Georgi Kostadinov Tumpalov (1956): "Amante del Viento, Castillo "medieval" de Ravadinovo (Bulgaria, 1996-2021)
La evocación de un pasado, necesariamente fabuloso, cuando una ciudad, una región o un país dominaba el mundo y de la tierra manaba leche y miel, da lugar a curiosas (excitantes y risibles a la vez, inevitables) fabulaciones.
La ciudad de Barcelona tiene experiencia en este tipo de construcciones (de un pasado soñado de esplendor): el llamado barrio gótico fue construido entre los años 20 y 50 del siglo pasado, las iglesias y los caserones góticos han sido desplazados y reubicados en distintos lugares de la ciudad, y reconstruidos evocando el perfil fantástico que no podían no tener; el templo expiatorio de la Sagrada Familia inicialmente proyectado y parcialmente construido por Antoni Gaudí, se inspira en el castillo de la madrastra de Blanca Nieves; y monasterios en Cataluña, con una larga vida, desde la Alta Edad Media hasta principios del siglo XIX, en la que las capas históricas se han sucedido, han sido desnudados y revestidos únicamente por un pulcro traje medieval a gusto de ensoñaciones decimonónicas, como el monasterio, de origen carolingio, de San Pedro de las Puellas, o de Sant Pere de Rodas. En general, la Edad Media, poblada por lánguidas princesas coronadas por altos cucuruchos, y trovadores con mallas, en pueblos de rocalla, y ciudades pintadas por artistas románticos y "Troubadour", de mediados del siglo XIX, ha sido la época predilecta para no ver el presente y entornar la vista hacia un sueño azucarado.
Los caprichos arquitectónicos existen desde los romanos, al menos. Pero, en contadas ocasiones, se han construido. Se han solido plasmar en frescos y cuadros, si bien las rocallas rococós se han atrevido a recrear construcciones míticas. Quizá una gran parte de la arquitectura clásica, a partir del siglo XVI, no haya sido sino la construcción de un pasado romano glorioso, inspirado en las ruinas que se encontraban por doquier, y descrito en textos greco-latinos, como la arquitectura religiosa cristina haya querido reproducir arquitecturas de un pasado inexistente, como el templo de Jerusalén, directamente inspirado por Dios. Que la Roma inmemorial, al igual que la Jerusalén celestial, reviviera -o viviera por primera vez-, era un sueño al que se dedicaron con ahínco y fe los grandes arquitectos clásicos, tratando de emular la obra perdida, y quizá inexiste, de constructores de un pasado magnificado. Es posible que la historia de la arquitectura, al menos en Occidente, haya sido la historia de dar forma a ensoñaciones, una mirada nostálgica a un pasado que nunca fue. El arquitecto posiblemente, al contrario del constructor, el albañil (y el ingeniero), haya sido -o sea-, un diseñador de ensoñaciones: la primigenia época dorada, el tiempo antes del tiempo. La arquitectura tendería un velo para envolver la realidad prosaica.
Una de las mejores y más recientes encarnaciones del sueño medieval se halla en Bulgaria. Obra de un arquitecto, quiere ser la recreación de un castillo que nunca existió, de un pasado anterior a la conquista otomana, tratando -al parecer con éxito- de borrar la historia, sustituyéndola prontamente por un sueño (o una pesadilla), un proyecto que supuestamente encandila, que evita tener que mirar las estrecheces o miserias del presente. Las consideraciones de Platón sobre la suerte de los artistas plásticos y poéticos que recreaban siempre escenarios míticos, necesariamente imaginarios, posiblemente sigan estando vivas.
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