miércoles, 26 de julio de 2023

JOSEPH CRÉPIN (1875-1948): “PALACIOS MARAVILLOSOS”

























 Agradecimientos a Emmanuel Guigon por habernos descubierto a este artista.


El francés Joseph Crépin era técnico en construcción: electricista y carpintero, especialista en reparar tejados y cañerías. En sus horas libres tocaba en una orquestina de baile. Y se dedicaba al espiritismo. Curaba con la imposición de sus manos.
Pasados los sesenta años, ya en plena Guerra Mundial, recibió un aviso. Los ángeles le iluminaron. La voz de los muertos le alentarían.  Tenía que pintar , con una técnica secreta-como así fue-, trescientos cuadros. Cuando hubiera cumplido con la orden, la Segunda Guerra Mundial concluiría. El cinco de mayo de 1945 dio las postreras pinceladas a  la última obra. Aquélla misma tarde, Alemania capituló . Pintó entonces cuarenta y cinco cuadros más, con una temática distinta. Falleció dos años y medio más tarde.
Las imágenes inspiradas por los muertos representan templos y palacios. Éstos se muestran de frente. La vista es frontal. Desconocemos si son algo más que una fachada. Ésta no se alza sobre un podio, sino que descansa en la tierra. Parece accesible, como si estuviera al alcance de la mano. Tan solo, en ocasiones, unos pocos peldaños conducen a una puerta cerrada. El vacío, sin embargo, envuelve a los palacios, impidiendo saber que son construcciones tangibles y cercanas, o ilusiones. Edificios simétricos organizados alrededor de un eje, cubiertos con cúpulas. Constituyen un gigantesco telón de fondo. O una frontera. Parecen impenetrables. Nadie, salvo seres amados, ocasionalmente, los habitan o, mejor dicho, los rondan. Los palacios deslumbrantes son apariciones. Se abren al espectador. No se diría que se pudieran atravesar. No sabemos a qué abocan, qué esconden, a qué paraísos o a qué infiernos abren la puerta. No son siniestros, sino seductoramente atractivos. Pero cerrados a cal y canto. Son una barrera, un límite o una entrada a un mundo desconocido. 
En los estudios de arquitectura seguimos enseñando las siniestras ensoñaciones de autores cómo Le Corbusier -que se tienen que estudiar como un sombrío aviso-. Nada de Crépin que la mayoría desconocemos. Y sin embargo pueden ser una puerta a un mundo desconocido que quizá valga la pena atrevernos a explorar (sin red) .



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