El café Shabander fue creado en 1917 en un edificio que había sido una editorial. Está ubicado en la callejuela peatonal Mutanabbi, en el centro histórico, otomano, de Bagdad, que desemboca perpendicularmente al río Tigris. La calle acoge los viernes y sábado un mercado de libros de segunda mano, y de revistas antiguas. Se pueden aún encontrar publicaciones como la siguiente, editada por el Ministerio de Planificación Urbana, en 1980, dedicada a viviendas individuales compuestas a base de módulos. Una publicación que es una rareza, dada la pérdida de los archivos y bibliotecas municipales saqueadas cuando la invasión de Iraq en 2003, que supuso la desaparición o destrucción de la historia escrita de Iraq.
En 2007, en plena mortífera guerra civil o religiosa, un coche bomba suicida estalló en la calle, matando a cien personas, todos iraquíes, derribando la mayoría de los edificios, barriendo los puestos de los libreros y dañando el café que, aunque devastado interiormente, se mantuvo en pie, sin embargo.
La calle fue restaurada -enteramente edificada de nuevo- por el ayuntamiento en un año y medio, y los dueños del café, que perdieron a hijos y nietos, rehabilitaron el interior, recomponiéndolo tal como estaba. Se trata de uno de los cafés antiguos más conocidos del mundo, siempre lleno, donde sirven un té excelente y se fuman pipas de agua, sentados en bancos de madera situados alrededor de pequeñas mesas, desde primera hora de la mañana.
A través de una entrada independiente, pero también por una escalera interior que arranca del café, se accede al piso superior que acoge a una pequeña librería, con una extensa lista de libros, que es a la vez un centro cultural donde tienen lugar habitualmente una programación de charlas y presentaciones de libros desde los tiempos de la creación del café hace más de cien años.
Se trata de un espacio acogedor, en cuyo centro se encuentra un espacio donde dialogar sentado bajo una bóveda translúcida, en el que se olvida y no se olvida a la ciudad en el estado presente, precisamente por el tan abrupto contraste con la realidad de la ciudad, fuera de los límites de un lugar siempre lleno, en el que se pueden también consultar y leer libros y revistas, sin dejar de tomar un té. Un lugar que el tiempo y la barbarie no han vencido, pese a la pérdida de pátina por la devastación, aunque no del espíritu con el que se fundó y se mantiene activo.
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