martes, 2 de enero de 2024

El sueño de Medellín




















 

Fotos: Tocho, Medellín, enero de 2024


El vuelo de Bogotá a Medellín dura media hora. El viaje por carretera requiere ocho horas: se cruzan dos cordilleras de los Andes. . A medida que el avión desciende se descubre una expensa ciudad agarrada a altas montañas selváticas, entre cuyas cumbres aquél zigzaguea para encararse con la pista.

Una vía rápida, que arranca en el aeropuerto, no cesa de descender entre curvas pronunciadas hacia el valle que se descubre a lo lejos, desdibujado por el húmedo calor, atravesando un túnel de varios quilómetros y desembocar en Poblados, el primer barrio de Medellín al que se accede: un Beverly Hills, salpicado de rascacielos hincados en pendientes vertiginosas cubiertas de una densa vegetación, como si la ciudad se insertara en la selva. Calles bordeadas de construcciones bajas de los años cincuenta, bien restauradas, convertidas en restaurantes vegetarianos ante los que aparcan impolutos Beemeuves descapotables blancos, y hoteles llamados butics. El tráfico es escaso. Ni una tienda de víveres. Un gigantesco centro comercial, defendido por guardias armados centra el barrio. El ejército ronda. Los bancos se multiplican.

Una larga vía rápida, paralela al río, delineada con escuadra y cartabón, bordeada de parques por el que campa una corte de milagros sin trabajo lleva, en un giro brutal de guión, hacia interminables empinadas laderas enladrilladas por construcciones pardas, soportadas por pilares de hormigón demasiado delgados que parecen cimbrear,  levantadas con materiales de derribo, ladrillos descascarillados, hierros, planchas de fibrocementos, cartones, y materiales indefinibles, unas sobre otras, a las que parece que solo se debe poder acceder por las terrazas, ante la imposibilidad de vislumbrar ya no calles, sino tan sólo pasos angostos que abren en canal surcos en las montañas.

Un teleférico conduce a tres monolitos negros que rematan una de las montañas más empinadas y densamente pobladas. Las tres construcciones de extraños volúmenes para en suspendidas en el vacío. Son la joya de la corona de Medellín; o lo fueron durante un año, en 2007. Emplazadas en uno de los barrios quizá  más misérrimos de Sudamérica, tenían como finalidad dignificar el entorno a través de la cultura. Graves deficiencias en la estructura y la construcción, obligaron a su cierre a poco de la inauguración. Las placas de piedra negra de las fachadas eran amenazantes cuchillas a punto de desprenderse. Los edificios han debido restaurarse, derribarse y reconstruirse con un coste excesivo. La obra ha sido abandonada. Hoy, son fantasmas enlutados de hierros retorcidos, como huesos ennegrecidos que emergen de un camposanto  que agravan la desolación del barrio. 

Un metro eficaz permite huir hacia el centro, a quilómetros de distancia, y dormitar con el traqueteo. Pero cerrar los ojos no logra borrar las imágenes de uno de los contrastes urbanos más sangrantes. 


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