jueves, 23 de marzo de 2023

Mildendo, capital del reino de Lilliput

 


Guillermo Pérez Villalta: Mildendo, 2005


Las ciudades imaginarias, al contrario que las reales, no decepcionan, como decepcionó Venecia a Marcel Proust cuando la descubrió por vez primera, en piedra y mármol, una Venecia que había recreado en sueños al leer las descripciones de John Ruskin en Las piedras de Venecia -Ruskin cometió el "pecado" de suscitar una ciudad evanescente que, inevitablemente, sin duda, chocaría incluso con el trémulo reflejo de los edificios en la laguna. Las ciudades imaginarias solo existen en los textos y en nuestra imaginación que les da forma. Evitan la confrontación, la dolorosa comparación con la realidad que borra o diluye los recuerdos.

 Mildendo es una ciudad imaginaria -y, sin embargo, tan "real", palpable, en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, que se puede visualizar y recorrer con la imaginación, como si se estuviera en ella, teniendo más consistencia que la ciudad real, logrando que ésta última se desdibuje, se desmaterialice-, que no ha tenido la fama de Laputa, la ciudad celestial que Gulliver también recorrió.

Mildendo era la capital de Lilliput (o Liliput), el país de los liliputienses, gobernado por un rey, con la ayuda de unos cortesanos suspicaces. Y, sin embargo, Gulliver pudo, con la venia del rey, visitar incluso el palacio real, recostado y tratando de otear el interior de las estancias, agazapado en el suelo. Hasta consiguió saludar a la reina ya que se vestía, cabe la ventana, en sus aposentos. La ciudad apenas se levantaba unos palmos del suelo, una ciudad, escribe Gulliver, "parecía un decorado en una obra de teatro" (Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver, II):

"Lo primero que pedí después de obtener la libertad fue que me concediesen licencia para visitar a Mildendo, la metrópoli; licencia que el emperador me concedió fácilmente, pero con el encargo especial de no producir daño a los habitantes ni en las casas. Se notificó a la población por medio de una proclama mi propósito de visitar la ciudad. La muralla que la circunda es de dos pies y medio de alto y por lo menos de once pulgadas de anchura, puesto que puede dar la vuelta sobre ella con toda seguridad un coche con sus caballos, y está flanqueada con sólidas torres a diez pies de distancia. Pasé por encima de la gran Puerta del Oeste, y, muy suavemente y de lado, anduve las dos calles principales, sólo con chaleco, por miedo de estropear los tejados y aleros de las casas con los faldones de mi casaca. Caminaba con el mayor tiento para no pisar a cualquier extraviado que hubiera podido quedar por las calles, aunque había órdenes rigurosas de que todo el mundo permaneciese en sus casas, ateniendose a los riesgos los desobedientes. Las azoteas y los tejados estaban tan atestados de espectadores, que pensé no haber visto en todos mis viajes lugar más populoso. La ciudad es un cuadrado exacto y cada lado de la muralla tiene quinientos pies de longitud. Las dos grandes calles que se cruzan y la dividen en cuatro partes iguales tienen cinco pies de anchura. Las demás vías, en que no pude entrar y sólo vi de paso, tienen de doce a dieciocho pulgadas. La población es capaz para quinientas mil almas. Las casas son de tres a cinco pisos; las tiendas y mercados están perfectamente abastecidos. 

 El palacio del emperador está en el centro de la ciudad, donde se encuentran las dos grandes calles. Lo rodea un muro de dos pies de altura, a veinte pies de distancia de los edificios. Obtuve permiso de Su Majestad para pasar por encima de este muro; y como el espacio entre él y el palacio es muy ancho, pude inspeccionar éste por todas partes. El patio exterior es un cuadrado de cuarenta pies y comprende otros dos; al más interior dan las habitaciones reales, que yo tenía grandes deseos de ver; pero lo encontré extremadamente difícil, porque las grandes puertas de comunicación entre los cuadros sólo tenían dieciocho pulgadas de altura y siete pulgadas de ancho. 

Por otra parte, los edificios del patio externo tenían por lo menos cinco pies de altura, y me era imposible pasarlo de una zancada sin perjuicios incalculables para la construcción, aun cuando los muros estaban sólidamente edificados con piedra tallada y tenían cuatro pulgadas de espesor. 

También el emperador estaba muy deseoso de que yo viese la magnificencia de su palacio; pero no pude hacer tal cosa hasta después de haber dedicado tres días a cortar con mi navaja algunos de los mayores árboles del parque real, situado a unas cien yardas de distancia de la ciudad. Con estos árboles hice dos banquillos como de tres pies de altura cada uno y lo bastante fuertes para soportar mi peso. Advertida la población por segunda vez, volví a atravesar la ciudad hasta el palacio con mis dos banquetas en la mano. 

Cuando estuve en el patio exterior me puse de pie sobre un banquillo, y tomando en la mano el otro lo alcé por encima del tejado y lo dejé suavemente en el segundo patio, que era de ocho pies de anchura. Pasé entonces muy cómodamente por encima del edificio desde un banquillo a otro y levanté el primero tras de mí con una varilla en forma de gancho. Con esta traza llegué al patio interior, y, acostándome de lado, acerqué la cara a las ventanas de los pisos centrales, que de propósito estaban abiertas, y descubrí las más espléndidas habitaciones que imaginarse puede. Allí vi a la emperatriz y a la joven princesa en sus varios alojamientos, rodeadas de sus principales servidores. Su Majestad Imperial se dignó dirigirme una graciosa sonrisa y por la ventana me dio su mano a besar. 

 Pero no quiero anticipar al lector más descripciones de esta naturaleza porque las reservo para un trabajo más serio que ya está casi para entrar en prensa y que contiene una descripción general de este imperio desde su fundación, a través de una larga seria de príncipes, con detallada cuenta de sus guerras y su política, sus leyes, cultura y religión, sus plantas y animales, sus costumbres y trajes peculiares, más otras materias muy útiles y curiosas. ( Ibid, IV)

Inútil precisar que Mildendo era y es un espejo que desvelaba las características de las ciudades reales, de sus habitantes, de quiénes la gobiernan, de las decisiones que toman y de sus objetivos enunciados y ocultos.

Hoy, con una próximas elecciones municipales... 

2 comentarios:

  1. "Los Viajes de Gulliver" es un libro bien complejo e inteligente, requirió todos mis sentidos. Para leerlo varias veces a lo largo de la vida.

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    1. Me preguntaba si las viajes de Gulliver no influyeron en Alicia en el País de las Maravillas.

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