Su nombre o apodo masculino podía abrirle puertas, pero también evocaba las piedras que tanto le fascinaban, piedras inmemoriales con las que, y sobre las que las comunidades Pueblo, en Nuevo México, fundaron construcciones y aglomeraciones desde el año mil. Comunidades en las que Henrietta Myers (tel era su nombre originario) se encontraba a gusto, en las que había hallado su lugar.
Su obra confirma, si hiciera falta, que el arte moderna no rompió con la tradición, sino solo, en ocasiones, con ciertos estilos o ciertas miradas.
Peter Miller, en los inicios, sintió fascinación por el arte frágil y torpe de Joan Miró, que le llevó a estudiar el arte, las creencias y los rituales de los primeros pobladores históricos de Norteamérica, anteriores a la llegada de los europeos.
Esta influencia no pretendía remedar un estilo no naturalista, sino aprender de su visión de mundo, una visión, enmarcada por mitos y rituales, que, pensaba, podía echar luz y profundidad a un mundo plano y chato moderno. Toda su obra interpreta motivos y acciones de los Pueblos, representados por colores que el buen gusto no siempre veía con buenos ojos.
Caída en el olvido, una fundación reivindica su obra, Grqcias a lo cual, quizá por primera vez, se puede contemplar alguna obra suya en la fabulosa exposición sobre Joan Miró y la pintura norteamericana en la fundación Miró -la mejor, más ponderada y bien estructurada exposición del año en Barcelona.









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