La noción de patrimonio santifica y preserva los restos del pasado: templos, tumbas, palacios, acueductos, arcos de triunfo (el nombre lo dice todo). Un pasado construido por el hombre sometido al hombre y destruido por el hombre que somete al hombre. Los restos son el signo de un sometimiento que la noción de patrimonio legitima. Un patrimonio ideado quizá por unos genios, unos visionarios o unos creadores con talento o afortunados, cuya fortuna les ha permitido disponer de mano de obra extrayendo piedras, tallando sillares y construyendo útiles para acarrear los bloques y disponerlos a menudo a costa de la vida de quienes dan su vida forzados para levantar obras faraónicas que hoy protegemos como formando parte del llamado patrimonio cultural, entendido como lo que forma parte de nuestro pasado, como si fuéramos los legítimos herederos de un acto creativo que fue también un acto de barbarie, doblegando la espalda y agotando las fuerzas de los operarios que nunca dispusieron de monumentos que los recordaran siquiera para sus coetáneos.
(Basado en Walter Benjamin: Sobre el concepto de historia, VII)
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