martes, 14 de septiembre de 2021

FERNÁN PÉREZ DE OLIVA (1494-1531)): DIÁLOGO SOBRE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE (1530)

Fernán Pérez de Oliva fue un humanista cristiano, un escritor de obras de teatro, fascinado por las obras clásicas, y un visionario científico español, rector de la Universidad de Salamanca, fallecido prematuramente, autor de un diálogo en español que, a diferencia de la obra con un título parecido, Sobre la dignidad del hombre, escrito en latín por el humanista florentino Giovanni Pico de la Mirándola a finales del siglo XV, no alaba solo a la condición humana, sino que contrapone dos visiones -el ser humano es la hez del mundo, frente a la consideración que si el mundo es la hez el hombre con su arte lo ennoblece y se eleva-, mostrando que la concepción que eleva al hombre es más digna y más certera que la que lo rebaja vergonzosa, deshonrosamente. El texto, fundamental, tuvo gran impacto en Europa y fue traducido a varias lenguas modernas. 


AURELIO.-  "Así andan los hombres, atónitos, errados buscando su contentamiento donde no pueden hallarlo. Y entre tanto se les pasa el tiempo de la vida, y los lleva a la muerte con pasos acelerados, sin sentirlo (...)

Todo va en olvido, el tiempo lo borra todo. Y los grandes edificios que otros toman por socorro para perpetuar la fama, también los abate y los iguala con el suelo. No ay piedra que tanto dure, ni metal, que no dure más el tiempo, consumidor de las cosas humanas. ¿Qué se ha hecho de la torre fundada para subir al cielo? Los fuertes muros de Troya; el templo noble de Diana; el sepulchro de Mauseolo; tantos grandes edificios de romanos de que apenas se conoscen las señales donde estavan, ¿qué son hechos? Todo esto se va en humo, hasta que toman los hombres a estar en tanto olvido como antes que nasciesen, y la misma vanidad se sigue después que primero avía."

(...)

ANTONIO.-  Considerando señores, la composición del hombre -de quien oy he de decir-, me paresce que tengo delante los ojos la más admirable obra de cuantas Dios ha hecho, donde veo no solamente la excelencia de su saber más representada que en la gran fábrica del cielo, ni en la fuerça de los elementos, ni en todo el orden que tiene el universo; mas veo también como en espejo claro el mismo ser de Dios (...)

Los antiguos fundadores de los pueblos grandes, después de hecho el edificio, mandavan poner su imagen esculpida en medio de la cibdad, para que por ella se conosciese el fundador; así Dios, después de hecha la gran fábrica del mundo, puso al hombre en la tierra, que es el medio dél, porque en tal imagen se pudiese conoscer quién lo havía fabricado. Mas no quiso que fuese aquí como morador, sino como peregrino desterrado de su tierra, y, como dize San Pablo, caminando para Dios nuestra tierra es en el cielo; mas púsonos Dios acá, en el profundo, para que se vea primero si somos merescedores della (...)

Porque como el hombre tiene en sí natural de todas las cosas, así tiene libertad de ser lo que quisiere: es como planta o piedra puesto en ocio; y si se da al deleite corporal es animal bruto; y si quisiere es ángel hecho para contemplar la cara del padre; y en su mano tiene hazerse tan excelente que sea contado entre aquellos a quien dixo Dios: dioses sois vosotros. De manera que puso Dios al hombre acá, en la tierra, para que primero muestre lo que quiere ser, y si le plazen las cosas viles y terrenas, con ellas se queda perdido para siempre y desamparado; mas si la razón lo ensalça a las cosas divinas, o al deseo dellas y cuidado de gozarlas, para él están guardados aquellos lugares del cielo que a ti, Aurelio, te parescen tan ilustres (...)

Si bien consideras, hallarás que estas necesidades son las que ayuntan a los hombres a bivir en comunidad, de donde cuánto bien nos venga, y cuánto deleite, tú lo ves, pues que de aquí nascen las amistades de los hombres y suaves conversaciones; de aquí viene que unos a otros se enseñen, y los cuidados de cada uno aprovechen para todos. Y si nuestra natural necesidad no nos ayuntara en los pueblos, tú vieras cuáles anduvieran los hombres: solitarios, sin cuidado, sin doctrina, sin exercicios de virtud, y poco diferentes de los brutos animales; y la parte divina, que es el entendimiento, fuera como perdida, no teniendo en qué ocuparse. Así que lo que nos paresce falta de naturaleza, no es sino guía que nos lleva a hallar nuestra perfección (...)

Los artífices que biven en las cibdades no tienen la pena que tú representavas, mas antes singular deleite en tratar las artes, con las cuales explican lo que en sus almas tienen concebido. No es igual el trabajo de pintar una linda imagen, o cortar un lindo vaso, o hazer algún edificio, al plazer que tiene el artífice después de verlo hecho. ¿Cuánto más te paresce, Aurelio, que sería mayor pena que alguno en su entendimiento considerase alguna excelente obra, como fue el navío para pasar los mares, o las armas para guardar la vida, si en sí no tuviese manera de ablandar el hierro, hender los maderos, y hazer las otras cosas que tú representas como enojos de la vida? Paréceme a mí que en mayor tormento biviera el hombre, si las cosas usuales que viera con los ojos del entendimiento no pudiera alcançarlas con las manos corporales. Por eso no condenes tales exercicios como son éstos del hombre, antes considera que, como Dios es conoscido y alabado por las obras que hizo, así nuestros artificios son gloria del hombre que manifiestan su valor."



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