sábado, 25 de septiembre de 2021

La evocación de lo que fue

















Imágenes ( fotos, filmación): Tocho, septiembre de 2021


Un fragmento cerámico evoca la pasada presencia humana en la tierra. Un hogar, una comunidad, usos, intercambios, ofrendas y creencias parecen resurgir del pasado. Unas trazas en el suelo, gastadas, interrumpidas, y un asentamiento, unos modos de vida, imaginariamente, se despiertan. Los fragmentos son el testimonio del obrar y del estar de humanos como nosotros en la tierra, de su dura y tenaz voluntad en permanecer en un lugar, laboriosamente adaptado. 

Las ruinas son las verdaderas obras de arte porque son acicates de la imaginación. Devuelven el pasado al presente, y nos permiten ver y creer en lo que ya no existe.
Mas, para que un fragmento despierte nuestra imaginación, la esperanza en que el pasado vuelva a la vida, es necesario que los restos perduren como restos, que el presente no los sepulte, los acalle como voces del pasado. Voces que es necesario permitir que se alcen, pero sin forzarlas a que revelen lo que quizá ya no puedan contar. Las voces perduran calladas, son resistentes al olvido, se niegan a desaparecer,  pero también se desvanecen. No somos inmortales ni superhombres.

La Illeta dels Banyets, cabe la ciudad de Alicante,  es uno de los yacimientos arqueológicos más hermosos de la península ibérica. Ubicados en una isla -hoy una península por una desafortunada intervención moderna-, a ras de las aguas, batida por el mar embravecido que esculpe su perfil, acoge restos de la Edad del Bronce -una morada de planta circular-, íberos - un  barrio bien planificado, viviendas, templos y almacenes- y romanos -entre los que destacan excepcionales piscifactorías romanas, parcialmente recubiertas por las aguas. 

Una intervención reciente ha tratado de preservar los restos del viento, el mar y la salitre. Los ha sepultado bajo capas de hormigón de colores y ladrillos que quieren evocar muros y esconden, acallan los muretes del pasado. Un muestrario de gravas de varios colores, que se encuentran en un “garden center”  pretenden delimitar espacios, sugerir pasos de agua y zonas cultivadas, que convierten el yacimiento en un huerto urbano y un parque infantil. 
Las trazas desaparecen y sobre todo enmudecen. Su forzada presencia ya no activa la imaginación. El yacimiento evoca una obra abandonada, infeliz. Las ruinas están definitivamente arruinadas, sin nada que contar, ahogadas por intervenciones bienintencionadas que momifican el yacimiento en un desesperado intento de prolongarle la vida quitándosela, expresando además muy poca fe en el poder de la imaginación. En un mundo de evidencias y de imágenes incesantes, todo lo que no es visible, tangible, evidente, libre de complejidades y contradicciones, todo lo que exige un esfuerzo gratificante para entender lo que nos rodea o aceptar que no podremos entenderlo todo aunque tengamos la obligación moral de intentarlo, es denostado. Una sensación de falsedad embarga el yacimiento. Se duda de lo que se ve. Las trazas parecen impostadas, forzadas, de trazo grueso, como si se las hubiera regresado, subrayado innecesariamente, o suplantadas. El pasado sustituido por un presente sin historia, que no plantee preguntas sin respuesta, que acalle nuestra curiosidad, como si se nos quisiera decir que el recurso a la imaginación es improcedente.
Curiosamente, los únicos restos que han escapado a la labor redentora moderna son las trazas de los viveros romanos barridos por las aguas que mantienen a raya la mano del hombre actual. Pese que las aguas las desgastan, y quizá por esta razón, son las únicas huellas que dan fe de la pasada vida en la isla y del coraje y constancia de unos humanos aferrados a la vida.
Vayamos a ver la restauración de este yacimiento para comprobar el vértigo que sentimos ante lo que no podemos visualizar de inmediato y sin esfuerzo. El pasado que ascendía de los restos y que nos permitía escapar de los estrechos límites del presente ha desaparecido. Parecemos seres que ya no creen en nada, pálidas réplicas de la incredulidad de Santo Tomás.






https://www.marqalicante.com/Paginas/es/Illeta-dels-banyets-P21-M10.html

2 comentarios:

  1. Asombroso todo ello.

    "Las ruinas son las verdaderas obras de arte porque son acicates de la imaginación. Devuelven el pasado al presente, y nos permiten ver y creer en lo que ya no existe." Cuando visito poblaciones antiguas que son ruinas -me fascinan las de culturas prerromanas- siento una especie de religio especial con ellas. Con formas de vida, creencias, actividades, realizaciones constructivas o de otro tipo, que imagino, obviamente. Y mi paso por esos lugares se siente activado por sensaciones. Supongo que en base a una pequeña información que a veces poseo sumo una dosis de imaginación más alocada, digamos. Pero me siento tan a gusto que incluso las he visitado con tormentas y no he salido corriendo. ¿Sería que antiguos lares todavía protegen al paseante que quiere serlo también del Tiempo?

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    1. Muy cierto
      Las ruinas deberían suscitar desazón por la devastación que exhiben -la desazón que una ruina arruinada como Palmira, hoy invisible para quien no vive cerca de ella, o como el yacimiento comentado, (que más que desazón, es indignación o furia que alienta), despierta-, y sin embargo, es una impresión de paz, de plenitud que aporta. No es nostalgia, sino asombro y maravilla, capaz de hacernos ver lo que ya no está, invitándonos a un viaje en el tiempo sin perder contacto con el presente, disfrutando de un pasado soñado sin todo lo hiriente y negativo que, al igual que al presente, de la envolver al pasado.

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