El gremio de constructores se creó en Europa en la Edad Media. Se distinguía de los gremios romano y griego en que no era una agrupación religiosa: así como en la antigüedad la corporación de los constructores se asemejaba a un colegio actual -curiosamente, de origen medieval-, ya que velaba por la vida de la familia del constructores tras el fallecimiento de éste, quizá por accidente, el gremio medieval brindaba y velaba por los conocimientos prácticos, por la pericia del constructor.
Los gremios siguieron activos y de obligada asistencia hasta la revolución Francesa. Mas, desde el siglo XVI, las nacientes academias -constituidas sobre la supuesta base de la Academia platónica- ofrecían conocimientos históricos y teóricos sobre lo qué es y significa la arquitectura, dando importancia al proyecto -el "disegno"- en detrimento de la obra.
precisemos que la palabra academia debe su nombre al héroe ateniense Academo, que libró a a Atenas de una guerra cruenta, en cuyo jardín funerario, Platón instituyó su escuela. La Academia es un refugio de paz, un lugar retirado en medio de un bosquecillo.
En España, la primera academia de arquitectura fue fundada por el arquitecto Juan Herrera -uno de los mejores arquitectos españoles de todos los tiempos-, en Madrid, por orden de Felipe II, en la segunda mitad del siglo XVI. Se trataba, en efecto, de una Academia de Arquitectura -así se denominaba en parte-, mas sus enseñanzas se impartían dentro del marco de una Academia de Matemáticas Militar. Sus enseñanzas iban dirigidas tanto a militares cuanto a civiles: artificieros, ingenieros (militares y civiles) y arquitectos. No se enseñaba tanto la toma y destrucción de ciudades y fortalezas, sino su defensa, la misma cualidad que debían poseer las moradas: un lugar seguro y discreto, capaz de ofrecer cobijo entre cuatro paredes.
Esta academia dio lugar a instituciones parecidas: en Bélgica -posesión española- y, tras la Guerra de Sucesión, en el siglo XVIII -que dio pie a un cambio de linaje real, de los Hausburgo alemanes a los Borbones franceses-, con la llegada de Felipe V, en Barcelona, ciudad que dispuso, tras la toma, destrucción de un barrio y construcción de una ciudadela -un acto en el que la destrucción y la construcción se entremezclan, destrucción que afectaría también a la Ciudadela a mitad del siglo XIX-, de la Real Academia de Matemática Militar más prestigiosa de Europa, con un programa de estudios militares y civiles, que los civiles podían seguir, de cuatro años, en la que se impartían clases de ingeniería militar y civil, y de arquitectura civil, con clases de ornamento, proyectos y representación gráfica, que suplieron sobradamente, una decaída Universidad (llamada Estudio General), aún anclada en el pasado, que fue clausurada y desplazada a Cervera.
Que los estudios de arquitectura estén ligados a programas militares puede sorprender, si bien los mitos cuentan que en el inicio de los tiempos, en el Edén o el la era de Saturno, todos los seres vivientes, mortales e inmortales, vivían en armonía, y que solo la caída del hombre, su primera falta, deshizo la cohabitación pacífica, creó bandos y exigió la parcelación del espacio -ya nada se compartía, nada era ya de todos-, y la construcción de muros y de techos para la protección de seres sometidos al ataque, siempre posible, de enemigos que, hasta entonces, habían formado parte de una misma comunidad de vivientes.
La arquitectura es una defensa contra las inclemencias y los enemigos. Es también un lugar de acogida, perfectamente acotado, un espacio donde las armas se dejan en el exterior. Sin guerras, sin la necesidad de plegarias pidiendo clemencia divina, sin males físicos y espirituales, no habríamos tenido necesidad de levantar muros entre nosotros. La arquitectura es el arte de hacer soportable el encierro.
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