CIUDADES
«SI EL BARRIO NOS ES INDIFERENTE NO HABRÁ COMUNIDAD EN ÉL»
2024
Artículo
La polis es una estructura de comunidad, presidida por los dioses, los héroes y los hombres. No había espacio en ellas para los monstruos ni los bárbaros. Los espacios públicos eran lugares de encuentro, donde el afecto se cultivaba, y sus condiciones higiénicas convertían a muchas de ellas en insalubres. La cuestión es: ¿es la megalópolis de hoy en día mejor que la de la antigüedad? El arquitecto y profesor de estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona Pedro Azara (Bois-Colombes, Francia, 1955) trata de responder a esta pregunta en su último ensayo, ‘La ciudad de los días lejanos’ (Ediciones asimétricas).
Las ciudades antiguas, ¿eran más habitables que las de hoy en día?
Cómo se podría responder de manera sensata… por un lado, las condiciones higiénicas en la mayor parte de los casos de la antigüedad eran peores, si bien en muchísimas megalópolis también son terribles. En determinadas ciudades de Asia, sobre todo del Sur, las condiciones son infrahumanas y no sé si son peores de las que existían en el mundo antiguo. Hay ciudades como Roma, prototipo de ciudad antigua, que sí tenía canalizaciones y desagües, pero las condiciones de higiene eran penosas. No había, por ejemplo, agua en las casas, las construcciones eran deficientes y los incendios solían arrasar barrios enteros hasta, por lo menos, la época de Nerón, que creó el primer cuerpo de bomberos del mundo. La vida en la ciudad era muy dura. Ciudades megalópolis solo hubo alguna precolombina, Uruk, Ur, en Mesopotania, Babilonia y Roma; el resto, como Atenas, eran pequeñas concentraciones, de unos 30.000 habitantes, y las condiciones de vida debían ser más soportables. De algún modo, hoy en día hay muchas ciudades con condiciones de habitabilidad e higiene mucho mejores, pero también hay otras igual de malas o peores de las que existían en la antigüedad. El balance es muy gris.
¿Hasta qué punto la ciudad, el entorno donde vive una persona puede influir en su salud mental?
Seguramente influye, para bien y para mal; puede dañar o mejorar la salud mental. Sentirse miembro de una comunidad, tener referencias de pertenencia es positivo, es obvio, influye en nuestra vida. Los espacios absolutamente neutros, indiferentes, sin características, los espacios por completo abiertos, lucen en los planos, pero no en la realidad porque son espacios en los que no nos encontramos, no los hacemos nuestros.
«Vivir sin referencias es una vida de paso»
Que los barrios pierdan progresivamente su identidad, ¿cómo afecta a sus habitantes?
Si uno siente el barrio o el distrito como suyo no se puede encontrar perdido, se sabe parte de algo, miembro de una comunidad. Para ello necesitamos ciertos puntos de referencia que proporcionan los elementos visibles, los edificios, lugares emblemáticos de un barrio, determinadas tiendas donde nos conocen… uno es de un barrio determinado, lo siente como suyo. Es curioso ver que, desde los poderes públicos, se intenta renovar los barrios, lo cual implica la destrucción parcial de determinadas construcciones, lo que afecta de manera negativa a los habitantes. Porque perdemos puntos de referencia, que no necesariamente son hermosos ni siempre prácticos, pero sí puntos que organizan nuestros espacios y nos permiten saber que estamos en ellos. Si el barrio nos es indiferente, si no encontramos nada que nos comprometa a un determinado barrio, es obvio que no habrá comunidades. Este es el gran peligro, como cuando estamos de paso en una ciudad, que sabemos que no es nuestra, y nos sentimos perdidos porque ningún elemento es un hito visual. Cuando estamos en nuestro barrio, sabemos que estamos cerca de casa, incluso de noche, porque reconocemos determinados elementos. Vivir sin referencias es una vida de paso.
El papel importantísimo que desempeñaban los espacios públicos, ¿se ha perdido hoy?
Sí, así es. Las ciudades en Grecia y Roma tenían espacios públicos muy importantes, desde avenidas hasta los Campos de Marte, pasando por mercados, plazas, etc. No tanto en Mesopotamia, seguramente debido a las condiciones climáticas, por eso los espacios abiertos eran angostos y reducidos. Hoy en día existen más espacios abiertos, pero sin función clara. En la antigüedad, aunque variaban en Grecia o Mesopotamia, eran unos espacios muy utilizados, tanto de manera profana cuanto sagrada, particularmente apreciados porque eran lugares de encuentro entre sus habitantes, entre los miembros de una comunidad y lo elevado, los dioses. Resultaban espacios en los que los encuentros digamos humanos eran fundamentales, básicos para la vida física, mental y psicológica de una ciudad. Hoy disponemos de muchos espacios abiertos, pero la mayoría parecen inquietantes, sobre todo por la noche; este es uno de los grandes errores del urbanismo que aparece en los años 20, ese urbanismo racionalista que considera que las casas y los bloques de pisos tienen que estar en medio de parques y jardines en los que de día puede apetecer estar, pero no así de noche. Acaban convirtiéndose, esos espacios públicos, en un entorno un tanto hostil.
«Hoy disponemos de muchos espacios abiertos, pero la mayoría parecen inquietantes, sobre todo por la noche»
Las barreras simbólicas (alejar a los habitantes de los centros de las ciudades, que se erigen como resort para visitantes), ¿son más terribles que las murallas que consignaban las ciudades en la antigüedad?
Posiblemente. Hay numerosos ejemplos de ciudades con murallas, sobre todo en el Próximo Oriente, en Ur, con sus barrios, templos, palacios, o pensemos en la ciudad más perfecta, más grande y mejor organizada del mundo: la capital del reino de Benín, la actual Nigeria, en los siglos XII, XII y XV, con sus barrios amurallados, pero eran murallas que no hacían sentirse a nadie enjaulado, sino que se sentían protegidos, a buen recaudo, cobijados. Las murallas, más que encerrar proporcionaban seguridad, no sé si real pero sí visual y psicológica. Por el contrario, la expulsión de determinados colectivos o clases sociales de barrios es una realidad que ni aporta seguridad para quienes tienen la suerte o desgracia de quedarse e implica abandono y desdén para aquellos expulsados y, por tanto, el daño no es físico, que puede ser reparado, sino psicológico, mucho más profundo.
Antiguamente, las ciudades eran el símbolo del control del hombre sobre la naturaleza. Hoy, se intenta que la naturaleza está presente en ellas. ¿Es posible conjugar urbanismo y naturaleza, sin que esta se domestique?
Las palabras «naturaleza» y «cultura» son opuestas. La cultura es la domesticación, el control, el encauzamiento de la naturaleza. Las ciudades necesitan jardines, parques, plazas, arbolado, sin duda, pero todos los elementos de la naturaleza que se introducen son elementos técnicamente ordenados, compuestos; las únicas ciudades en que la naturaleza las invade sin control son las ciudades abandonadas, donde las hierbas crecen a su antojo, pero una ciudad abandonada no está habitada, y será para siempre inhabitable.
«La ciudad ideal es aquella en la que no nos sentimos desarraigados, sino la que deseamos y sentimos como un hogar»
¿Cuál de las existentes se aproximaría a la ciudad ideal?
Seguramente no existe un ideal compartido, cada uno tiene el suyo. Es fascinante el atractivo del barrio en el que vivo, en Barcelona, pero sé que es una sensación subjetiva, porque sé que es ruidoso y sucio, más o menos descuidado, pero me siento a gusto en él. La ciudad ideal es aquella en la que no nos sentimos desarraigados, sino la que deseamos y sentimos como un hogar.
De entre los muchos inconvenientes de la ciudad actual (ruidos, gentrificación, precio de las viviendas, etc.), ¿cuál es el principal obstáculo para que las ciudades sean habitables? O dicho de otro modo: ¿qué se requiere para sentir una ciudad como nuestra?
Primeramente, no creer que la ciudad es la panacea, el paraíso o una estructura ideal. Hay que afrontar que son imperfectas, que son mejorables, y que toda mejora es siempre no diré temporal, pero no definitiva. Si aceptamos la imperfección de la ciudad haremos de ella un lugar habitable, porque aporta una sensación de seguridad; acoge a una comunidad en la que, por otra parte, al contrario de lo que puede ocurrir en los pueblos, nadie ejerce control al otro. Puede haber y hay soledad, abandono, desinterés, indiferencia, sin duda, ¿quién conoce a todos los vecinos de su bloque de pisos? Pero esto, al mismo tiempo, puede evitar la sensación de abandono y peligro o de absoluto control que puede existir en comunidades más pequeñas, donde todo el mundo se observa inevitablemente porque todo el mundo se encuentra y actúa a la vista de los demás. Esto no ocurre en una ciudad, donde se conjuga la sensación de libertad con la de sentirse acompañado.
«Si aceptamos la imperfección de la ciudad haremos de ella un lugar habitable»
Las ciudades en la antigüedad estaban vinculadas a dios, a los dioses, de una manera u otra. ¿Dónde encontrar hoy lo sagrado?
Seguramente lo sagrado ha desaparecido en la mayoría de las ciudades. Existen núcleos sagrados, templos, cementerios, áreas deportivas, estadios, teatros, etc., toda una serie de espacios donde se producen situaciones que están cerca de lo sagrado. Se manifiestan personas que dan lugar a un culto extático, propiamente religioso o laico. Son situaciones en las que uno adora a otra figura y hace que la vida y las esperanzas de uno dependen de la presencia, encantación, aparición de estas figuras. Existen lugares donde lo sagrado se manifiesta, circunstancias (fiestas) donde lo sagrado puede recorrer las calles (maratones, carnavales, procesiones) pero, en realidad, son situaciones ocasionales, espacios acotados y que, el resto del tiempo, son espacios enteramente profanos, cosa que no se producía en la antigüedad. Sí en la Grecia clásica, donde lo sagrado quedaba confinado a determinadas zonas. Salvo esta excepción, las ciudades en la antigüedad eran todas ellas sagradas, lo numinoso infectaba a toda la ciudad. También en Egipto, en donde no hubo ciudades hasta muy tarde, pero sí aglomeraciones. Por supuesto, en Mesopotamia todo el espacio era un espacio consagrado, con lo cual podríamos decir que se vive mejor en una ciudad moderna