Ejemplos de vidas de casi todos los iraquíes.
Un joven con trabajo -un favorecido por la suerte, entonces- cuida a su padre que tuvo un cargo político con Saddam Hussein, fue capturado y llevado a la infame cárcel norteamericana de Abu Ghrabi, y enloqueció. Liberado, ya no sabe cuidarse y solo su hijo menor puede atenderle, pues el hijo mayor no tiene trabajo y está en la miseria.
Mientras, un empleado (otra persona con suerte por tener trabajo), también joven, perdió su madre a los ocho años, ya que fue arrestada por orden del presidente Saddam Hussein, torturada y finalmente ejecutada en la cárcel, a consecuencia de lo cual su padre perdió la cabeza, fue sacado de Iraq y llevado al extranjero a toda prisa, y hoy malvive en Baghdad al cuidado de su hijo.
Son solo dos historias verídicas y no excesivamente dramáticas, como tantas otras, más trágicas, empero, que recorren las familias iraquíes. Probablemente no se encuentre ninguna familia marcada por situaciones semejantes. Las muertes violentas por el gobierno del presidente Saddam Hussein -alabado en su momento por su oposición al gobierno teocrático iraní-, las guerras civiles, entre Irán e Iraq, y las dos guerras del golfo, junto con la invasión del país en 2003, y el desmantelamiento de la administración iraquí en este mismo año, y las masacres religiosas del Al Qaeda y del Estado Islámico, han aniquilado a dos o tree generaciones, desde finales de los años setenta del siglo pasado, y el exilio de las clases más preparadas -no necesariamente pudientes.
Ningún niño ha escapado a la visión de cadáveres abandonados en la calle de buena mañana, no se ha librado de contemplar muertes en directo por disparos y bombas, durante la guerra civil entre 2005 y 2009, y que hoy despunta de nuevo en ocasiones.
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