Fotos: Tocho, agosto de 2021
Pese al poco afortunado nombre -NarboVia-, se trata del museo de arqueología más recientemente inaugurado en Francia, y uno de los últimos nuevos museos en general abiertos en Europa.
La obra concluyó hace un año; la pandemia retrasó la apertura al pasado mes de julio.
El proyecto del arquitecto británico Norman Foster se ha levantado con piezas prefabricadas de hormigón en la periferia de Narbona, y se asemeja a un hangar industrial que preserva o rescata piezas mutilaras, devolviéndoles prestancia, sin camuflar las heridas.
Narbona, uno de los puertos romanos más importantes en el Mediterráneo Occidental -hoy en medio de las tierras debido a la acumulación de los sedimentos.
Cuesta hoy creer que Narbo Martius, una colonia Romana, bajo la advocation del dios de la guerra Marte, fundada a finales del s. II aC a partir de un asentamiento íbero, llegó a ser la capital de la Galia Romana, cuando se contemplan los restos romanos; apenas nada: mármoles rotos, columnas fragmentadas que formaban parte del Capitolio más grande en Galia, estatuas derribadas y destruidas, frescos de mansiones hechos añicos, tras los saqueos bárbaros y la ocupación visigótico en el s. V.
El museo es un hermoso contenedor, vasto y de gran altura, casi un relicario de fragmentos a los que en ocasiones es imposible asignarles un origen, y que en ocasiones se exponen revueltos en el suelo, la viva imagen de la devastación.
Pero el museo, sobrio, perfectamente estructurado logra que fragmentos evoquen, sin nostalgia sino con admiración, el esplendor de la arquitectura religiosa y civil y del espacio privado romanos. A partir de unos pocos restos -testas partidas, relieves gastados, hojas de acanto rotas que componían capiteles perdidos-, el museo es el espacio que mejor permite encontrarse con Roma, siendo testigos de la incuria del tiempo y sobre todo de los hombres: una lección ética y estética.