Roma y Jerusalén tenían un problema con sus orígenes, aunque la percepción era distinta.
Los autores romanos se sentían incómodos con los orígenes de la ciudad, un hecho que los padres de la Iglesia aprovecharon para denunciar la capital imperial, la ciudad de los hombres. Roma fue fundada por un fratricida, Rómulo, tras asesinar a su hermano gemelo Remo. Este hecho criminal fue presentado a veces como un sacrificio fundacional para tratar de justificarlo, con cierta incomodidad. Que la capital de una cultura eminentemente urbana tuviera un origen tan siniestro era difícilmente explicable, sobre todo porque toda fundación de una nueva ciudad se presentaba como una rememoración de la Urbs Condita, la Ciudad por excelencia, Roma.
Los orígenes de la primera ciudad bíblica , Enoch, tampoco eran luminosos. Dicha ciudad fue fundada también por un fratricida, Caín, tras degollar a su hermano, Abel, inexplicablemente favorecido por Yahvé cuando ambos hermanos Le ofrecían presentes tan valiosos.
Sin embargo, el negro origen de la primera ciudad, modelo de todas las ciudades, Jerusalén incluida, no fue percibido como un negro presagio ni un hecho vergonzoso. Antes bien, no hacía sino confirmar el desprecio del sedentarismo -ejemplificado por Caín, el agricultor- frente al nomadismo que Abel, el buen pastor, representaba. La cultura urbana fue casi siempre denunciada y denigrada por la Biblia. La misma Jerusalén era considerada una ciudad maldita. Solo las ciudades celestiales, como la Jerusalén celestial, gozaron del beneplácito bíblico.
Es por este motivo que una de las mayores aportaciones del pensamiento tardo-medieval, el texto titulado Crestià (El Cristiano), del humanista de la Corona de Aragon, Francesc Eiximenis, formado en Oxford y París, rompe con este visión negativa de la ciudad aportando un punto de vista original. La primera ciudad no fue obra de Caín, ni ésta fue una ciudad de criminales. Tras su fundación, Set, el tercer hijo de Adán y Eva, se ocupó de santificar la ciudad (y de poblar la tierra), y ésta, al igual que cualquier ciudad, se convirtió en el lugar más adecuado para enseñar y aprender, para luchar contra la oscuridad, como escribió, en una férrea defensa de la cultura urbana, Eiximenis, que trató extensamente sobre la fundación de ciudades, de planta cuadrada, bien delimitadas, unas consideraciones que se podrían haber tenido en cuenta en la fundación de la ciudad universitaria de Alcalá de Henares.
La aportación más destacable de Eiximenis, sin embargo, reside en su reflexión acerca de la primera ciudad. Ésta fue fundada por Adán, en el Edén ( donde fue enterrado, según una tradición). La razón era sencilla. Adán era consciente que la cultura solo se producía en contacto con el otro. Las comunidades eran poderosos centros culturales. La vida de eremita no aportaba nada. El ser humano solo se enriquecía en contacto con sus semejantes. Y el espacio más adecuado para favorecer y acoger estos encuentros perdurables era la ciudad. Sin ciudades el ser humano dejaba de ser humano, convertido en una sombra de si mismo, un condenado al destierro de por vida. La ciudad, por el contrario, daba lugar a la iluminación, la educación.
Dicha reflexión de Eiximenis, que tuvo gran repercusión en Europa, fue sin duda decisiva para el salto que supuso el Renacimiento profano, que abrió un espacio para el hombre libre de dictados divinos, aunque iluminados por éstos.
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