sábado, 5 de junio de 2021

La puerta del diablo

Conocemos los puentes del diablo, medievales: puentes con arcos tan aventurados, sobrevolando el abismo, que no podían haber sido concluidos sin una ayuda dantesca. Mas, quizá sepamos menos de las puertas del diablo. 

Los templos paganos se orientaban al este. Como eran la casa de la divinidades, en la que los mortales no podían  entrar, solo aquéllas, representadas por su estatua de culto, situada al fondo de la cámara central, sobre un alto pedestal, mirando hacia la puerta, tenían el honor de recibir los rayos del sol.

El templo cristiano, en cambio, ya no es la morada de la divinidad, sino de la comunidad. Más precisamente, es el lugar donde se produce el encuentro entre el inmortal y los mortales. Éstos son bienvenidos. tienen acceso a la iglesia, aunque deban inclinarse, recogerse, al cruzar el umbral: la puerta de acceso es mucho más pequeña de lo que debería si se compara con la amplitud y altura de la fachada principal. El recorrido hacia el altar está guiado por la luz que entra a través de las vidrieras del ábside: la iglesia cristiana está siempre orientada hacia el oeste, de modo que la luz penetra por la parte posterior e ilumina a los fieles que avanzan por la nave central.

Mas el demonio ronda. trata de acceder al templo. Sin embargo, no puede entrar por el portal principal ni por la puerta de la fachada sur. El acceso por la fachada lo reduciría a cenizas -el diablo rehúye la luz de dios- y el sol que penetra por la fachada lateral sur no puede acompañarle: el demonio no trae la luz sino las tinieblas. Por este motivo, solo tiene acceso por la puerta norte, siempre en sombra. A sus pies, se extiende el cementerio de quienes han fallecido sin haberse confesado, en pecado, en manos del demonio. Esta puerta, común en iglesias románicas, semi-oculta, discreta, se solía ornamentar con relieves que representaban actos nefandos: desde actos impuros hasta escenas de bestialismo, que simbolizaban el mundo demoníaco, de lo que acontecía cuando uno se apartaba de la luz. La existencia de esta puerta, siempre modesta, puede sorprender, toda vez que parece invitar al diablo a penetrar en el templo, mas constituye, en verdad, una salida precipitada, lejos de la luz, de aquél, si el demonio hubiera accedido gracias a un alma funesta, de una persona -un recién nacido, por ejemplo- que, no habiendo sido aún bautizado, no hubiera tenido tiempo ni ocasión de expulsar el demonio aferrado a su alma.

Al diablo lo que es del diablo

 

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