Fotos: Tocho, marzo de 2023
“Papá, ¿por qué este señor tiene una hacha clavada en la cabeza?”
“Es que es un mártir”
“¿Qué es un mártir?”
“Bueno, un señor al que condenan porque no piensa como los demás, y defiende sus ideas, su fe verdadera”
“Papá, pero ¿qué la ….”
(Conversación auténtica entre un niño de unos cuatro años y su atribulado padre, ante unos cuadros de santos y mártires en una exposición temporal en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona, el pasado domingo, marzo de 2023).
Si el héroe mesopotámico Gilgamesh, rey de Uruk, rechazó los avances de la seductora diosa Ishtar es porque, le respondió, sabía cómo acaban sus amantes que caían en sus redes: desesperados, destruidos y llevados al suicidio.
Los dioses siempre han solido ser violentos, e implacables con quienes se oponían, los retaban o de burlaban de ellos. Mal les fue a Niobe tras burlarse de la diosa Leto, echándole en cara que era inferior a ella porque solo tuvo dos hijos, Ártemis y Apolo, mientras ella, Niobe, tuvo doce: los hijos divinos de Leto tomaron la venganza con sus manos, matando implacable, lentamente, uno tras otro, a sus hijos humanos a flechazos.
¿Cómo pudo ocurrírsele a Marsias burlarse de Apolo cuando éste hinchaba los carrillos hasta desfigurarse y adquirir cara de bobo mientras se esforzaba en tocar la flauta, mientras que él, Marsias, sabía tocar mejor manteniendo la compostura, sin perder la cara, sin afearse? Apolo, envidioso y vengativo, mandó despellejar vivo al pobre músico.
Las descripciones literarias de las torturas que los dioses infligen a los humanos no ahorran detalles difícilmente soportables. Véase, sino, el recetario de refinadas, casi inimaginables torturas divinas, que Homero detalla minuciosamente en la Ilíada. Mas, estas escenas raramente fueron plasmadas plásticamente, al menos en la Grecia clásica, y casi siempre de manera alusiva y contenida, sin regodearse en los detalles más escabrosos. Los dioses, por el contrario, se retratan casi siempre, de manera fría y distante, ni siquiera cavilando venganzas, como si estuvieran muy por encima de los complejos sentimientos humanos.
El arte plástico cristiano, por el contrario, no ahorra cruentos, sangrientos detalles. Las pinturas y las esculturas son un ilustrativo repertorio de torturas. ¿Cómo y por qué los artistas habrían tenido que ahorrarnos la plasmación de escenas insoportables si el propio dios cristiano se sometió a toda clase de espeluznantes torturas, y agonizó durante un día entero, tras haber padecido un interrogatorio del que no hubiera tenido que salir vivo?
Mas, estamos tan acostumbrados -salvo los niños de cuatro años- a la violenta y triturada iconografía cristiana, que casi no nos sorprende lo que los cuadros nos exponen : el refinado salvajismo humano, y el gusto por mutilar cuerpos e idear nuevas maneras de matar lo más cruda, lenta y dolorosamente posible.
La extraordinaria exposición temporal sobre el pintor tardo-gótico catalán Lluis Borrasà, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona, es un paseo por la vileza humana, que, si fuéramos plenamente conscientes de lo que muestran, si no hubiéramos interiorizado las imágenes de los llamados mártires, seguramente estaría prohibido a los menores de edad, pese a la fascinación morbosa que emanan de las imágenes -o debido a ella-, imágenes capaces de transmutar el horror en voluptuoso placer ante el dolor.
Por cierto, la exposición documenta una tortura de la que no tenía constancia: la rotura de los dientes de un preso, en una boca sanguinolenta, de la que se le escapan largos regueros rojizos, a pedradas aplicadamente golpeadas.
Un festín para los ojos. Mejor no pensar.
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