La obra de teatro Falsestuff, de Marcel Borràs y Nao Albet, que se representa en estos momento en el Teatro Valle Inclán en Madrid, sobre la falsedad y la falsificación en el arte (el teatro, en particular) y en la vida, recurre a una sugerente expresión francesa: faux-semblant.
Tratar de la falsificación en el teatro -ésta se produce comúnmente en las artes plásticas, literarias y musicales: las incesantes y extenuantes, cansinas a veces, demandas judiciales por plagio así lo revelan- ahonda en la relación entre representación y reproducción. El engaño y el disimulo son consustanciales con el teatro. La expresión hacer teatro significa mostrarse o actuar como uno no es, fingir sentimientos que no se tienen, siempre con la intención de tomar por sorpresa a los demás, para salirse con la suya y dañar a los contrincantes, incapaces de reaccionar debido precisamente a la cortina de humo que él que “hace teatro” alza.
El uso tradicional de máscaras en el teatro antiguo -y hoy el necesario recurso del maquillaje que transforma los rasgos- pone el acento en el llamado juego de máscaras gracias al cual quien las lleva logra pasar desapercibido engañando sobre sus “verdaderas” intenciones. La máscara revela y oculta al mismo tiempo. Es un medio que impide que los rasgos propios dejen traslucir lo que se piensa. Ante la máscara no se sabe cómo actual, porque es imposible prever qué hará quien la porta. De ahí que en la Grecia antigua la palabra con la que se designaba a quien hoy se denomina actor era hypokritas, y la relación entre máscara y ocultación ha llevado al significado actual de la palabra griega.
La importancia de la máscara en el teatro revela la importancia de la cara para definir a una persona: quien es y como piensa, es decir para apreciar tanto su apariencia como su interior, partiendo del presupuesto que la cara y la mente están íntimamente relacionados, y que los rasgos físicos están en consonancia con los psíquicos, una relación que la máscara quiebra. Hace creer en una relación inexistente. La impavidez de la máscara oculta la turbulencia o negritud de los pensamientos o intenciones.
La expresión francesa faux -semblant, que Borràs y Albet agudamente utilizan, y que se puede traducir por pretexto -siendo un pretexto, literalmente, un tejido deslumbrante que se tiende para esconder lo que no se puede llevar a cabo a plena luz del día-, pone el acento en la importancia del rostro (y de la máscara: curiosamente, la palabra latina persona, que designaba la máscara, hoy ha dado lugar a persona, entendida, en este caso, como lo contrario a lo que la palabra latina designa, como la presencia o manifestación visible de una integridad moral). Faux-semblant debería traducirse, literalmente por falso semblante: una cara que no corresponde con lo que recubre, es decir una máscara. Una cara que no parece lo que es. En francés ( y en catalán), el verbo sembler significa parecer (opuesto a ser), y ressembler, también se traduce por parecer pero alude a que el parecido se trasluce a través de la cara: un parecido facial (o un juego de máscaras) -un parecido que la teología Cristiana ha trabajado para manifestar la simultanea identidad y diferencia entre el Padre y el Hijo, que son y no son una misma persona. El rostro manifiesta la relación pero también el abismo, la proximidad y la lejanía, la existencia de una fractura interna insalvable.
La máscara es el arma de la ilusión y del engaño. Poner buena cara significa no dejar que la congoja -la tristeza, el dolor- se manifiesten, lo que suscita la temible compasión, la condescendencia o la exclusión: es decir los sentimientos humanos que disuelven lazos afectivos o comunitarios, que destejen las relaciones establecidas.
El teatro es el espacio en el que se revela la ilusoria relación entre la apariencia (el rostro) y la esencia (nuestro interior). Que esta revelación, la desnudez del rey, se materialice o se configure a través del recurso de la máscara -la máscara pone en evidencia a la máscara como temible y necesaria arma para lograr sorprender, atraer o destruir al otro, a lo que se desea o se repudia- es una de las paradójicas grandezas del teatro que Marcel Borràs y Nao Albet manifiestan en su último maravilloso, complejo y necesariamente juego de espejos, sin duda la mejor obra de teatro del año en España.
A Marcel Borràs y Nao Albert -y a todos los actores de Falsestuff -la falsedad sin la cual la vida sería imposible: la verdad no siempre es luminosa ni necesaria. Solo daña, rompe las máscaras, los roles, los papeles que asumimos o nos endosan sin los cuales la sociedad no se teje. Vivir en sociedad es aceptar que tenemos que componer una cara para ser aceptables y aceptados. Sino, quizá sólo quede la vía de la vida del anacoreta o el suicidio.
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