Fotos: Tocho, Villa de Popea, Oplonti, Nápoles, abril de 2024
Aunque a esta manera de hacer le quedan ya pocos días, hasta que regrese pendularmente , la arquitectura, hoy, ha estado a merced de una manera de operar y de juzgar, según las cuales exponer a la vista de todos los materiales utilizados -ladrillos, madera, hormigón hace unos años-, descarnada, casi ostentosamente, era honesto, y respondía a una actitud ética, ya que no engañaba sobre cómo y con qué se construía, y ese juicio ante el trabajo debía ser enunciado visiblemente. Se ha hablado incluso no solo de una actitud moral, sino hasta de materiales éticos. Que exhibir lo que uno hace y hacer del operar y de lo operado a modo o cómo una bandera pueda ser calificado moralmente no deja de sorprender, toda vez que el resultado solo puede ser valorado estéticamente.
Estas disquisiciones morales o moralistas no embargaban a los romanos, al menos a ciertos poderes romanos.
La villa que el emperador Nerón habría mandado erigir para su segunda esposa, Popea -si es que la villa de Oplonti perteneció al emperador o a su esposa-, juega, de manera culta, con las apariencias, casi en respuesta a las disquisiciones platónicas sobre el estatuto de la imagen y su poder corrosivo de la realidad, confundiendo a ésta y, sobre todo, a los sentidos de los espectadores. En el caso de la Villa en Oplonti, la imagen pintada, más que poner en jaque al mundo real, lo juzga, juega con él y lo enriquece.
Ya en el acceso, frescos con imágenes naturalistas de plantas actúan de espejo de las plantas reales que se proyectan en las paredes. En las estancias, las puertas, las columnas, las ventanas, hasta el mobiliario y determinados objetos se doblan o se desdoblan en imágenes que se proyectan en los frescos, pintadas con un realismo logrado que, no solo multiplican los elementos, sino que los realzan al destacan sus valores plásticos y cromáticos, su presencia en el espacio, su esencia y su necesidad.
El palacio deviene así un espacio maravilloso donde nada es lo que parece, donde la diferencia ontológica entre esencia y apariencia se diluye para conformar un mundo soñado del que uno no querría despertar, creando un mundo alternativo y superior al mundo real profano. Un “verdadero” país de las maravillas en el que nos adentramos dejándolos engañar gustosamente, rindiéndonos ante el poder superior de la imagen pintada.