Fotos: https://stufish.com/project/sabrina-carpenter-2/
Cuando llegamos, por fin, tras un día entero fuera, a casa, solemos ponernos cómodos. Apenas cerramos la puerta, nos comportamos como si estuviéramos en nuestra casa. Es lo que solemos decir a los invitados: que se sientan como en su casa; es decir sin compromisos, sin protocolos ni rigideces.
Nos sacamos los zapatos, nos sacamos una parte de la ropa, nos cambiamos de ropa, y nos dejamos ir. Nos abandonamos en el sofá. Perdemos la compostura, antes de emprender una tareas distintas de las que llevamos a cabo “fuera de casa”. Como en casa, se dice, nada. La casa es nuestro mundo, propio o compartido, hecho a nuestra medida, a la medida de quienes vivimos juntos, compartiendo lugares y valores.
La casa es nuestra segunda piel. Dice lo que somos. Responde a nuestros gustos, a nuestra manera de ser. Proyecta una imagen que no es la que manifestamos en el exterior.
La cantante actual Sabrina Carpenter, ascendida hoy al estrellato, ha decidido cantar como si estuviera en su casa. El escenario se concibe como una prolongación de la casa.
El estudio de arquitectura inglés Stufish, heredero del mejor estudio de arquitectura escénica que ha existido, dirigido por el arquitecto ya fallecido, Mark Fisher -el primer arquitecto enteramente dedicado a la escenografía de conciertos en estadios como los de los Rolling Stones a partir de los años ochenta- sabe que entre el espacio doméstico y la escena existen íntimas conexiones, pese al carácter, por un lado, abierto de la escena, y por otro, cerrado, vuelto sobre sí mismo, del hogar.
La palabra escena viene del griego skene. Y ésta, que designaba una modesta construcción en un escenario teatral, un decorado, significaba, en verdad, una cabaña -que simbolizaba un palacio, un templo o una ciudad: un espacio interior que contrastaba con el exterior que la tarima del escenario representaba.
Skene era la cabaña originaria, el hogar primigenio: la primera, primitiva casa. Un abrigo fundacional. La casa más íntima y modesta. Una construcción, hecha de ramas y hojas. del inicio de los tiempos.
La escena es un espacio ideal. Refleja el espacio profano.
Pero la escena no está poblada de mortales, sino de estrellas, divos o divas, de luminarias, de figuras de las que emanan luz, de dioses y diosas. La escena es la morada divina, que contemplamos y admiramos de lejos. Sus moradores están por encima de nosotros. Y se dejen querer. Aparecen -vana ilusión, cercanos, próximos, como nosotros, aunque estén varios metros por encima de nosotros-. Se dignan a mostrarse. No les importa que los contemplemos con la boca abierta.
Stufish y Sabrina Carpenter han ideado y proyectado un escenario que, literalmente, es una actualización de la escena griega clásica, en la que dioses y héroes contaban, a la vista de todos, sus deseos y sus fracasos.
El escenario es su casa -o así lo da a entender. Canta por las distintas estancias, como quien canta en el baño, por placer, sin atender a ninguna norma. Como si no estuviéramos. Tenemos la ilusión de otear en su espacio propio y personal, en su mundo que nos descubre desinteresadamente. Se diría que nos invita como quien deja entrar a amigos y familiares. Con familiaridad. Sin ostentación ni rigideces . Ls escena actúa como un espejo en el que nos reconocemos. Su casa es como la nuestra. Su casa es la nuestra. Y, podemos pensar, ella es como nosotros, o nosotros podríamos estar en su lugar.
Mas, los dioses viven como los mortales, pero no se mezclan con éstos. La barrera es eficaz porque es invisible.