En otros casos, la casa se desborda, se desparrama y se deforma como un cuerpo obeso, ahíto por un consumo excesivo . Alguna de las maquetas parecen estar construidas con grasa: sarcásticamente, son, en verdad, recipientes de cerámica para la mantequilla.
El sobrepeso alcanza también edificios “icónicos” venerados, sepultados por una devoción untuosa, que impide apreciarlos críticamente. Las casas se licúan como helados al sol; golosinas de usar y tirar. La reflexión está proscrita. No hay tiempo que perder. Edificios vistos y no vistos, sin pensar. Ingesta instantánea.
La torre de Babel es el modelo que inspira el deseo del arquitecto de levantar un rascacielos, siempre más alto, dominando el mundo. Un gesto ridiculizado o puesto en evidencia. La erección, una palabra que el novelista francés Flaubert precisaba que solo se aplicaba a la arquitectura, no se mantiene. Y el rascacielos se ladea, se tambalea, pierde prestancia -una falta imperdonable en un edificio que apunta al cielo- y acaba como un girasol un día nublado: la cabeza gacha. El gesto heroico sufre un vergonzantes o risible gatillazo.
Sobre este artista, véase, por ejemplo, su página web:
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