La feria de arte ARCO se acaba de inaugurar en Madrid. Ha abierto las puertas excepcionalmente en julio -habitualmente la feria acontece en febrero.
Como cada año, Santiago Segura o Eugenio Merino copan astutamente los titulares de la prensa. Esta vez, Merino se lleva el gato al agua, con una escultura dedicada a denunciar la corrupción política, titulada Monumento I -quizá amenace con iniciar una serie-, que presenta el mismo interés que suelen tener sus obras. Ésta representa una puerta giratoria dorada.
Estamos en 1998. La galería Salvador Díaz, de Madrid -una de las galerías españolas con más medios en aquellos años, situada justo enfrente del Centro de Arte Reina Sofía-, junto con el Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), lanza un concurso de arte y arquitectura abierto a artistas y arquitectos. Se trata de proyectar una nueva puerta para Madrid, que formará parte de las Puertas Reales, en un lugar dónde ya existió una gran puerta dieciochesca, derribada en 1850, con motivo de la construcción de una estación de ferrocarril: la puerta de Atocha. Se ubicaría en una rotonda, en el inicio del Paseo de la Castellana.
Un grupo de estudiantes de arquitectura, casi todos Erasmus, de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB), el italiano Francesco Pozzato (1972, hoy un gran diseñador de muebles y anticuario en Milán), Jorge Pérez Valle, Michela Minen (hoy una reputada ilustradora), el artista Dionis Escorsa (1970), y el profesor de estética Pedro Azara, alentados por el galerista y animados por uno de los artistas de la galería, el pintor y fotógrafo José Manuel Ballester, decidió presentarse.
La propuesta ironizaba sobre el tema de concurso y la noción de monumento -sobre todo porque una de las razones del mismo, según el Ayuntamiento de Madrid que presidía Álvarez del Manzano, era que la puerta iba a presidir el desfile que se organizaría cuando la boda del príncipe Felipe (que aún no conocía a la periodista Letizia Ortiz), una boda que se auguraba remota.
El proyecto consistía en una gigantesca puerta giratoria, de unos veinte metros de alto, movida por energía solar (la sostenibilidad ya rondaba). Los paneles serían de vidrio reflectante o espejeado. Éstos serían pantallas de grandes dimensiones que se encenderían de noche, en las que se proyectarían imágenes fílmicas de otras plazas de Madrid. Se pretendía que los automovilistas se confundieran, no supieran dónde se hallaban y, deslumbrados se estrellaran, la puerta siendo así un acceso seguro al otro mundo, ya que ésta es la función de las puertas y los umbrales: permitir el tránsito entre dos universos, el exterior y el interior, lo sagrado y lo profano, el mundo de los vivos y el de los muertos. La puerta de Atocha sería la puerta del Hades, una puerta infernal.
Cual fue la sorpresa del equipo aprender que la propuesta había quedado en segundo lugar y que, además, el presidente del jurado, el arquitecto Rafael Moneo, entusiasmado por la delirante propuesta, recomendaba que el proyecto que se llevara a cabo fuera éste, titulado Tras el Cristal -una directa alusión a la siniestra película de Agustín Villaronga que, en aquellos años, tenía dificultades para proyectarse: tras su presentación en el Festival de Cine de Berlín, fue prohibida en Alemania, y eran célebres los supuestos desmayos de espectadores ante una escena.
El alcalde de Madrid estaba de acuerdo con Salvador Díaz y Rafael Moneo: este proyecto debía construirse -para terror del equipo que sabía que era imposible y que se preguntaba como semejante propuesta había sido tomada en serio. La llegada de Ruiz Gallardón a la alcaldía de Madrid aún aumentó el entusiasmo municipal.
Se encargó una maqueta metálica, con un motor que hacía girar la puerta: ésta se expuso en el estand de la galería Salvador Díaz en la feria de ARCO de 1999. Y en 2000. Horas antes de la inauguración de la feria, el motor dejó de funcionar.
Se encargó el anteproyecto, y un presupuesto. Se debatía a quién pertenecerían los derechos -suyos, sostenía la galería, a cambio de unos honorarios generosos para unos estudiantes. Sudores fríos. Contactos con estudios de arquitectura (el poderoso estudio Roig&Batlle, de Barcelona, entre otros), y de ingeniería. La maquinaría que haría girar la puerta debía ubicarse justo por donde pasaba una línea de metro. Contactos con empresas de pantallas de semejantes dimensiones como las que brillan en Time Square de Nueva York, las tiendas Nike o una tienda que el arquitecto Rem Koolhass construyó también en Nueva York.
El príncipe Felipe se prometió. Se anunciaba la boda. La angustia del equipo aumentó. Éste, formado para la ocasión por estudiantes para quienes la farsa había dejado de tener gracia, acabaron la carrera y regresaron a sus países, se disolvió. Años de incertidumbre.
La boda real tuvo lugar.
Con la crisis económica, la galería Salvador Díaz cerró. El alcalde Ruiz Gallardón dimitió. Y tras años de atenta y tensa espera, cuando cualquier llamada de Madrid provocaba espasmos, el proyecto cayó en el olvido....
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