jueves, 16 de octubre de 2025

La obra del arqueólogo

 


Foto: Tocho, octubre de 2025


Para un arqueólogo, una excavación en un yacimiento arqueológico es su obra. Los hallazgos que emergen de la tierra son su creación. Libera las ruinas de la materia  que las aprisiona, como el escultor extraía la figura de su prisión de piedra. 

Una vez devueltos a la luz, los restos son tratados con todo el cuidado posible: elimina restos de arcilla, o pequeños guijarros, adheridos, desincrusta de los fragmentos materia tan compactada y endurecida que llega a dudar que no formen parte de algún ornamento barroco,  los desempolva, los pule, los lava y los deposita con suma atención en cajitas que cierra y se apresta a llevar al museo, mientras teme -como así ocurre- que el adobe se desagregue en un charco granulado y terroso, y que los colores, en contacto con el aire y la luz, se desvanezcan para siempre. Luego, como un artista que practica el collage, tratará de encajar los fragmentos con infinita paciencia, buscando una y otra vez una unión quizá perdida desde hace milenios.

El arqueólogo busca dar forma a su intuición a la vista de una masa informe que apenas se distingue de la tierra circundante, y trata de hallar un sentido a lo que desentierra, de entender lo que despunta, y la relación que quizá mantenga o se establezca entre restos desparejados. Es así como el arqueólogo se aleja de su obra; se retira unos metros para poder observar -apreciar y captar el significado que los restos sin duda encierran pero que no siempre dejan ir. El punto de vista adoptado, la distancia correcta, permite, de pronto, percibir relaciones, conexiones entre diversos elementos que ha hallado y, porque no, en parte modelado. 

La luz es reveladora y traidora también. Por un momento, un descubrimiento fulgurante; dos fragmentos entran en resonancia. Emiten una misma nota, justa. La disonancia inicial muta en armonía. Mas, apenas el rayo inevitablemente se desplaza  la oscuridad, el misterio, el desaliento ante la opacidad de lo desenterrado vuelve a extenderse. Quizá la revelación no vuelva a producirse. Quizá nunca existió.

El arqueólogo trata de vincular lo que ve con lo que cree, lo que está ante él, con lo que fragua en su imaginación. Cuando la intuición coincide con la realidad, el yacimiento, necesariamente silencioso -son los restos de una cultura muerta, y las tumbas son casi más numerosas que las moradas-, diálogo con el arqueólogo y da fe de la verdad del sueño del arqueólogo, o le despierta un sueño que temía  no iba a tener nunca

Entre la luz y la oscuridad, el enigma y la evidencia, el desconcierto y la visión, el trabajo del arqueólogo consiste en devolver a ls vida lo que el tiempo apaga, consciente que esta vida puede extinguirse para siempre, o abrir un mundo que permite entender no solo el pasado, sino sobre todo el presente. En verdad, el arqueólogo hurga en él y en nosotros, buscando respuestas a nuestra acostumbrada ceguera. Un yacimiento es un campo de ruinas, como las que componen nuestro paisaje exterior e interior más habitual. 

Gracias al trabajo del arqueólogo juega, empero, la ruina deviene asumible y casi esperanzadora. Después de todo, no está todo perdido para siempre.


A todos los arqueólogos de la misión arqueológica de Qasr Shemamok en el norte de Iraq y, en particular a Mariagrazia, Olivier, Elisa, Rosa, Luis, Oriol, Paola e Ilaria. 

Y los que les precedieron.




1 comentario:

  1. No hay nada tan difícil cómo predecir el pasado. Es una misión hermosa la vuestra. Un abrazo Pedro! Lina.

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