Los templos romanos no eran copias de los griegos. Las diferencias son importantes. De hecho, los templos romanos se asemejan más a los etruscos que a los griegos. Mientras que éstos son exentos y merecen ser rodeados, el templo Romano, como el etrusco, solo tiene una fachada destacable. Las tres restantes son meros muros sin pórticos ni columnas. El templo Romano está concebido para integrarse en la trama urbana, el griego, en cambio, sobrevuela, aislado, la ciudad que se extiende a sus pies.
Mas, la mayor diferencia entre Grecia y Roma se manifiesta en el teatro. Sorprende la inexistencia de una sola tragedia memorable escrita en latín, tan solo un autor de teatro recordado. Las tragedias de Séneca empalicen ante las de Sófocles. Tan solo han sobrevivido las comedias de Plauto, si bien en menor medida que las de Aristófanes.
Esta diferencia casi abismal entre obras teatrales griegas y romanas, sorprendentes dado que los temas de las tragedias, principalmente, solían ser griegos, no es fruto, sin embargo, de una menor capacidad creativa literaria romana, sino del rechazo que el teatro producía en Roma. El teatro y sus espectáculos eran condenados por perniciosos. La condena platónica del espectáculo se ejerció en Roma. Puede sorprender también dicho repudio, por razones morales, en una cultura que cultivaba espectáculos grotescos y feroces como los que se llevaban a cabo en circos y anfiteatros, espectáculos que no eran meros entretenimientos, empero, sino partes de oficios religiosos, cuyas luchas agónicas, cuyas ejecuciones, incluso, formaban parte de los sacrificios ofrendadas a los dioses -y, más tarde, a los emperadores divinizados. El teatro era percibido como una distracción que apartaba de la sobriedad, la austeridad republicanas, se considerada un gasto superfluo, gratuito, innecesario que ponía en jaque la virtud Romana. Es por este motivo que Roma solo poseyó teatros fijos prácticamente en época imperial, y tan solo tres. Los teatros eran construcciones efímeras de madera que de montaban y se desmontaban una vez las representaciones concluidas. Ningún teatro alcanzó el prestigio del Coliseo, del Circo y del Estadio de Roma. Los teatros eran tipologías arquitectónicas proscritas porque encapsulaban espectáculos que no se tenían que producir ni contemplarse por sus perturbadores efectos ánimicos. La sociedad Romana era puritana -pese a su gusto por la sangre- y la recreación de mundos separados de la realidad, ajenos a la dura realidad terrenal estaban prohibidos. Eso no significaba que los romanos no creyeran en los mitos griegos. Una gran parte de su historia se remontaba a Grecia. Roma era considerada la nueva Troya. Los fundadores míticos de Roma eran supervivientes de la mítica guerra troyana. Pero, contrariamente a Grecia, los mitos griegos de encarnaban en la realidad; se realizaban en la historia. Roma, la Roma existente, era Troya. Para un griego, en cambio, Troya siempre fue una ciudad ubicada en el tiempo de los héroes. Los dioses griegos vivían ajenos al mundo humano. Los dioses romanos, por el contrario, vivían entre los humanos; eran humanos incluso, como los emperadores y su familia, y merecían el culto, algo inconcebible en Grecia. Esta fusión Romana entre lo natural y lo sobrenatural no podia aceptar las historia míticas griegas, que las tragedias escenificaban, porque éstas ahondaban en el abismo entre los mundos divinos y humano. Los griegos siempre se consideraron inferiores a los dioses, con una suerte miserable, algo que los romanos rechazaron. La virtud Romana, sobre todo en época republicana y en los inicios imperiales (así como en el Bajo Imperio sometido a cultos redentores orientales), era el medio para alcanzar la perfección divina, que el teatro cuestionaba mostrando a los humanos como marionetas manipuladas por los dioses. El espejo que el teatro griego tendía era insoportable en Roma. El teatro, como tipología arquitectónica y como género artístico (y como culto religioso) nunca prendió.
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