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martes, 29 de octubre de 2024

Becarito que viniste al mundo….

 


A ver, becarios.

Podéis encoger entre beca universitaria de 2000 euros brutos al año si estáis en último curso de carrera y tenéis un promedio de notas de como mínimo 7,25 sobre 10 (en la escuela de Arquitectura que es la que puntúa más bajo de toda la universidad), una beca llamada de Aprendizaje, si ya estáis en tercer curso de carrera, de entre 150 y 300 euros al mes dependiendo de las horas asignadas -una beca que paga impuestos-, o haceros novio de o influenzer tiktoker, “creador de contenidos” (una expresión deliciosa; antes se decía tan solo documentalista o redactor, quizá investigador,  lo que debe sonar a poco, a viejuno, seguramente) y obtener una beca de trece mil euros al año.

Y luego os quejáis que no hay becas….



miércoles, 23 de octubre de 2024

Docencia o intercambio

 Un reciente estudio lo pone de manifiesto: la docencia universitaria es casi irrelevante para la carrera de profesor universitario. Cierto es que, a través de encuestas estudiantiles, e informes de los departamentos y de las propias facultades, se evalúa la capacidad docente, pero también es cierto que profesores con notas mediocres en las encuestas no tienen problemas de continuidad, ni ven peligrar su permanencia, siempre que lo que la administración más valora, la labor investigadora, reciba parabienes: publicaciones incesantes en revistas “de prestigio” -se las denomina “indexadas”, lo que significa que están bien posicionadas (posición que los “cuartiles” determinan, esto es, la posición ocupada, en qué cuartas partes de los listados se halla la revista o “journal”)- en  clasificaciones o índices establecidos por agencias de control. La carrera se convierte, literalmente, en lo que la palabra evoca: un desplazamiento a toda velocidad, sin respiro, sin poder descansar ni recapacitar, mirando hacia adelante pero también hacia atrás, hacia el camino ya recorrido, con sus aciertos y sus errores, a fin de ocupar las primeras plazas y alcanzar la meta: la promoción y el reconocimiento.

Pero un docente no es solo un investigador: es un profesor, un educador.

La educación, como su nombre indica, requiere atención y cuidados: prestar atención, atender a quien se encuentra delante, el estudiante. Prestar atención implica saber dialogar: expresarse y escuchar. 

Una clase es un diálogo. Las explicaciones del profesor deben ser recibidas. El profesor debe estar seguro de la recepción de la emisión. Y ésta se manifiesta a través de la discusión. El estudiante no es un ente pasivo al que se forma o se formatea. El estudiante también enseña al profesor. Ambos son docentes y oyentes. Los comentarios, las observaciones o puntualizaciones, las preguntas del estudiante forman parte de la clase impartida: la orientan y la enriquecen. 

Un profesor no habla en el aire. Las caras, los gestos de los estudiantes emiten señales sobre la “bondad”, pertinencia, interés, y claridad de lo expuesto. El profesor debe estar a la escucha de lo que la clase, de lo que cada estudiante puede comunicarle. El saber se construye, se encuentra en permanente estado de construcción. 

En ocasiones, el profesor se equivoca de rumbo. Se encuentra sin salida, ante un muro. Son los estudiantes los que pueden ayudarle a orientarse. Un profesor puede perderse. Quizá deba hacerlo, para aprender de sus limitaciones o de sus falsas expectativas.

Una clase parte de la buena predisposición de profesores y estudiantes. El clima que se crea, a veces, es un mundo aparte que puede quebrarse en cualquier momento, y que se disuelve con el final de la lección y la bajada del telón y de la tensión. 

Una clase es una situación tensa. El profesor expone y se expone. El estudiante atiende o no, recibe o no, y juzga. Su réplica, que puede ser muda, y se manifiesta por la cara de interés o desinterés, incredulidad, apatía o atención, que un leve movimiento afirmativo o negativo corrobora, ayuda en el levantamiento de la clase. Ésta no está “ganada” de antemano. Su construcción exige una entrega absoluta, un cierto salto al vacío, y es la incertidumbre ante el desarrollo de la clase la que dota de tensión y fuerza a la lección. 

Desde luego, el estudiante tiene que “poner de su parte”: debe estar dispuesto a escuchar atentamente. Y debe juzgar y replicar pública o privadamente. Pues sin recepción, la entrega no tiene sentido. Se dirige a nadie. Emite palabras huecas, que no llegan.

Una clase es una experiencia compartida. Se trata de un juego, en verdad, en el que los participantes interactúan por el placer de seguir jugando. Las reglas están en la mesa. Y se juega libremente, a la vista de todos, previo consentimiento mutuo. Durante el juego, las bondades y flaquezas, talentos y limitaciones, quedan al descubierto, y se asumen, se aceptan. Nadie está por encima de los demás. Las mejores jugadas son imprevisibles. Las mejores intenciones pueden fracasar. La sorpresa, la toma por sorpresa, es el aliciente de una clase. Nunca se sabe qué puede ocurrir, si “algo” puede ocurrir. Que un ángel pase pude ser una buena señal. O no.

La investigación, solitaria o en laboratorio, en cambio, no requiere del contacto directo con el estudiante. Si un profesor es un investigador no es porque investiga aisladamente, sino porque pone en juego sus conocimientos y se abre a recibir las impresiones y saberes que los estudiantes le pueden comunicar. 

Sin clases, sin lecciones impartidas y recibidas, la universidad es letra muerta. Un cementerio (de elefantes).


A R.A., origen de esta breve observación. Y a tantos otros. 


lunes, 19 de agosto de 2024

CV

 ¿Qué trabajador a la búsqueda de un puesto de trabajo, sea un oficinista o un actor, qué estudiante o investigador que aspira a una beca, qué profesor que busca obtener una plaza (un sustantivo significativo: designa un espacio propio, emplazado en el seno de una colectividad, siendo las hechuras o bondades de la plaza lo que nos define, es decir define cómo se nos ve y juzga), no han tenido que elaborar un currículum vitae (un CV), enviarlo o entregarlo, una condición previa y necesaria para obtener lo que se desea o necesita?

El currículo nos define. Nos suple. Somos lo que el CV sostiene. Es nuestro sostén. Sin un curriculum no somos nadie ni nada.

El CV es lapidario. Tiene la forma de una esquela. Enumera los logros del pasado. Nada dice sobre el futuro (las ambiciones, los deseos, las posibilidades, que una entrevista personal, en cambio, desvelan acaso). Cuenta el curso de actividades que se interrumpen.

Un currículum es la narración del curso o la carrera de una vida hasta el presente. Narra un tránsito. Éste no puede ser errático. Tiene que obedecer a un objetivo. La finalidad, claramente detallada, organiza el discurso, el curso de la vida activa, una vida para la que movimiento es fundamental. Las paradas, los retrocesos están condenados. Un “hueco”, unos años de inactividad son contraproducentes. Suscita sospechas, desde luego, plantea preguntas. 

Curiosamente, son estos blancos o silencios, estas lagunas o ausencias, esta insólita quietud, los que proporcionan datos más significativos sobre lo que somos. Revelan que nos hemos parado para pensar sobre lo que hemos emprendido, el sentido de lo que hemos hecho, hacemos y queremos, desde entonces, hacer. El blanco denota una incomodidad, una crítica implícita a nuestra vida “profesional”. Expresa que queremos cambiar de vida. Manifiesta insatisfacción o inconstancia, cambios de humor, esperanzas no alcanzadas, cansancio, un carácter sobre el que se quiere investigar. Los logros son previsibles. Los silencio, no. Por eso son significativos. El desánimo no es de recibo. En el engranaje del trabajo, la buena cara debe imperar. Sin máscara el inserto en la vida es imposible. El currículum, precisamente, detalla nuestra habilidad, nuestra flexibilidad, nuestra disponibilidad, la paciencia para encajar los golpes sin abandonar el campo de juego. Quienes se retiran temporalmente para observar críticamente lo que han hecho, en qué se han vuelto, no son de recibo. La mansedumbre junto con el empeño, una imposible conjunción son exigibles. Lobo con piel de cordero, acaso sea la imagen que el curriculum deba trasmitir.

El curriculum nos clasifica. Nos ordena. Los currículos son propios de los ejércitos (de trabajadores o militares).

El currículum solo se refiera al pasado. Destaca las victorias. Obvia los fracasos: los puestos no ganados, los reconocimientos no obtenidos. Tampoco alude a dudas e incertidumbres. El ánimo o el desánimo no se refleja en el listado de actividades siempre llevadas a buen término. Un currículum suscita nostalgia cuando se elabora. 

El currículum solo tiene en cuenta lo que se ha hecho, no sobre lo que se piensa. Los sueños se proscriben. No tienen cabida. Serían considerados como vanos, aspiraciones insatisfechas

Un CV puede falsificarse. Políticos, rectores, profesores, alumnos, directores de museos, tan solo en la ciudad en la que vivimos, han añadido hechos falsos, distorsionados o embellecidos -sin que ninguna penalización les haya afectado. ¿No hemos dudado en citar u obviar algún dato que pueda ensombrecer nuestra “imagen”? Un CV debe ofrecer la mejor cara de nosotros. Entre la verdad y la mentira existen grises: hechos no probados. Improbables; hechos y datos no contrastados; acciones que no tuvieron lugar, al menos tal como se detalla.

Un CV quiere ser un retrato objetivo. En ocasiones es una creación, una ficción. Dice lo que uno no es o no ha hecho.  El currículum es el retrato que queremos mostrar. La verdad está a menudo en lo que no cuenta.

lunes, 5 de agosto de 2024

¡Fuera!

 Nota : En agosto, sin clases, quizá podamos echar la vista atrás pensando en lo que ha ocurrido, y prepararse por lo que puede ocurrir o para evitar que lo que aconteció vuelva a ocurrir.


De pronto, el profesor se calla. Interrumpe la explicación. Se queda quieto y tenso. Desciende a veces de la tarima y se dirige, casi siempre hacia las últimas filas de un aula atestada.

¡Fuera! ¡Fuera de clase! Y el alumno, nervioso o condescendiente, recoge sus cosas y sale. La clase reemprende. Ya no es la misma. Algo se ha quebrado. Quizá la confianza.

El grito puede también apuntar en dirección contraria: ¡No entre! ¡Ha pasado la hora! Algún profesor, incluso, atranca la puerta para impedir el acceso de un estudiante una vez la clase ha empezado -a la hora o a destiempo.

Fuera, fuera: ¿qué implica esta expresión pronunciada de malos modos, con cara severa, irritada o agria?

Fuera, en latín fuoris, es un adverbio que denota no una posición, sino un movimiento. No se está fuera, como si el no estar dentro designará un espacio propio, consustancial con quien está fuera, sino que se va fuera, nunca libremente,  sino por una orden de obligado cumplimiento. Fuera implica una expulsión. Se expele a quien no se acepta. La expulsión se logra mediante el ejerció de la fuerza: se empuja a quien se resiste a irse. Un atropello. El expulsado pierde sus derechos. Se le condena.

Las expulsiones acontecen, necesariamente en espacios acotados. La cota o el límite cualifica el espacio. Lo escinde entre el espacio de la bienaventuranza y el exterior, ilimitado, desordenado, en el que es inevitable perderse, perdiendo también los beneficios que aporta el estar dentro: la protección, la salvación, la redención de la presencia y el verbo de quien puede ordenarse que te alejes, amputándote del colección. La expulsión es siempre hacia un lugar sombrío. La luz, en efecto, solo brilla en ls iglesia. La calidez que impera dentro contrasta con el frío, la frialdad fuera. Uno queda desvalido, sin la validez que otorga la pertenencia a un grupo. Quien sufre una expulsión ha cruzado los límites de lo que se acepta o tolera en el seno de la comunidad o la iglesia.

Los espacios acotados y cerrados definen espacios segregados, separados del espacio no cualificado convencional. Se trata de un lugar especial, con unas leyes o reglas de comportamiento, de juego propias que no rigen fuera del nicho o del nido. Son unas leyes de obligado acatamiento. Quién es expulsado ha faltado a dichas leyes o las ha cuestionado. Ha desobedecido al mandato y, por tanto, ya no puede permanecer en el seno de la comunidad.

Tales lugares pertenecen a comunidades cerradas y, por tanto, excluyentes: áreas de juego, espacios sagrados, ejércitos, misiones, órdenes sectarias. Dentro, los miembros deben atender a las palabras del árbitro, el sacerdote, o el profesor. Literalmente, lo enunciado va a misa. Es incuestionable. Se escucha, se asume, se asiente, se obedece. La escucha puede no darse en realidad. Lo que cuenta es la imagen sumisa y devota. No es de recibo cualquier gesto no regulado, que no entra en la lista de movimientos que deben ejecutarse conjuntamente -levantarse, sentarse, arrodillarse, juntar u darse las manos, moverse rítmicamente, etc-, como buscar un teléfono móvil, teclear en un aparato electrónico, girar la cabeza para hablar en voz baja, cuando el silencio debe imperar al servicio de la voz del profeta, del mandamás, conlleva el alejamiento del grupo. Son gestos inaceptables, manifestaciones de ingratitud, cuendo deberíamos alabar incesantemente al buen pastor. La oveja negra -el color es simbólico, al igual que el animal escogido, símbolo de mansedumbre, salvo cuando adquiere un tono sombrío- es arrinconada, desestimada -pierde la estima, el aprecio, la honra, convirtiéndose en un don nadie-, y finalmente echada “fuera”. Al vacío, a las tinieblas, donde solo cabe la disolución, la pérdida de ligámenes , la desaparición.

Una secta está compuesta por seguidores -es lo que literalmente significa el verbo sequor, en latín: seguir-. Se sigue, se está de parte de quien lleva la voz cantante. Solo el líder tiene voz. Solo él o ella puede hablar. Los seguidores callan y asientes. Son todo oídos. Las palabras del líder son sagradas. De obligado cumplimiento. No se discuten. No hay discusión posible en el seno de una secta. 

¿Es lo que debería ser una clase? Un espacio acotado donde puede ocurrir lo que no tiene lugar “fuera”; un lugar de calma y reflexión, ajeno al ruido externo, a las prisas, las presiones que rigen fuera de las paredes del aula. Un lugar donde el profesor plantea dudas y preguntas, habla y escucha, invita al diálogo, y, necesariamente, para no acallar las voces distintas, discordantes, debe reflexionar sobre lo que dice y hace, debe “cuestionarse”.  Una clase es el lugar donde se plantean cuestiones, se abordan soluciones, se someten a juicio afirmaciones y dogmas, y donde la diferencia, que no puede ser atendida “fuera” merece -o debe ser- recibida y estudiada. El aula es un centro de estudio; la aplicación, el celo, el esfuerzo, la concentración son gestos y actitudes que definen el comportamiento en una clase, sin que se excluyan distracciones y ensimismamientos, que facilitan el regreso a la atención: el movimiento siempre es un avance y un retroceso, y el gesto una toma en consideración, un agarre de un problema, y el abandono para abordarlo desde otro punto de vista, o para dejarlo descansar. En clase se descansa de las visicitudes externas; es el lugar adecuado para olvidarse de lo que nos afecta fuera. Es un lugar mágico, donde todo puede ocurrir, todo lo que es imposible que acontezca fuera. El aula es donde todo puede ser, donde el ser amanece y se fragua. El adoctrinamiento, el seguidismo, la mansedumbre no tienen cabida. Una clase es un espacio donde voces distintas resuenan, una orquesta, donde las voces se conjugan, se alzan, discrepan, se callan, regresan, bajo la dirección de un director que rige y atiende. 

La expulsión conlleva una ruptura. La fe, o la confianza -que es lo mismo- se quiebran.  Recuperarlas se convierte, entonces, en una tarea quizá ya imposible. 



miércoles, 31 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 11

 


Felix Ribas: proyecto de la Universidad Literaria de Barcelona, 1852

 

El Estudio General volvió de Cervera a Barcelona, o mejor dicho, regresó a Barcelona sin tener que abandonar Cervera, la importancia de cuyo Estudio, sin embargo, quedó debilitado tras la reapertura del Estudio en Barcelona.

El Estudio volvía a abrirse en Barcelona. Pero no tenía donde instalarse. Ya comentamos el trasiego de sede en sede, de convento en convento, hasta parar en el convento de nuestra señora del Carmen: un convento en ruinas. La penúltima sede, en el oratorio de San Felipe Neri, tuvo que mantenerse y no cerró hasta la inauguración de la universidad Literaria de Barcelona treinta años después.

Entretanto, el Ministerio y el Ayuntamiento no cesaban de invertir en el convento del Carmrn para evitar su hundimiento. Las reparaciones, las consolidaciones, eran un pozo sin fondo económico.

Pero hubo que esperar la muerte de un operario que participaba en un remiendo del convento  para que la necesidad de un edificio en condiciones se hiciera patente a mitad del siglo XIX.

¿Dónde ubicarlo? Barcelona era una ciudad aún amurallada, sin solares libres suficientemente extensos. Solo cabía utilizar los jardines del convento del Carmen y el espacio obtenido tras el derribo de una parte del convento imposible de mantener para ubicar un nuevo Estudio. Y no solo un edificio, sino varios, o uno más extenso de lo que exigía la universidad, para dar cabida a un Instituto de secundaria y una biblioteca popular. Se pensaba también en ubicar la facultad de medicina, idea finalmente desechada por imposible.

El consistorio no veía con buenos ojos la implantación de la universidad entre las ruinas del convento el Carmen, ruinas agravadas por el bombardeo de Barcelona en 1842 que afectó gravemente a lo que quedaba del convento . 

El bombardeo ordenado por el gobierno castigaba una revuelta popular. Este levantamiento se oponía a un acuerdo comercial entre los reinos de España y de Inglaterra. Dicho acuerdo reduciría los impuestos sobre los tejidos ingleses facilitando su venta en España, compitiendo así en igualdad de condiciones con los tejidos fabricados en el principado.

La altura inevitable del nuevo edificio universitario , junto con las calles angostas del barrio, atestadas de tráfico (carros y personas) podía colapsar aún más una parte de la ciudad. Eso inquietaba y hacía que no se viere con buenos ojos la proyectada nueva universidad.

Pero la urgencia de una solución definitiva al problema de la inexistencia de un edificio en condiciones llevó al Ministerio a encargar al arquitecto Félix Ribas un nueva sede, junto con la restauración temporal de las ruinas, parte de las cuales debían mantenerse e incluirse en el proyecto, para no impedir que el Estudio General siguiera abierto durante las obras.

Félix Ribas era un arquitecto y político reformista (fue diputado en las Cortes) de familia acomodada. Estudió arquitectura en la Lonja de Mar y se tituló en la Academia de San Fernando en Madrid como era preceptivo. Aunque realizó numerosos proyectos públicos de gran escala -el ayuntamiento de Tiana, por ejemplo-, pocos llegaron a buen puerto. 

De hecho, se presentaba como un teórico.Tomó partido en el enfrentamiento entre ingenieros y arquitectos. Defendía que los ingenieros se limitaran a proyectar y construir puentes y caminos, y no participaran del embellecimiento de los edificios (ya que no sabían de ornamento), mientras que los arquitectos, por el contrario, no tenían que tener vetada ninguna  atribución.. Es posible que esta defensa de la teoría y del saber frente a la ciega práctica le costará más de un proyecto. Como, por ejemplo…

Félix Ribas realizó varios proyectos para la sede universitaria. La Academia de San Fernando iba señalando errores, siempre subsanables, a los que un nuevo proyecto respondía favorablemente. El tiempo, los años pasaban.

Los fondos escaseaban. Aunque Ministerio y ayuntamiento debían repartirse los gastos, el Ministerio incumplía, y el ayuntamiento buscaba fondos ajenos.

Las obras no empezaban. Por varias razones: entre éstas, la pérdida o el extravío del  proyecto -nunca recuperado- en dependencias ministeriales y la academia de San Fernando. Félix Ribas tuvo que repetir todo el proyecto cuatro años más tarde.

Mientras, Félix Ribas tuvo que proyectar la rehabilitación del deteriorado claustro del convento del Carmen, cerrándolo y cubriéndolo con placas de vidrio y estructura metálica, dándole un aire de invernadero. 

Poco tiempo después, se inauguraba el célebre Palacio de Cristal de la primera Exposición Universal, en Londres, en 1851. La universidad del Carmen hubiera sido el primer recinto de vidrio y hierro construido. Pero los conocimientos técnicos del teórico Félix Ribas eran aproximados, también por la novedad de las técnicas constructivas necesarias para trabajar con estos nuevos materiales . Dichos defectos fueron señalados por los académicos de la academia San Fernando. No parecía que fuera ya posible un cambio de proyecto.

La situación devino insostenible. Las clases inaugurales ya no podían siquiera impartirse en el convento del Carmen. Tenían lugar en el oratorio de San Felipe Neri, en las salas nobles del consejo de ciento en el consistorio de Barcelona, o en la Diputación.

La llegada de un nuevo rector, conservador, desbloqueó la situación. Un joven arquitecto, también conservador, muy alejado del carácter reformista de Félix Ribas, recibió discretamente el encargo de una nueva sede para el Estudio General.

Poco tiempo después, el joven arquitecto Elías Rogent presentaba su propuesta, aceptada inmediatamente. 

Los herederos de Félix Ribas pleitearon durante decenios para cobrar lo que el arquitecto nunca recibió . Su proyecto y su figura cayeron en el olvido. Silenciados.

El cambio de proyecto significó un cambio simbólica y políticamente decisivo que ha marcado la vida de Barcelona. A un arquitecto teórico y reformista le sustituía un arquitecto práctico y conservador. 

Este cambio, y el ideario que lo sustentaba, se hicieron evidentes. Feliz Ribas había proyectado un templo clásico, racional, libre de connotaciones religiosas, coronado por divinidades griegas ligadas a las artes. Su proyecto estaba bajo la advocación de la diosa de las artes romana, la diosa Minerva. 

Elías Rogent, en cambio, proyectó una fortaleza neo-medieval bajo la protección de la Inmaculada Concepción. Si el proyecto de Ribas era el reflejo de la pasada ilustración, la fortaleza de Rogent apuntaba a los nuevos tiempos, que miraban a un nebuloso origen medieval, un tiempo de héroes creadores de cerradas patrias dedicadas a una raza, una religión y una lengua propias y exclusivas, una concepción política muy distinta del universalismo al que aspiraba el siglo de las luces y la arquitectura clásica. Los nuevos tiempos exaltaban el arte y la arquitectura románicos presentados como un arte propio, étnico, nacional, en los orígenes de la “nación”.

La nueva sede de la Universidad Literaria de Barcelona debía ocupar el solar del derribado  convento del Carmen, de las ruinas y de los jardines transformados en un jardín botánico.

Quizá por la falta de espacio, finalmente se optó por un nuevo solar, tras  el derribo de las murallas. Este terreno se ubicaba fuera de la ciudad “antigua”, pero conectada visualmente con la antigua sede del Estudio General , derribado tras su conversión en cuartel. Su desaparición permitió abrir una nueva puerta en la muralla, la puerta de Isabel II, en 1847,  al final de las Ramblas. Esta puerta, largamente requerida, facilitaba la conexión real y visual  entre la ciudad antigua, los caminos que conectaban con los pueblos cercanos, y la nueva trama urbana, el Ensanche, en ciernes. Una trama defendida por Félix Ribas, una trama cuadriculada, racional, no dependiente de localismos, y obviamente denostada por Rogent. En este caso, la razón se impuso a la leyenda. 

La errática historia de la universidad en Barcelona ¿había llegado a su fin a finales del siglo XIX

(continuará)






lunes, 29 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 10

 



Monasterio de Sant Pere de la Portella (última sede del Estudio General de Cervera) , y Convento de San Francisco y Panteón Real en Barcelona, sede temporal del Estudio General de Barcelona a la vuelta de Cervera


Fuera el Estudio General de Cervera provinciano o un centro educativo de excelencia en el que se formaron Narcis de Monturiol, inventor del submarino, o el filósofo Jaime Balmes, ls reapertura del Estudio General de Barcelona -con el cierre o no del Estudio General de Cervera- se planteó tras las guerras napoleónicas, a principios del siglo XIX. 

Pese a la oposición del consistorio de Cervera, el Estudio General se trasladó una primera vez a Barcelona entre 1821 y 1823. Se ubicó en el convento San Francisco, cuya ábside daba la espalda al mar cercano. Mientras, el Estudio General de Cervera siguió abierto. El principado de Cataluña poseyó más de un Estudio General  durante tres años, por vez primera desde 1717.

El período corresponde al Trienio Liberal, durante el cual el rey Fernando VII, tras haber recuperado el trono tras la caída de José I Bonaparte, impuesto por su hermano, el emperador francés Napoleón I. 

El gobierno obligó al rey Fernando VII a asumir la Constitución liberal de Cádiz, inspirada en los ideales de la Revolución francesa, y que sucedía al Estatuto de Bayona, de 1808, que impuso el emperador francés. Ambos, constitución y estatuto, conllevaban la disminución del poder religioso sobre el civil, y el fin del absolutismo. La derrota del partido liberal canceló dicha constitución, y el Estudio General de Barcelona volvió a cerrarse.

Este primer regreso del Estudio General a Barcelona se enfrentaba a un problema: la falta de espacio. La antigua sede del Estudio General en lo alto de las Ramblas había sido convertida en un cuartel en 1717, y había sufrido durante las guerras napoleónicas. Tras una breve ocupación, el Estudio General se instaló en el Colegio Tridentino ( llamado posteriormente Casa de la Caridad, aún existente). 

El cierre del Estudio General de Barcelona fue temporal, empero. Duró hasta 1837 cuando, de nuevo pese a la oposición del consistorio de Cervera y sus súplicas ante el Rey, se planteó y ejecutó un traslado aún provisional del Estudio General a Barcelona. El problema de la falta de sede seguía presente y perduraría durante treinta años.

Durante este periodo el Estudio General de Barcelona se desplazó de convento en convento, todos vacíos y abandonados tras la cancelación de los bienes eclesiásticos y de las órdenes religiosas con muy poco personal por orden del gobierno liberal de Mendizabal. Fernando VII había muerto y la jefatura del Estado estaba en manos de su esposa, la reina regente María Cristina de Borbón, a la espera de la mayoría de edad de la futura reina, Isabel II.

El número de conventos disponibles, en más o menos buen estado, era considerable. Los conventos de San Francisco, Santa Catalina -que había acogido dos siglos antes la Academia de Santo Tomás-, San Cayetano (Sant Gaietà), San Felipe (Sant Felip) Neri y de la Virgen del Carmen, vieron desfilar el Estudio General migrante, debido al creciente mal estado de aquéllos  y el creciente número de estudiantes. El coste de la permanente restauración del degradado convento de la virgen del Carmen, la caída de un techo y la muerte de un albañil que trabajaba en ls consolidación del edificio  -amén de las heridas de cuatro obreros más- llevaron a que el gobierno central y el consistorio decidieran que el Estudio General necesitaba de una sede propia en condiciones y encargaron un primer proyecto -que tardaría en ver la luz.

Mientras tanto, las llamadas guerras carlistas entre quienes no aceptaban a una reina sino a un rey, y los defensores de Isabel II, entre liberales y conservadores, entre el campo y la ciudad, asolaron la península hasta el siglo XX, y tuvieron un particular impacto en el principado. El campo defendía al pretendiente varón, el infante don Carlos, hermano de Fernando VII. La sucesión real no pasaba por los hermanos sino por los hijos. Por tanto, el infante don Carlos no podía ocupar el trono ya que Fernando VII tuvo descendencia, si bien era una mujer, no un varón. Los conservadores (el campo en el principado, entre éstos) se oponían a la heredera directa, Isabel, herencia  legal tras el cambio de la Constitución a fin de permitir que una reina fuera jefa de Estado. 

La inseguridad en el territorio debido a la guerra civil  era tal que apenas se salía del perímetro amurallado de la ciudad, ambos bandos, carlistas e isabelinos, asaltaban, retenían y secuestraban a los viajeros. En estas circunstancias, desplazarse desde Barcelona a Cervera para estudiar era tan peligroso, que los consistorios de Barcelona y Cervera acordaron crear una delegación de Cervera en Barcelona, que se instaló en el desaparecido (como casi todos) convento de San Cayetano (Sant Gaietà).

El regreso de 1937 devino definitivo en 1842. La lección inaugural del Estudio General de Barcelona, ubicado en el ruinoso convento de la Virgen del Carmen, tuvo lugar, sin embargo, en la llamada Rambla de los estudios, muy cerca de donde se había ubicado el Estudio General entre los siglos XVI y XVIII. Se trataba de la academia de ciencias naturales o academia de ciencias y artes, emplazada donde se había situado el desaparecido Imperial y Real Colegio de los Cordellas gestionado por les jesuitas. 

Los jesuitas habían sido expulsados del reino por el rey Carlos III, en el siglo XVIII, acusados de fomentar una revuelta popular en Madrid a causa de la carestía del pan. Regresarían  medio siglo más tarde, por mediación de Fernando VII tras su vuelta  al trono en 1815. Los jesuitas serían expulsados del reino tres veces más, durante gobiernos liberales, la  última vez durante la Segunda República en 1934.

La vuelta del Estudio General a Barcelona no conllevó el cierre inmediato del Estudio de Cervera, gracias al empuje del consistorio de la ciudad.

Mas, Cervera, a diferencia de Barcelona, estaba a favor del príncipe Carlos. No obstante, si el campo era carlista, las tropas carlistas no controlaban Cervera y  no podían asegurar la protección de la ciudad, lo que impedía que profesores y estudiantes pudieran desplazarse a Cervera desde Barcelona y otras ciudades. Se inició entonces un sucesivo desplazamiento del Estudio General de Cervera a ciudades más seguras bajo la protección efectiva de  las tropas carlistas primeramente en Solsona, luego en Vic, para acabar, entre 1838 y 1840, en el monasterio de Sant Pere de la Portella en el Berguedà, ya con la pérdida casi completa de docentes y estudiantes, donde el Estudio de Cervera se extinguío

Mientras, en Barcelona, tras el derrumbe de la sede del Estudio General en el convento de la virgen del Csrmen…,

 (Seguirá) 

sábado, 27 de julio de 2024

La Historia de la universidad en Barcelona (ss.XV-XIX), parte 9



Lonja (Llotja) de Mar, sede de los estudios superiores técnicos, ss. XVIII-XIX)


 El cierre del Estudio General de Barcelona -salvo los Estudios de Medicina y de Artes-, y su traslado a Cervera, tras una primero propuesta de traslado a Granollers, ¿fue un maleficio, o una oportunidad?

El Estudio General de Cervera ¿fue mediocre o rivalizó con el Estudio General hispano más prestigioso de Salamanca?

Las opiniones y juicios fundados divergen. Textos ya del siglo XIX apuntan en direcciones contrarias.

Lo cierto es que la vida académica de Barcelona, presidida por las recién fundadas academias, por el prestigio del Estudio de Medicina y la Academia Matemática Militar -la única del reino, tras el cierre de la fracasada academia de Madrid y el trasvase de la academia de Bruselas desplazada a Barcelona, que comprendía la primera escuela de arquitectura del reino (tras el también fracaso de la escuela que planeó el arquitecto Juan Herrera, a petición de Felipe II, dos siglos antes)- se acrecentó con una singular decisión de la Real Junta Particular de Comercio, una institución en defensa del comercio, que sustituía al Consulado del Mar, un organismo medieval, similar a la de otros puertos mediterráneos, que legislaba sobre el comercio marítimo, que no fue disuelta por los Decretos de Nueva Planta, y que a partir de los inicios del siglo XVIII, con la llegada de un nuevo linaje real, reorganizaron política, administrativa y culturalmente los territorios del antiguo reino de Castilla y el Principado de Cataluña.

 La pérdida de la importancia del comercio mediterráneo, en favor del oceánico, llevó al cese del Consulado en favor de la Junta de Comercio, centrada en la naciente industria textil en el Principado, favorecida por los aranceles reales sobre los tejidos ingleses, apoyada en el comercio de esclavos, el cultivo del algodón en plantaciones caribeñas, la producción fabril de tejidos aprovechando los cursos fluviales, llamados -significativamente- indianas, y su comercio con las colonias y virreinatos ( denominadas Indias asiáticas -Filipinas- y americanas), y el aún existente comercio mediterráneo. 

La Junta fue creada con aprobación real a mitad de siglo. Diez años más tarde, en 1769, la Junta, con la autorización real, instauró catorce estudios superiores técnicos al servicio de la cada vez más potente industria textil. 

Los primeros estudios superiores, y los más importantes, fueron los Navales. Siguieron, entre otros, Estudios superiores de taquigrafía, economía, idiomas (árabe, en beneficio del comercio con África del Norte), química (útil para la composición y el manejo de tintes), diseño (necesario para los motivos que se estampaban, y precedente de la academia de bellas artes, con estudios de arquitectura, estampación,  arquitectura, independiente del Diseño aunque compartiendo asignaturas, a principios del siglo XIX (la multiplicación de las colonias textiles requería destreza en la planificación y la construcción de talleres, casas patricias, viviendas obreras e iglesias, uniendo salubridad física y espiritual ), física, mecánica y botánica.

Esta multiplicación de estudios, focalizados no en la teoría y los saberes clásicos, sino en la experimentación y la práctica, unos de los más importantes de Europa, para los que la lengua universitaria que seguía siendo el latín tenía escasa utilidad, se ubicaron en el palacio de la Lonja (Llotja) de Mar, un amplio espacio medieval que había acogido transacciones mercantiles medievales y el Consulado del Mar medieval y renacentista, obra de varios arquitectos, entre éstos, el brillante Marc Safont (que aunaba a su trabajo de arquitecto el de comerciante de esclavos, cuya fortuna vino de la obtención de bienes judíos tras los pogromos de finales del siglo XIV), y que fue engrandecido para la ocasión. 

La creciente falta de espacio en el edifico de la Lonja -que hasta acogió representaciones de ópera en el siglo XVIII- llevó a la búsqueda de nuevas sedes.

Barcelona contaba, en la primera mitad del siglo XIX, con un singular patrimonio arquitectónico: decenas de amplios conventos, algunos incluso cenotafios reales, como el convento de San Francisco, dotados de claustros, templos y estancias, vacíos y abandonados, en más o menos buen estado, tras las sucesivas oleadas de peste, mortíferas, y  tras la llamada desamortización de Mendizabal, una operación que llevó a la expropiación de bienes eclesiásticos, inspirada en el Trienio Liberal, que en pleno gobierno absolutista del rey Fernando VII, logró imponer, por poco tiempo, la napoleónica constitución de Cádiz, que ponía freno al poder eclesiástico en favor del poder civil, y creaba instituciones inspiradas en la República romana -aunque Napoleón Bonaparte se hiciera coronar como emperador, Napoleón I, a imagen de los emperadores carolingios, imitadores a su vez de los emperadores romanos. 

La exclaustración y la disolución de las órdenes religiosas, ordenadas por el presidente del Consejo de Ministros, Juan Álvarez Mendizabal, en 1835, durante el Trienio Liberal, bajo el reinado de la regente María Cristina de Borbón, a la espera de la mayoría de edad de la futura reina Isabel  II -lo que desencadenaría las llamadas guerras carlistas, cuyos rescoldos llegaron hasta finales del siglo XX- dejó en estado de abandono, al que sucedió la privatización, a grandes construcciones monásticas. 

El convento de San Sebastián, en Barcelona, sirvió de acomodo a varios estudios superiores que ya no tenían cabida. El traslado duró hasta principios del siglo XX. La ruina minaba el convento. 

La Junta de Comercio había mutado. Se había creado el Fomento de Trabajo, fundado por los patronos de las grandes industrias textiles. El comercio del hilado y el tejido del algodón seguía pautando la moderna vida económica y cultural de Barcelona.

Las revueltas obreras y las guerras carlistas habían arruinado a la descomunal fábrica  de hilos de Can Batllo, que quebró y cerró a finales del siglo XIX. Obra del arquitecto Rafael Guastavino, ocupaba seis manzanas de la trama urbana. 

El cierre de ls fábrica y la necesidad de más técnicos medios y superiores, que no doctores en ciencias, necesarios para la aún potente industria textil, basada ahora en la máquina de vapor, a costa de la mano de obra, llevó a la compra de los locales y la instauración de la llamada Universidad Industrial (hoy Escuela Industrial) que recogía los estudios creados en la lonja de Mar, a los que se sumaron nuevos equipamientos como una Residencia Universitaria, aunque no se aceptaron los estudios de arquitectura que se ubicaron en la recién universidad literaria de Barcelona -sobre la que aún no hemos escrito nada.

Se estaba cerrando un capítulo de más de cinco siglos, presididos por las escuelas catedralicias, las escuelas mayores, y el Estudio General y sus vaivenes políticos y geográficos.


(continuará)

jueves, 25 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XVIII), parte 8



Emblema de la Academia de los Desconfiados, Barcelona, principios del siglo XVIII: explorando el tumultuoso e ignoto mar, aún con el riesgo de un naufragio 


 La ciudad griega de Atenas y, a continuación y por eso mismo, la civilización occidental, deben su supervivencia y su vida hasta hoy a un héroe: Akademos.

El rapto de la espartana princesa Helena, casada con el rey de Esparta, Menelao, por el príncipe troyano Pâris, desencadenó la guerra más mortífera que jamás se produjera: la guerra de Troya, con la que los dioses quisieron diezmar a los ruidosos humanos que turbaban el placido sueño divino.

Mas, este rapto no fue el primero que la bella Helena sufrió. Cuando apenas era una adolescente, el príncipe ateniense Teseo se fijó en ella y se la llevó a Atenas.

Los hermanos de Helena, Castor y Pólux, partieron de inmediato en su búsqueda y rescate. Llegados a Atenas amenazaron con arrasar la ciudad (lo que no les hubiera costado: eran los Dioscuros, los hijos favoritos de dios, el Dios-padre Zeus); ante la inminencia del ataque, un ateniense, llamado Akademos, les reveló el nombre de la isla donde Teseo había encerrado a Helena. Los Dioscuros perdonaron a Atenas.

A la muerte de Akademos, los atenienses rodearon su tumba con olivos y cipreses, que acabaron por confirmar un bosque tan sagrado que en las sucesivas guerras que Atenas emprendió y sufrió, pese a las destrucciones padecidas, el bosque nunca fue arrasado.

Ya en la historia, cuando en el mundo los humanos sustituyeron a los héroes, Platón fundó un centro de estudios en el que impartía y debatía cabe la arbolada tumba de Akademos. Nacía la Academia que sobreviviría ocho siglos, con las enseñanzas de discípulos platónicos y neoplatónicos,  hasta su cierre en el siglo VI dC, a manos cristianas.

El nombre propio Academia devino un nombre común a finales del Renacimiento en la Europa occidental.

Una academia era el nombre de una institución de educación superior opuesta a la universidad. La oposición estaba causada por los temas o las enseñanzas impartidos. Todas las especialidades no tratadas o mal tratadas por la universidad, marcada por el peso de la religión cristiana, católica en particular, devinieron objetos de estudio de las academias.

Existía otra razón, no ya intelectual, sino clasista. Las academia fueron fundaciones aristocráticas, frente al carácter más plebeyo de las universidades (o Estudios Generales). En las academias, los nobles podían discutir, libres de la tutela eclesiástica, toda vez que los estudiantes universitarios solían ser clérigos y que la Santa Inquisición y la iglesia controlaban los contenidos de las especialidades universitarias, que comprendían teología y derecho canónico. 

Por otra parte, las universidades estaban dedicadas al estudio de enseñanzas humanísticas y teológicas. Las ciencias experimentales quedaban fuera de sus objetivos, ciencias juzgadas sospechosas porque hurgaban en el origen de las cosas, un origen divino que no podía ser cuestionado.

No es casual que la segunda academia de Barcelona, fundada a principios del siglo XVIII, cerrada al concluir la guerra de sucesión europea, se llamará la academia de los desconfiados: la duda, el cuestionamiento de las afirmaciones no demostradas sino tan solo apoyadas en dogmas de fe supuestamente irrefutables, intocables, eran los acicates de las preguntas acerca del mundo que los académicos trataban, de las fundadas dudas acerca de las verdades irrefutables basadas en la tradición que planteaban..

La cierta libertad religiosa de la que las academias gozaron desde sus inicios contrastaba con la dependencia real, especialmente en el reino de Francia -y en el reino de España, con la llegada de un rey emparentado con la casa real francesa-: las academias, a través del estudios del lenguaje, de la depuración de la gramática, de las enseñanzas en el hablar y el escribir con corrección, prudencia y precisión, favorecían las cuidadas alabanzas del buen gobierno monárquico, de las luces del rey que permitía, que invitaba incluso, a los académicos en explorar, a través del lenguaje, la correcta denominación de las cosas, sometidas entonces a estudios y experimentos para descubrir sus causas y sus funciones: las letras y las ciencias, ambas al servicio del cuestionamiento de las cosas terrenales (y no celestiales, más propicias de las enseñanzas universitarias), eran los pilares de los estudios académicos.

Las academias fueron particularmente importantes en Barcelona en el siglo XVIII: suplieron el cierre del Estudio General (un centro, por otra parte, desfasado en el naciente siglo de las luces, luces que las academia aportaban en contra del oscurantismo religioso que la universidad respetaba o fomentaba).

 Las academias fueron espacios acotados de saber propiamente científico, liberado en parte de presupuestos incuestionables. Espacios cultos, aristocráticos, exclusivos, en los que cierta nobleza ilustrada se atrevía a plantear cuestiones que la universidad pública no podía abordar.

Cinco fueron las academias que la ciudad de Barcelona, poseyó, a imitación de las de París (y las principales ciudades provincianas del reino de Francia), Madrid (una corte francesa y afrancesada) y ciudades italianas como Roma y Turín.

Ya citamos que la primera academia de los reinos de Portugal y de España, fue la academia de Santo Tomás, fundada en el siglo XVII, una academia de eruditos, marcada por la lectura reaccionaria tomista del mundo, pero abierta sin embargo a la creación literaria y poética “profana”.

Las academias canónicas se fundaron un siglo más tarde. A la ya mencionada Academia de los Desconfiados, se sumaron la Academia Matemática Militar -sin duda la más importante y liberal, como veremos-, la Academia de Buenas Letras -sustituta de la Academia de los Desconfiados, cerrada debido a su apuesta por el archiduque Carlos de Habsburgo, frente a Felipe de Borbón, pese a que el archiduque renunció al trono de España en favor del trono del Sacro Imperio Germánico que le fue ofrecido-, la Academia de Ciencias Naturales (o de Artes y Ciencias), la Academia de Medicina y la Academia de Nobles Artes. 

Fundadas por aristócratas, en las que el acceso de plebeyos fue, tras discusiones, aceptado ocasionalmente, cuyos centros inicialmente fueron casas nobles o palaciegas, pronto obtuvieron el calificativo o título de Real. 

Se trataba de centros, al igual que en el resto de las ciudades europeas, dedicados a la teoría y del experimento, en contra de la ciega, incuestionada, reiterativa práctica artesanal. La teoría planteaba preguntas, abría vías de conocimiento que los gremios -la antítesis de las academias- y las mismas universidades no necesitaban o no se atrevían a afrontar. 

La experimentación o los modelos teóricos requerían la superación las prácticas probadas. Se trataba de abordar nuevos enfoques y nuevos temas que la costumbre no concebía.

La mayoría de dichas academias, aunque sin el lustre que tuvieron en el siglo de las luces, han sobrevivido hasta hoy. Nuevas academias, como la Academia o Instituto de Estudios Catalanes, fundado en el siglo XX, con la necesaria o normativa misión  de depurar y fijar el correcto uso de la lengua -una función propiamente académica, que estuvo en el origen de la academia francesa, y de la real academia española-, fueron ocasionalmente creadas modernamente.

Las academias barcelonesas gozaron de una ventaja imprevista: el cierre del Estudio general y el desplazamiento de las enseñanzas teologales e incuestionadas, basadas en la letra ya sabida, memorizada, a Cervera. Una nueva mirada era posible sin las trabas que hoy calificaríamos de académicas.

Otras instituciones también se beneficiaron del destierro del Estudio General, de incierta suerte en el árido páramo, geográfico y cultural, de Cervera….


….como comentaron en un nuevo “capítulo”.

domingo, 21 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 6



P. P. Rubens: Ignacio de Loyola impartiendo en el Colegio de Nuestra Señora de Belén de Barcelona, grabado, s. XVII


Barcelona no se caracteriza por la importancia de sus universidades privadas. Sin embargo, tres escuelas, de química, y de estudios empresariales y económicos, durante muchos años ajenas a la estructura universitaria, se encuentran entre las más citadas del mundo.

Curiosamente, las tres pertenecen al ámbito religioso. Es muy posible que esta adscripción no sea fruto de la casualidad. Tiene una larga historia.

Si el Opus Dei es una prefatura o secta católica, reconocida por la iglesia católica, fundada en el siglo XX, la Compañía de Jesús es una orden católica que se remonta a su fundador, Ignacio de Loyola, en el siglo XVI. 

La ciudad de Barcelona jugó un importante papel en la organización de la orden. Su fundador vivió varios meses en casas aristocráticas de la ciudad, y dejó un legado que aún perdura, pese a la expulsión de España de la orden jesuitica en el siglo XVIII.

Dicho legado se percibe en la instauración de centros educativos medios y superiores. Sus antecedentes se remontan a la estancia del fundador de la orden en Barcelona. Fueron dos centros educativos superiores, dos estudios generales privados, que compitieron con la llamada Universidad del Estudio General pública, instalada, como ya vimos, en lo alto de la llamada Rambla de los estudios, justo delante de un trama de la  muralla de la ciudad.

La estancia de Ignacio de Loyola dio lugar a la fundación del Colegio de Nuestra Señora de Belén, presidido pu un templo destruido por un incendio en el siglo XVII y reemplazado por la actual iglesia barroca de Belén, incendiada a su vez durante la Guerra Civil en el siglo XX. 

El Colegio se encontraba en el cruce de la calle del Carmen -donde se ubicaba también el convento del Carmen que jugaría un gran papel en la posterior historia de la universidad en Barcelona- con las Ramblas. 

Los estudiantes del Estudio General  podían pertenecer a la aristocracia, pero no eran los primogénitos. Nobles, pero escasos de fortuna, escogían la vía académico-religiosa para mantenerse. 

Esta falta de “clase” condujo a que la familia aristocrática de los Cordellas decidiera fundar a mediados del siglo XVI, con una bula papal y la venia del emperador Carlos V, cuando el Estudio General público aún no disponía de una sede propia,  un Estudio General privado para los primogénitos de la familia de los Cordellas: el Imperial y Real Seminario de Nobles de Cornellas, emplazado en la Rambla de los estudios, pared contra pared con el Colegio jesuítico. 

Dicho centro contaba con las mismas especialidades que la Universidad del Estudio General, a las que se añadieron dos de enseñanzas necesarias para el buen hacer aristocrático: la danza y la esgrima, con las que se podía destacar en la corte. 

La lógica escasez de primogénitos de las ramas de los Cordellas pronto obligó a abrir el Seminario o Colegio a primogénitos, y luego a miembros en general, de las familias nobles de la ciudad. Esta apertura tampoco fue suficiente, pese al prestigio social de algunos estudiantes como el virrey de Perú en el siglo XVIII. La pérdida de poder y económica del Colegio llevó a que su gestión dejara de estar en manos familiares y fuera entregada a los jesuitas.

El Colegio de los Cordellas ligó así su suerte al de la Compañía  de Jesús. La expulsión de ésta acarreó la ruina del Colegio, proscrito por Carlos III. La sede fue vendida a la Academia de Ciencias, que demolió el edificio y construyó la sede academia en su lugar, que aún hoy ocupa.

Las relaciones entre ambas instituciones jesuiticas eran tensas. De igual modo, los estudiantes de dichas instituciones jesuiticas y de la Universidad del Estudio General discutían violenta, agresivamente, sobre la interpretación de la naturaleza divina: su manifestación sensible, bajo la forma de un ser humano, visible, sensible y mortal, ¿difiere de la naturaleza de su padre, divina e invisible, sin concreción material? La diferencia entre lo invisible y su cara visible ¿es esencial o solo lógica?

Los jesuitas seguían las enseñanzas del teólogo y filósofo Francisco Suárez, para quien no existía un abismo entre el mundo material y el mundo espiritual, abismo que, por el contrario, Tomás de Aquino había destacado, impidiendo así cualquier reflexión, cualquier pregunta o duda acerca de la naturaleza o existencia divina, ya que Dios escapaba a la humana comprensión. Estaba fuera de toda duda.

Los estudiantes de las universidades privadas eran, por el aquel entonces,”modernos”, aceptando el cuestionamiento divino; los de la universidad pública, en cambio, cerraban los ojos ante lo imponderable. Negaban que se pudiera inquirir sobre la divinidad. 

El enfrentamiento entre suaristas y tomistas llevó a éstos últimos a crear un centro de estudios superiores dedicado a la teología: la Academia de Santo Tomás de Aquino, ubicada en el hoy desaparecido convento de Santa Catalina (la santa patrona de los estudiantes, convertida así en la defensora de la ortodoxia). 

Esta academia tendría hoy escasa importancia si no fuera por dos razones: la primera y más importante, porque fue la primera academia fundada en la península y posiblemente en Europa. Los miembros solían ser docentes del Estudio General. Fue un centro teológico y filosófico, pero también artístico, potenciando la creación literaria y poética, con el aval papal. La segunda razón tiene quizá más peso local. Mutó, tras el derribo del convento de Santa Catalina y su conversión en mercado (un proceso que se dio en Barcelona con la conversión de mercados de ideas en mercados de bienes materiales), en la Academia de Buenas Letras, una de las cuatro academia barcelonesa fundadas, al igual que en Europa, en el siglo XVIII.

El enfrentamiento entre los centros privados y público se agravó, como veremos, cuando la guerra de Sucesión europea: los estudiantes de la universidad pública tomaron la defensa del pretendiente de la familia imperial de los Habsburgo  -que favorecía la estructura política y territorial atomizada medieval -; los estudiantes jesuíticos, en cambio, se pudieron del lado del pretendiente del linaje de los Borbones, favorables a una modernización centralista, bajo el imperio de una única capital, del Estado y de las instituciones. La red frente al árbol, una discusión que sigue vigente.

Nos hemos alegado de la Universidad del Estudio General de Barcelona. ¿Qué camino nos espera?


(Seguiremos)






viernes, 19 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 5










 


La historia de la universidad de Barcelona es la de un deambular incesante. Entre los siglos XIV y XX, la universidad fue de sede en sede, como un alma en pena, asentándose apenas un año en algún caso, antes de volver a huir dejando un reguero de ruinas. 

Once sedes en una estrecha ciudad amurallada constituye un récord difícilmente superable, alentado a menudo por la oposición vecinal. Una universidad no era un espacio de paz y tranquilidad, sino más bien un grano molesto. Calificar a la universidad de nómada, por otra parte, podría dar la impresión que el desplazamiento es o era consustancial con su naturaleza. Nada más alejado de su naturaleza o función, enraizada en la ciudad (la universidad es una institución urbana). La universidad levantaba el campamento a toda prisa porque no hallaba acomodo dentro de la estructura urbana y social de la ciudad. La ciudad, en verdad, rechazaba la universidad. 

Ni siquiera el siglo XX logró que ciudad y universidad hicieran las paces. Pero la reacción universitaria ya no consistió en desplazarse incesantemente, sino en aferrarse en un lugar, resistiendo los envites del desalojo, los cierres ordenados y los asedios de la policía y de los intransigentes, de fuera y de dentro; y extendiéndose, como metástasis, contaminando, con acierto o no, otras áreas de la ciudad o de la periferia. Hoy la universidad es ubicua, aunque no necesariamente bienvenida.

Barcelona era una ciudad ahogada en un anillo de muralla, dotada de múltiples puertas fortificadas, señaladas y defendidas por torres semicirculares que daban un paso adelante con respecto a la fila de la muralla.

 Una de las puertas más señaladas, por donde accedían las mercancías a la ciudad, bajo la advocación de una de las patronas de la ciudad, Santa Eulalia, que le dio el nombre, se ubicaba en lo que hoy es el acceso a la calle de la Boqueria -la puerta también se la conocería posteriormente como la puerta de la Boqueria-, frente al desafortunado mosaico que Miró incrustó en medio del paseo de las ramblas. 

Es sobre dichas torres, coronándolas con dos modestas construcciones, de las que casi nada se sabe, que, en 1401, se ubicó la sede del Estudio de Medicina y el de las Artes, los primeros estudios universitarios de la ciudad que el rey Martín I el Humano ordenó crear. La sede ocupaba un espacio muy limitado, si bien dominaba la ciudad desde las alturas. 

Unos treinta años más tarde, en 1431, las llamadas Escuelas Mayores -unos centros de grado medio, públicos y privados, hasta entonces dispersos por la ciudad, aunque la mayoría en la vecindad de la catedral-, fueron obligadas a agruparse en una única sede. Un canónigo cedió una fonda que obraba en su poder, conocida como el Hostal d’ en García (la Fonda del Lleó); ubicado en lo que hasta hacía poco era una villa independiente de Barcelona, Vilanova dels Arcs, llamada así por las arcadas del acueducto romano en desuso, cuya estructura servía  de apoyo a casas tambaleantes.

Dicha sede, hoy en la calle Ripoll, no lejos de la catedral, acoge hoy un centro exclusivamente  femenino, pedida la universalidad original. La precaria condición del hostal, cuya construcción debía remontarse al siglo XIV, obligó a los tumultuosos estudiantes a desplazarse en 1448  a una nueva sede innominada en el barrio del Call -del que los judíos habían sido expulsados medio siglo antes, en el segundo pogromo violento de la historia europea, acusados de ser la causa demoniaca de la epidemia de peste.

A poco, en 1452, y en contra de los vecinos, cansados de ruidos, algarabías y peleas nocturnas de los estudiantes, la sede de la calle Ripoll tuvo que volver a acoger temporalmente a la unión de las Escuelas Mayores, antes de su conversión en un Estudio General: un centro de estudios superiores, una universidad, que comprendiera más especialidades que las que acogía una escuela mayor: en total, las especialidades de Derecho civil, Derecho canónico, Artes Liberales, Filosofía, Matemáticas y Teología  -legalmente ausente del Estudio General de Lérida, en cambio, ya que éste último estaba constituido a imagen del Estudio General de Toulouse, vetado de impartir teología, cuyas enseñanzas, por el contrario, eran exclusivas del Estudio General de París-.

1450 fue el año en que, por fin, el Consejo de Ciento municipal aceptó la instauración de un Estudio General en Barcelona, lo que con los años, casi cuarenta años más tarde, llevaría al cierre de las Escuelas Mayores, cuyos estudios superiores fueron transferidos al Estudio General.

Éste carecía de sede propia. El Colegio Tridentino -la Casa de la Caridad, aún existente- acogió temporalmente al Estudio General, desplazado posteriormente al desaparecido convento de Santa Catalina -sobre cuyas ruinas se edificó el mercado del mismo nombre. Dicha ubicación tenía sentido. Si los estudiantes europeos estaban bajo la protección de San Lucas (Sant Lluc), patrón también de los pintores, por haber sido el primer retratista de la madre del dios cristiano, la virgen María, los estudiantes de Barcelona gozaban de la protección añadida y particular de Santa Catalina de Alejandría, cuya tortura evocaba ya sea los malos tratos que hubieren recibido los estudiantes, ya sea los que causaban su actitud pendenciera, todo y siendo aquéllos , en su mayoría, clérigos -o quizá, podríamos aventurar, porque lo eran.

El esfuerzo económico sorprendentemente conjunto del Consejo de Cirnto (poder civil), la Catedral, y familias nobles (lo privado), permitió que se colocara la primera piedra de la sede propia del Estudio General de Barcelona en 1539, cuyas leyes u ordenanzas se fijaron en 1565, ya bajo Carlos V. Habían pasado casi dos siglos desde que la realeza había decretado la necesidad, insatisfecha por la oposición municipal, de un Estudio General que completara las enseñanzas del primer Estudio de la corona de Aragón, ubicado en Lérida.

La sede del Estudio Genersl fue obra del maestro de obras, Tomás Barsa. Ubicada en lo alto de las Ramblas -donde, tras el derribo de la sede, en 1843, se abriría la puerta de Isabel II-, estaba unida al convento de Santa Ana, parcialmente conservado. Santa Ana, precisamente, junto con Santa Eulalia y la Santa Cruz -que presidía el cercano hospital de la Santa Creu que había acogido , y lo volvería a hacer en el siglo XVIII, los estudios de medicina- eran los patronos protectores del Estudio General: un modesto edificio con un tejado a dos aguas, compuesto  de planta y piso, alrededor de un claustro, dotado de una capilla, cuya fachada lisa se ornaba con poderosas gárgolas -una de las cuales se ha hallado-, obra del maestro de obras, y un gran escudo en relieve, tallado en piedra, dedicado a Carlos V, que es uno de los pocos restos de dicha sede - hoy ubicado en una galería superior de uno de los claustros de la última sede, la sede actual de la Universidad de Barcelona construida en el siglo XIX.

El Estudio General de Barcelona ¿había hallado al fin acomodo en las enrevesadas  tramas urbana y mental de la ciudad? 


Para P.M, arquitecta, historiadora de la ciudad

(Seguiremos) 

miércoles, 17 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 4



 Medallón con la efigie del rey renacentista Alfonso V el Magnánimo, de la Corona de Aragón , que preside la universidad de Barcelona. 


Se han proporcionado distintas explicaciones al rechazo del consejo municipal de Barcelona, el Consejo de Ciento (Consell de Cent), a la instalación de un Estudio General ( una universidad) en Barcelona ya en el siglo XIV: coste -las universidades no pagaban impuestos-, inseguridad -los estudiantes causaban problemas de orden público-, y contrapoder -las universidades no se regían por leyes reales, municipales, civiles y religiosas o papales, sino que poseían su propio código, más permisivo que las leyes habituales, un código legal propio que se aplicaba en todos los casos salvo en casos de asesinatos. Hurtos, impiedades y revueltas, penadas civil y religiosamente, eran obviadas por las leyes universitarias. Es cierto que por encima del rector -escogido por los estudiantes- se hallaban dos representantes, del municipio y de la Iglesia, así como una comisión con miembros del consistorio, que podían evitar la independencia de la universidad, pero habitualmente el rector era la máxima autoridad y no debía rendir cuentas ante ningún otro poder. Poder que, por otra parte, necesitaba de los miembros de la universidad, formados en derecho civil y canónico, que, bien pagados por el municipio, fueron ganando protagonismo en el Consejo de Ciento.

La universidad era, pues, un poder temido y necesario, que hablaba su propia lengua, inhabitual en la vida civil: el latín. Raras eran las clases en catalán o castellano.

Tenemos que tener en cuenta, que la palabra nación, tan utilizada por  la política desde el siglo XIX, una palabra emponzoñada a menudo, que ha generado y genera guerras y enfrentamientos, en su origen, designaba a un grupo de estudiantes universitarios  extranjeros, de un mismo reino. Una  nación era una asociación benéfica que ayudaba a sus miembros que podían sentirse extraños y desasistidos en una ciudad que no era la suya. Aunque la unión era lo que caracterizaba a los miembros de una universidad, la palabra universidad no pertenecía inicialmente al vocabulario de la educación, sino del trabajo manual. Una universidad era un colectivo de trabajadores que practicaban una misma arte. De algún modo, universidad y gremio eran sinónimos, que destacaban lo común frente a las diferencias. Una universidad era un colectivo que compartía valores y saberes.

Son seguramente estas razones, como mínimo, que pueden dar cuenta de un hecho singular, único en Europa: el rechazo frontal del poder municipal, en Barcelona -una ciudad, sin embargo, menos importante a finales de la edad Media, que la eclesiástica Tarragona- a la fundación de una universidad -pese a necesitar a los titulados universitarios para un gobierno correcto.

Este rechazo contrastaba con la insistencia real en la creación de una universidad en Barcelona -contraviniendo, por otra parte, con las propias órdenes reales que imponían la existencia de una única universidad en los territorios de ls corona catalano-aragonesa, el Estudio General de Lérida.

Eso no significa que Barcelona careciera de estudios con entidad. Desde 1297, al menos, se impartían clases de latín y de las principales especializadas que, dos siglos y medio más tarde,  acabarían por constituir el cuerpo de enseñanzas de la llamada Universidad del Estudio General de Barcelona.

 Las escuelas catedralicias y municipales, públicas y privadas, llamadas Escuelas Mayores, impartían estudios que, sin embargo, no podían considerarse propiamente superiores y que, sobre todo, carecían de validez o reconocimiento fuera de la ciudad. La calidad de dichas escuelas no era uniforme, y su multiplicidad impedía controlar el nivel de las enseñanzas impartidas.

El número de reyes de la Corona de Aragón que trataron en vano de torcer la negativa del Consejo de Ciento a la creación de una universidad en Barcelona -al que el rechazo de Lérida a un nuevo Estudio General en los territorios catalano-aragoneses le venía bien- constituyen el florilegio real más extenso y notable: reyes tan destacados como Jaime II, Alfonso IV el Benigno, Pedro III el Ceremonioso, Martín I El Humano, Alfonso V el Magnánimo, Fernando II, hasta llegar a Carlos V, ya con la unificación de las coronas aragonesa y castellana, se toparon con el rechazo absoluto del consistorio df Barcelona, desde finales del siglo XIV hasta mitad del siglo XVI, mientras que otras ciudades de la Corona de Aragón -que, recordemos, poseía extensos territorios conquistados fuera de la península-, de distintos reinos peninsulares y europeos, veían la implantación y los beneficios que la institución universitaria aportaba a la política y la cultura de los reinos y repúblicas.

Una universidad solo podía instituirse con una orden real y una bula papel. Bula y privilegio existían en favor del Estudio General de Barcelona. Mas, no así la buena disposición del Consejo de Ciento que consideraba que las Escuelas Mayores ya cubrían las necesidades educativas de la ciudad -y cuyas necesidades de especialistas en derecho, por ejemplo, eran satisfechas por bachilleres, magistrados y doctores de Estudios Generales como los de Perpignan, Toulouse, Montpellier o incluso Nápoles. Una universidad era excesivamente desestabilizadora para el poder municipal.

Tres reyes supieron moverse entre las ariscas aguas del Consejo de Ciento. En 1401 y 1402 el rey Martín I el Humano logró imponer, pese a la oposición del municipio, la apertura de un Estudio de Medicina (que sucedía a una escuela reputada), y un segundo Estudio de las Artes, que se instalaron en el Hospital de la Santa Creu.

Entre 1448 y 1450, se vio un giro súbito, inesperado y de corta vida, del Consejo de Ciento, consciente de la creciente pérdida económica y de poder que implicaba haberse quedado fuera del circuito de estudios ínter-universitarios europeos, en un momento de creciente poder otomano en el Mediterráneo hasta entonces bajo el yugo de la Corona de Aragón. Los consejeros municipales enviaron una embajada ante la corte aragonesa, instalada en Nápoles, para pedir la apertura de un Estudio General, petición satisfecha este mismo año por Alfonso V el Magnánimo. 

Las dificultades no se solventaron, sin embargo. Una parte del Consejo de Ciento seguía oponiéndose al Estudio General, pese a que la fecha de 1450 se considera el año de la creación teórica de la universidad barcelonesa. Un siglo debió de pasar antes de que dicha institución pudiera abrir las puertas.

Ante la inanidad del decreto real, Fernando II, en 1488, impuso la unión de las Escuelas Mayores que cubrían enseñanzas medias, pero que también ofrecían algunas enseñanzas superiores.

La aplicación del decreto de 1450 estuvo dificultada o imposibilitada por la guerra Civil que se desató en el condado de Barcelona -y el principado de Cataluña- entre 1462 y 1472, un violento conflicto entre la ciudad y el campo, la nobleza y el pastoreo, entre defensores del rey Jaime II y de un sucesor no reconocido, aliado de la corona de Castilla, Carlos de Viana, al que apoyaban las Cortes catalanas que recaudaban los impuestos  -una guerra que, en parte, pareció anticiparse tres siglos a las guerras carlistas que tanto marcaron el devenir de la universidad española y en particular la de Barcelona.

El Consejo de Ciento, que se opuso a este nuevo decreto, acabó claudicando casi cincuenta años más tarde. En 1536, Carlos V pudo dar por concluido en enfrentamiento: la primera sede del Estudio general de Barcelona abrió sus puertas, si bien quedarían aún flecos por tratar: las ordenanzas (el cuerpo de leyes que regirían la nueva universidad), aprobadas en 1559, y, por fin, la incorporación de los prestigiosos estudios de medicina al Estudio General, dando lugar a la Universidad del Estudio General de Barcelona, en 1566, más de dos siglos y medio más tarde del primer decreto que anunciaba la instauración de Estudios superiores en Barcelona.

Mas, ¿qué valor poseyeron dichos estudios, que solo perduraron, tal como fueron establecidos definitivamente, un siglo y medio?


(seguira)




lunes, 15 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 3



Jaime II de Aragón , fundador del Estudio General de Lérida (Lleida)


El reino de Aragón requería una (al menos) universidad propia.

La pérdida de la universidad de Montpellier, vendida al rey de la Isla-de-Francia, no era un drama. La Corona de Aragón la había heredado, pero no creado.

El gobierno municipal de Lérida (Lleida) cortejaba al rey para la obtención de un Estudio General. Tal petición no desagradaba a la corte. Lérida se hallaba en el centro del Reino, en la frontera entre Aragón y Cataluña. Tras la dominación del reino de Valencia, Lérida se encontraba a igual distancia de Zaragoza, Barcelona y Valencia. No se imponía ninguna lengua vernácula. La buscada universalidad estaba garantizada. El territorio circundante poseía agua y campos cultivados, cuya riqueza era necesaria para mantener un estamento como una universidad que, por ley, estaba exenta del pago de impuestos.

La fundación de una universidad, en la Europa medieval, requería un doble permiso: imperial o real por un lado, y una bula papal por otro, sin la cual los programas educativos no podían equipararse con los de otras universidades debidamente fundadas.

El privilegio real y la bula papel no se hicieron esperar. Lérida inauguraba el Estudio General en el año 1300. El municipio había obtenido además la promesa que ningún otros Estudio General se instalaría en los territorios de la Corona de Aragón. 

Vana promesa, empero. Perpignan, Huesca, Mallorca y Gerona se dotaron de un Estudio en los siglos XIV y XV; Vic, Solsona y Tortosa, en el XVI: 

Sin embargo, pese a ser calificados de General, dichos Estudios no lo eran: es decir, los títulos de dichas universidades no eran homologables: tan solo ella de Lérida eran internacionalmente válidos, reconocidos por las distintas universidades europeas.

Lérida se dotó de un campus, cabe el río: el primer campus europeo, mucho antes que el más célebre y perdurable Barrio Latino de París. Los estatutos del Estudio General de Lérida son los más antiguos que se conservan hoy en Europa/

El campus ilerdense estaba dotado de todo lo necesario para la vida universitaria: una sede con aulas, residencias para estudiantes, salas de estudio, biblioteca,, tabernas y prostíbulos. La vida universitaria era agitada y ruidosa, pero las instalaciones se hallaban en los márgenes de la ciudad; ruidosa y turbulenta pese a que los -los, aunque ninguna ley prohibía a las mujeres estudiar en la universidad, si bien se requería autorizaciones raramente concedidas- estudiantes eran clérigos. Éstos se preparaban para la vida religiosa si bien solo habían hecho el voto de pobreza, y pobres muchos lo eran, ya que los primogénitos de las familias aristocráticas no solían acudir a la universidad, y los benjamines no heredaban, por lo que solo los quedaba la carrera eclesiástica para subsistir; una carrera educada a menudo en derecho canónico y, en ocasiones, en los largos y difíciles estudios de teología.

Los estudiantes del Estudio General disponían de las mismas prerrogativas que los de la más reputada universidad de Toulouse. Muchos de los estudiantes de Lérida habían iniciado sus estudios en la universidad de Bolonia, regresando a Lérida cuando ésta se dotó de una universidad. Eran estudiantes formados. Pero, el Estudio General de Lérida pronto languideció hasta su cierre en 1714.

Mas, estamos ya en el Renacimiento y no hemos mencionado aún el Estudio General de Barcelona. ¿ Acaso no existía?





domingo, 14 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 2


 Las naciones son construcciones decimonónicas. Se basan en la supuesta identificación entre ciudadanos y territorios. Poseen una única lengua, un mismo credo, una bandera, una singular visión del mundo que los distingue -y los aísla- de los miembros de otras naciones. Las naciones se definen como conjuntos cerrados identitarios y excluyentes. No reconocen a quienes no se considera que forman parte de la nación.

Anteriormente a esta construcción mental y política, solo existían propiedades privadas de un soberano: imperios, reinos, principados, ducados, condados, sultanatos, emiratos, y repúblicas (en menos de unas pocas familias, como en Venecia), entre otras formas de organización, algunas de las cuales existen aún hoy en día.

En tanto que bienes tribales, clánicos o familiares, bienes patrimoniales, en suma, estaban a entera disposición de los propietarios. Se utilizaban como parte de dotes que se intercambiaban o se donaban como regalos cuando nacimientos y bodas, se transmitían hereditariamente, cubrían deudas o pagaban imposiciones en caso de derrotas. Los territorios y sus habitantes se intercambian. Pagaban las necesidades y los caprichos, las historias de los soberanos. Eran, pues, bienes al servicio de los gobernantes propietarios. Los habitantes, en cambio, no intervenían en el vaivén de los territorios cuando pasaban de mano en mano. No existía, ni era concebible, una identificación excluyente con un territorio. La idea de patria, felizmente, no había sido aún forjada e impuesta.

El pago de deudas y el abono de ofrendas y regalos en forma de territorios explica que la Corona de Aragón fuera uno de los primeros reinos en poseer una notable, pujante y reconocida universidad (un llamado Studium Generale).

El reino de Aragón agrupaba, como un puzzle, extensas posesiones territoriales en la península, en islas mediterráneas y en el Mediterráneo central y oriental, conquistadas y dominadas a sangre y fuego con la ayuda de violentos mercenarios, los almogávares en el siglo XIII. Las islas Baleares cayeron así bajo el mando del rey de Aragón, Jaime I, apellidado lúcida y fríamente  “el conquistador”.  Mas, en el reparto de la herencia, es decir de las tierras conquistadas y de los súbditos -que solo podían asentir el cambio de titularidad, y cuya aquiescencia, en verdad, no era esperaba, requerida ni necesaria-, la isla de Mallorca recayó en el primogénito, el rey Jaime II, junto con otras posesiones territoriales. Entre éstas, el señorío de Montpellier, que la corona de Aragón había recibido previamente como dote matrimonial a principios del siglo XIII.

La ciudad de Montpellier fue una de las primeras en disponer de un Estudio general fundado poco después de la absorción del señorío de Montpellier por el Reino de Aragón. El Estudio General de Montpellier se caracterizaba por unos estudios de medicina modélicos, renombrados, inspirados en la primera y más célebre escuela de medicina de Salerno, en el sur de la península itálica, en la que confluían -y se aceptaban- saberes griegos, árabes y hebreos. 

El reino de Mallorca, tras el fugaz paso del Estudio General a manos del reino de Aragón, se convirtió así en uno de los primeros reinos europeos en poseer un Estudio General. Pocas ciudades, pocos territorios disponían aún de una universidad reconocida; a principios del siglo XIII, tan solo Bolonia, París, Oxford, Toulouse y Salamanca. Y ninguna con estudios de medicina reconocidos. Salerno poseía el mejor estudio de medicina europeo, pero no disponía de un Estudio General (que tiene que incluir, amén de la especialidad de medicina, carreras de artes liberales, derecho civil y canónico, matemáticas y teología). 

La aridez, la pobreza del reino de Mallorca impidió que pudiera mantener por mucho tiempo una posesión tan alejada del centro de poder isleño como era el señorío de Montpellier. Pronto, el rey cedió dicha posesión al rey de Aragón -se la devolvió en verdad, en este constante intercambio de tierras y personas que caracterizaba la política desde la antigüedad hasta Napoleón I, en Europa, aunque prosiguió hasta el siglo XX en dominios coloniales. A poco, todo se reino de Mallorca se entregó a la Corona de Aragón.

Ésta hubiera podido disponer por mucho tiempo de un brillante Estudio General. Pero ni siquiera la poderosa y temible Corona de Aragón pudo mantener al recuperado señorío de Montpellier, vendido finalmente y para siempre al rey de la Isla de Francia Felipe VI de Valois en 1349.

El reino catalano-aragonés hubiera quedado de nuevo sin Estudio General  -una posesión que determinaba la superioridad intelectual de un territorio o una ciudad, cuyo prestigio favorecia el intercambio de bienes y de ideas-si, cuarenta y nueve años antes….


(Próximamente, en el capítulo 3….)


Nota: la exposición que el MUHBA de Barcelona inaugurará el 15 de mayo de 2025, cuenta con documentación a cargo de Oscar Poggi, Ricard Ellis, Fernando Albaladejo y el comité científico compuesto por Mònica Blasco, Àngel Casals, Mireia Castanys, Daniele Cozzoli, Doris Moreno, Ramón Pujades, Estanislao Roca, Joan Roca, Ruth Rodríguez, María Rubert, Carles Santacana y Francesc Vilanova, junto con contribuciones que tampoco tienen precio de Diego Sola, Josep Montserrat, Ramón Graus, Carmrn Fenoll, y los responsables del Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona, el Arxiu Històric del COAC, el Arxiu de la ETSAB, y el Arxiu Històric de la UB y el Arxiu Històric de la Biblioteca de la UB, sin cuyas aportaciones, recomendaciones y correcciones esta exposición no hubiera podido plantearse.

Los errores solo son imputables al autor de estos breves textos.

sábado, 13 de julio de 2024

La historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XXI), parte I


 Estudiantes universitarios, finales s. XIV , Museo Cívico Medieval, Bolonia (Italia)


Tras la devastación europea, un siglo más tarde de la caída del imperio romano occidental, a finales del siglo VI, rota la administración del territorio y el cultivo de los campos, asolada por epidemias y hambrunas, tan solo temporalmente frenada por la recuperación parcial del imperio por Justiniano (emperador romano oriental), Europa se estabiliza política, cultural y económicamente con el emperador Carlomagno, en el siglo IX.
La estabilización se acentúa pasado el primer milenio, y ve, por vez primera desde el fin del imperio romano, la recuperación, no ya del poder imperial o real, sino municipal. Las vías de circulación comercial son más seguras, la agricultura se recupera, las hambrunas disminuyen, y la inseguridad ya no es un obstáculo para el restablecimiento de contactos comerciales, culturales y políticos entre reinos, clanes nobles y repúblicas.

Mas, frente al regreso del derecho romano o Justiniano, que pauta las relaciones humanas y comunitarias, dos nuevos peligros para la integridad territorial y comunitaria despuntan: el gran cisma religioso que divide, en el siglo XI, Europa entre la iglesia cristiana de oriente, caracterizada por la consideración del dios cristiano como un dios monarca, u la iglesia cristiana occidental, que defiende a un dios más humano que divino. El enfrentamiento entre el poder secular del emperador del Sacro Imperio Germánico, creado por Carlomagno, que se extiende por el centro y el norte de Europa -y se presenta como la revitalización del Imperio Romano occidental- y el poder religioso papal -con amplios dominios territoriales en el sur de Europa, en la península itálica, sobre todo-, que creó bandos enfrentados en el seno mismo de las ciudad ( como el célebre y mortífero conflicto entre güelfos que defendían al Papa, y los guibelinos proclives a apoyar el emperador, que recorre la trágica historia de Romeo y Julieta), amenazaba de nuevo la cierta unificación y pacificación territorial europea.

La gestión de ambos rasgos -las nuevas relaciones profanas y sagradas comunitarias o ciudadanas- requería nuevos conocimientos del derecho civil (el derecho romano) y del derecho canónico forjado desde los primeros concilios a finales del imperio romano occidental. La necesidad de doctores en ambos derechos, que pudieran legislar sobre las relaciones materiales y espirituales, evitando o disminuyendo conflictos, se hizo evidente. 

La ciudad italiana de Bolonia jugó un papel decisivo mediador en las conflictivas relaciones entre el emperador y el papal, el poder secular y el poder espiritual. Ubicada en un punto fronterizo entre ambos dominios, y habitada por un gran número de jóvenes atraídos por su carácter liberal, la ciudad decido crear unos potentes estudios superiores de derecho canónico y secular o civil, que ayudaran a desactivar enfrentamientos, a partir de la aplicación de leyes romanas de probada eficacia durante el primer milenio. Nacía así el llenado Estudio General de Bolonia, probablemente la primera universidad mundial, a finales del siglo XI.

El Estudio General (Studium Genérale, es así como se ha sólido denominar a la Universidad hasta el siglo XVIII, hasta la revolución napoleónica), no fue el primer centro de estudios superiores que hubiera existido. Centros muy especializados en el estudio de cuestiones religiosas, científicas y filosóficas existieron en la India desde el segundo milenio antes de Cristo, en Babilonia, en santuarios egipcios, en la ya muy posterior biblioteca alejandrina. Los imperios maya o chino, entre otros, poseían centros de formación de escribas con conocimientos superiores de matemática, astronomía , arquitectura y literatura que no estaban al alcance de todo el mundo. Los estudios, los conocimientos de escuelas como la  pitagórica, la sáfica, la délfica, la academia platónica, el liceo aristotélico (por mencionar solo centros célebres de la Europa occidental y central), no han sido superados en algunas cuestiones y siguen alimentando ciertos conocimientos universitarios. No se pueden obviar, al menos.

Pero todos estos centros, muchos asociados a templos, al igual que las escuelas propias de monasterios y catedrales en la Europa de la Alta Edad Media, hasta el siglo XI, no eran de acceso fácil. 
Y, por otra parte, los estudios de un centro no eran homologables con los de otras casas del saber. 
Eso no impedía que letrados viajaran de un centro a otro. Los sacerdotes del templo de Jerusalén se formaron en las bibliotecas babilónicas. La leyenda cuenta viajes de Platón a Egipto, a la India incluso. Seguramente no se produjeron. Pero su narración no era juzgada como imposible o fantasiosa. 

La radical novedad introducida por el Estudio General de Bolonia, cuya fundación fue seguida casi inmediatamente a continuación por los de París y Oxford, y Toulouse, fue la equiparación de los estudios en distintos Estudios. Estudios de aplicación universal.

Todos los Estudios requerían una doble aprobación: secular (real o imperial, salvo excepciones en territorios republicanos o comunales), y religiosa. Una orden política (un privilegio real, por ejemplo) y una bula papal eran requisitos para que unos estudios superiores se consideraban homologables.
Dicha homologación implicaba que un estudiante podría llevar a cabo su educación en distintos centros europeos, completando determinadas enseñanzas en los Estudios Generales los que impartían los mejores docentes. 
Cada Estudio General europeo se especializó. París brillaba por los estudios de teología; Montpellier, de Medicina. Pero los programas de cada Estudio General eran semejantes y equivalentes, y todos impartían unos mismos estudios: artes liberales, matemáticas, medicina, derecho civil, derecho canónico, y teología: un estudios largos, de unos seis a diez años, en función de la especialidad, culminamos por magisterios (“masters”) y doctorados; cursos que exigían plena dedicación, teóricos y prácticos, y que recurrían a saberes reglados clásicos, cristianos, judíos, islámicos y babilónicos. 

Los Estudios Generales se convirtieron en centros donde se formaban, no la élite militar o económica europeas, ni tan siquiera solo intelectual (religiosa y filosófica) sino también práctica (médica y especialistas en abogacía). La vida, las relaciones culturales y políticas, en Europa, cambiaron para siempre (casi siempre para bien, aunque las excomulgaciones no andaban lejos cuando los estudios abordaban cuestiones de derecho canónico, filológicas, incluso médicas, lo que, por otra parte, mostraba la agudeza e incidencia de los estudios e interpretaciones).

Mientras, ¿qué ocurría en los territorios sureños de la cada vez más conquistadora Corona de Aragón?

Abordaremos la cuestión en una segunda de cuatro partes dedicadas a la historia del Estudio General de Barcelona

Esta historia se expondrá en una exposición (cuyo título provisional es Casas del saber)  y una publicación que está preparando el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona,  gracias a la dirección del director Joan Roca, la conservadora Mónica Blasco y el historiador Ramón Pujadas, y la colaboración de las universidades de Barcelona y de la Politécnica de Cataluña, para el mes de mayo de 2025. 

La iniciativa surge de UPCArts, liderada por Carme Fenoll, el MUHBA, y la UB y UPC, que ha dado ya como primer resultado un congreso internacional en marzo de 2023, con un comité científico de estudiosos del MUHBA, y las universidades UPC, UB, UPF, UAB y URL, financiado por el MUHBA y el Ayuntamiento de Barcelona, cuyas actas en prensa como catálogo de la muestra (a la que un folleto o breve publicación también acompañará).