miércoles, 22 de septiembre de 2021

Abducción

Desde la mesa del proyector

 Apenas entra en clase, antes de dar las buenas tardes, el profesor corre hacia los múltiples botones -en unos aparatos detrás de la pizarra, en la mesa, enredados entre cables, y en los diversos monitores- para encender los ordenadores, los altavoces, la cámara y el proyector: el mínimo equipaje para poder una clase.

Tras asegurarse que las pantallas se encienden, puede dar la impresión que se halla más relajado.

Una parte de los estudiantes, todos enmascarados, tienen que  seguir la clase por circuito interno desde otra aula, por razones sanitarias, a fin de evitar posibles contactos.

Es necesario apresurarse a poner en marcha un programa de reunión virtual, y comunicar de inmediato un enlace a través de una “plataforma” universitaria, tras teclear claves y  contraseñas, bien o mal recordadas.

El profesor activa la búsqueda de imágenes en un monitor; en otra, el programa para la retransmisión de la clase. Debe “compartir pantalla” -hoy de comparten pantallas como otrora alimentos- para que los estudiantes que aguardan fuera, encasquetados con auriculares, puedan ver en la pantalla de sus ordenadores portátiles las proyecciones que se muestran en el aula. 

La imagen o el vídeo buscado se proyecta en una gran pantalla, cabe la pizarra, en el aula que debiera estar a oscuras pero no lo está por las estrechas cortinas opacas que el viento levanta y la luz diurna pertinaz . La imagen aparece aguada. Más nítida, con colores más intensos, se incrusta en uno de los monitores sobre la mesa, en la tarima, que solo puede ver el profesor. Mas éste, parapetado tras los monitores que le esconden el rostro de los estudiantes sumidos en la penumbra, puede contemplar una tercera versión de la imagen en el segundo monitor que muestra lo que los estudiantes que siguen la clase desde sus portátiles contemplan: una imagen en movimiento descolorida, sacudida por extraños calambrazos, cerca a los movimientos mecánicos, sincopados, de un autómata. En este mismo monitor, donde aparecen diminutos recuadros con la cara de los estudiantes ausentes del aula, se inserta una réplica, igualmente diminuta, de la misma imagen proyectada que se multiplica por la pantalla y los monitores. Y así, rodeado de una misma imagen parpadeante, sin saber qué ven y oyen los estudiantes, el profesor imparte una clase sobre los peligros y la banalidad de la imagen reproductiva. 


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