No creo que se haya abolido por decreto, en estos últimos años -por lo que el patronazgo debe de seguir vigente, aunque desvanecido-, una curiosa relación entre la Universidad y lo sagrado. Tampoco parece que la Constitución de Bayona -la primera en España, instaurada por Napoleón Bonaparte en 1808- cancelara la orden.
Fue en el siglo XVII cuando el Estudio General (la Universidad) de Barcelona se puso bajo la protección de la Virgen María -aún patrona de la Universidad, por tanto. Una manera de escapar al férreo control del Consejo de Ciento.
Unos pocos años más tarde, el rey Carlos III decretó que la Virgen María era la patrona de España.
Se enunció también -aún no era un dogma de fe- que la Virgen María había nacido sin mácula. Se proclamó la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.
Dicha proclama tuvo consecuencias. Todos los docentes tuvieron que comprometerse a defender la inmaculada concepción de María, y nadie podía obtener la licenciatura ni el título de doctor sin proclamar la permanente defensa de lo que pronto iba a convertirse en un dogma de fe decimonónico.
Desde entonces, un gran tapiz dedicado a la Inmaculada Concepción preside, desplegado como una grandes alas -una aparición, flotando en lo más alto, entre las ondas del tejido-, el rellano que da acceso al Rectorado en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona -también decorado con otras imágenes de la Virgen María.
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