna conferencia reciente (la presentación del ensayo La España fea,  por ejemplo). 

Con motivo de la donación particular al Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas, CEDEX, del Ministerio de Fomento, en Madrid, de unos documentos que atestiguan  las buenas relaciones entre el arquitecto norteamericano Wright y el ingeniero Torroja, el arquitecto Ramón Graus impartió ayer una brillante conferencia reveladora que contribuyó a resquebrajar aún más el dogma Antea citado.

Las obras que Eduardo Torroja construyó en los años treinta, en particular el célebre Hipódromo de Madrid, son emblemas de la arquitectura moderna no solo española sino europea. Su divulgación mediática a través de fotografías de artistas cercanos al ideario estético de la Bauhaus, acentuó el perfil anti- académico de estas obras, desvelando la pureza de las formas y la ausencia de aditivos decorativos, así como el uso virtuoso (en sentido ético y estético) del hormigón -de láminas de hormigón con vuelos prodigiosos que parecían ridiculizar la seriedad e inevitabilidad de la gravedad.

Es cierto que Torroja no fue el único autor de estas primeras obras con una imagen tan desnudada.Torroja realizó las inventivas cubiertas. Pero los proyectos fueron obra de arquitectos cuyos nombres han sido silenciada en beneficio del ingeniero. Como el profesor Graus remarcó, a este olvido contribuyó decisivamente Torroja tras la guerra civil española. Eran arquitectos adscritos al gobierno republicano. Pese al éxito de sus primeras obras levantadas durante la segunda república española, Torroja no era republicano. Apenas la guerra civil española concluida con la victoria del bando insurrecto fascista, Torroja empezó a recibir importantes cargos gubernamentales  y encargos oficiales. Viajaba al extranjero sin problemas cuando la frontera con Francia estaba cerrada. Fue invitado a impartir conferencias, que dio, en Alemania en 1942, en plena expansión del régimen nazi. Departía con el dictador Francisco Franco. Aunque no alcanzara ya la brillantez de sus primeras obras, su estilo, y su técnica no variaron. No se adscribió al uso ampuloso de formas y ornamentos imperiales romanos o helenísticos. La sobriedad siguió siendo de rigor. Levantó iglesias, pero también un considerable número de puentes y viaductos. Y los templos católicos adoptaron formas tan insólitas y hermosas, tan alejadas de formas templarías canónicas, carentes de referentes, como la desaparecida capilla del Santo Espíritu en Cataluña. No abjuró de sus principios estéticos ni de su credo político moviéndose como pez en el agua en las siniestras relaciones de poder de la postguerra. La luminosidad racionalista ha casado a veces bien con la oscuridad política. Las relaciones entre ética y estética, en este caso, son demasiado confusas y de difícil o imposible determinación. 


Agradecimientos al arquitecto Ramón Graus por sus explicaciones. Los errores de esta crónica son sólo imputables a su autor. 




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