martes, 30 de junio de 2009
Obras singulares del Museo Nacional de Irak en Bagdad
lunes, 29 de junio de 2009
Con la pantalla dando (o el fin de la educación)
Pero, para un profesor, los alumnos que redactan un mensaje son Juan87, Estela-tela, Marc A, Annana85: una parte de una dirección electrónica; un número; un código.
No los conocemos; no les hemos visto la cara; o, mejor dicho, no asociamos caras con estos trabalenguas.
Los correos electrónicos evitan el contacto directo. Están en perfecta sintonía con las directrices de la Universidad: el campus debe ser virtual; las clases magistrales, casi inexistentes; el diálogo cara a cara imposible. Al profesor se le exige que esté todo el día ante el ordenador "colgando" programas, trabajos, textos e imágenes, y respondiendo a las dudas y preguntas que explotan, como burbujas, de súbito en la pantalla. Y se borran sin dejar huella.
El modelo al que se tiende es el de la Universidad a distancia. Distante. Lejana. Invisible. Al límite, pronto ya no se verán a los estudiantes. Ni siquiera se sabrá si existen. Y la misma sensación tendrán aquéllos con los enseñantes. ¿Acaso no les podría responder una máquina? ¿Le preocupa a la Universidad?
Un profesor no enseña. Su misión no es educar. Se enseña a sí mismo. Aclara sus ideas a medida que expone, que responde a las preguntas que se plantean durante la exposición en clase. La única manera que tiene un profesor de aprender -pues es él quien aprende- consiste en exponer públicamente lo que ha elaborado en casa, el despacho o la biblioteca, "viendo" o "viviendo" la reacción de los alumnos. Un silencio intenso dice mucho más sobre cómo se percibe, se recibe, se valora lo que el profesor cuenta. Existen distintos tipos de silencio: cansino, indiferente, indignado, fascinado. Y son esos silencios, al igual que la expresión de los rostros, y las preguntas, las quejas y los comentarios planteados verbalmente por los alumnos, los que permiten que la clase evolucione, y que el profesor se forme. Y que, entonces, el alumno aprenda viendo cómo aprende el profesor a medida que explica, que busca las palabras, que lucha, que juega con ellas, tratando de explicar lo mejor posible, no para los alumnos, sino para sí mismo. Como un actor, no se expone para el público o el alumnado. Se expone para su propio disfrute o pesar.
Tuve a excelentes profesores hace muchos años: Eugenio Trías, Xavier Rubert de Ventós, Félix de Azúa, Josep Llinás, etc. Aún enseñan. Aún debaten consigo mismo en la tarima. Aún muestran cómo uno se enfrenta a los problemas. Reflexionan en voz alta. Y se percibe, como si un ángel pasara, como la reflexión se alza, rebota, es atrapada, moldeada y devuelta al aire. La clase no es un texto que se recita de memoria, sino que se construye a medida que se narra. Y toda construcción es un proyecto de vida, una manera de enfrentarse a ella.
Pero, ¿hablar ante una pantalla, en un "campo virtual"? ¿Qué se construye? ¿Qué se muestra? Solo nuestro miedo a formarnos.
A ese vacío tendemos. ¿Qué importa entonces las faltas de ortografía, la sintaxis, y los conocimientos si solo se trata de hablar con nadie? Si nadie escucha ni responde.
domingo, 28 de junio de 2009
Bagdad: llamando a los espíritus en un mausoleo de Khadimiya
Práctica ritual común cerca del recinto del santuario chiíta de Khadimiya, en Bagdad: une mujer velada golpea la reja del pequeño mausoleo de un imán para estar cerca de él, tocarlo, despertarlo, invocarlo y rogarlo, deslizando entre la tupida trama de la reja papelitos enrollados con súplicas. Golpes, llamadas firmes y sostenidas, de confianza -y de rabia.
El monoteísmo (exacerbado y austero) es contrario a las prácticas religiosas que requieren a una multitud de seres inmortales próximos.
Tomás tenía razón. Sin la presencia de un cuerpo que tocar (carne, sangre, estatua, arquitectura) no hay contacto posible con lo trascendente.
Crónica de Bagdad, 24 de junio de 2009. Coda: La cabeza de (la estatua) de Sadam Husein
No pudimos levantarla. Cuando el conservador nos señaló una caja de cartón, abandonada en el suelo, en el interior de la cual se adivinada un oscuro bulto, de formas amorfas, demasiado voluminoso para el envoltorio, quisimos contemplarlo. Pero la mayoría de nosotros no nos atrevimos a sacarlo. Era una pieza de bronce, de tamaño natural, que pesaba -aunque menos de lo esperado-, y cuyo borde inferior cortaba, pero este no era el motivo de nuestro temor o rechazo.
viernes, 26 de junio de 2009
Crónica de Bagdad, 24 de junio de 2009. Parte 3 y última: el barrio y el santuario chiítas de Khadimiya
Tumba del imán.
Patio del santuario.
Antiguos dormitorios de peregrinos en el patio del santuario.
Minarete del santuario.
Galería de madera de dos pisos.
Casas del siglo XIX.
Las galerías de madera, comunes en la arquitectura otomana, son originarias de Bagdad
Bazar cubierto. Los pisos superiores, originariamente, eran viviendas.
Santuario de Khadimiya: contiene la tumba de los imanes Mousa al-Khadim y Muhammad at-Taqi, dos de los doce hombres santos del islam, parientes del profeta, enterrados en Kharvala y Khadimiya (Irak), Irán, y la Meca (Arabia Saudí).
Se trata de uno de los lugares santos musulmanes. Acuden unos cuatro millones de peregrinos, de todos los países islámicos, en las fiestas bianuales en honor de los imanes enterrados. Cada viernes, una multitud también tiene acceso a la oración.
Nos detuvimos ante altos portalones metálicos, coronados de alambradas, dispuestos de lado a lado de la calle, que impedían el paso, como lo recordaban guardias armados. Habíamos cruzado todo Bagdad siguiendo una camioneta hululante con una metralleta montada sobre la plataforma trasera manejada soldados armados hasta los dientes (granadas, fusiles y metralletas).
Las buenas artes de la embajada de España, de la Universidad y del Ayuntamiento de Bagdad, y del mismo alcalde de la ciudad, habían logrado que dispusiéramos de diecinueve guardias armados, pero aún no del salvoconducto para entrar en el barrio de Khadimiya. Faltaba l último y decisivo permiso.
Nos introdujeron en una casa de una planta, justo después de cruzar los portalones. Nos descalzamos. Cámaras y móviles confiscados. Un interior encalado, con el suelo enteramente alfombrado, y sillones dispuestos contra las paredes de las distintas estancias interconectadas por pasos muy amplios. Una multitud aguarda sentada. Entran y salen lo que parecen delegaciones de religiosos. De tanto en tanto, corren una cortina para que veamos quienes desfilan en la sala contigua. No sabemos porqué estamos aquí. Nadie nos informa. No podemos salir. Un clérigo enturbanado nos pide nuestros datos. Sonrisa fría. Ojos de gato. La espera dura más de una hora. Ofrecen té.
De pronto, nos invitan a levantarnos . Entramos en una sala vecina. Las puertas se cierran. Nos volvemos a sentar contra las paredes. En la sala ya se encuentran varias personas que resultan ser intérpretes. Y con un tono ceremonioso, casi a modo de cántico, el imán, sentado en una especie de trono que cubre su túnica, flanquedado por dos clérigos, se dirige a nosotros en árabe. El imponente turbante negro fascina. Defiende la ciencia, el encuentro de civilizaciones y la arquitectura como la creación de espacios donde morar en paz. Nos invitan a contestarle. Como podemos.
El embrujo se rompe. Nos conducen a una tercera sala donde ya están ya dispuestas bandejas con abundante comida (pollo y arroz, y salsa dulcísima de frutas, y pan ácimo) sobre un mantel extendido en el suelo. Se come sentado en cuclillas.
Acabamos de darnos cuenta que hemos sido bendecidos. Y que podremos, al fin, entrar en el barrio y el santuario de Khadimiya, al día siguiente.
Khadimiya es una barrio situado a diez quilómetros del centro de Bagdad. Cerrado sobre sí mismo como un burgo medieval, fue una ciudad independiente, presidida por el santuario, alrededor del cual una red de callejuelas sin asfaltar, en las que la luz entra dificultosamente debido a que las galerías superiores de las casas, a ambos lados de las calles, semejantes a cajitas de música talladas en madera, tan inestables que parecen bailar, avanzan tanto, que casi se tocan, formando una extraña bóveda de madera cubista por la que se filtra una luz polvorienta entre la red de cables y la ropa tendida. El sol es ocre. El calor casi insoportable. El sol es una mancha acuarelada. Todas las mujeres van envueltas en un chador enlutado.
En el bazar, cubierto por un triste tejado a dos aguas de uralita oxidada, hay vendedores que son considerados sabios. Saben la historia inmemorial el barrio.
Son las siete de la tarde. La calle rebulle. La llamada a la oración, un cántico obsesivo, que produce trance, cubre Khadimiya. Los fieles caminan sin hacer ruido. Se hace el silencio. Un silencio que avivan los cánticos.
jueves, 25 de junio de 2009
Crónica de Bagdad. Parte II: el Museo Nacional (parte 1)
Ordenando algunas piezas sumerias, de cerámica, mármol y alabastro, sugeridas por el conservador del Museo Nacional, en las reservas
Joyas sumerias recuperadas de expolios
Relieve recuperado de un expolio: divinidad sumeria y texto acadio: primera atestación de una divinidad hasta ahora desconocida, cuyo nombre significa Fuerte, Bravo. Pieza inédita
Recubrimiento de pared exterior con conos de cerámica coloreada. Arquitectura sumeria
Posible maqueta de bronce sumeria de muralla. Obra inédita y única. Excepcional
Cabeza sumeria
Sala asiria, en la planta baja del museo.
Divinidad asiria pintada en panel de cerámica vidriada, del palacio de Shalmaneser III en Nimrud
Estatua colosal de Lahmu, genio protector de puertas de palacio y de ciudades asirio. Palacio de Sargón II en Khorsabad
Relieve asirio: porteadores de ofrendas (mueble, y maqueta de ciudad, símbolo de su entrega, su rendición). Khorsabad
Relieve asirio: genio alado. Khorsabad
Relieve asirio. Khorsabad
Relieve asirio: porteadores de mobiliario. Khorsabad
Relieve asirio: oferentes. Khorsabad
Genio alado asirio. Khorsabad
Sala asiria. Contiene relieves de piedra de grandes dimensiones procedentes de palacios asirios (Assur, Nimrud, Korsabab, Nínive). En el centro estatuas de divinidades. La de la izquierda fue tirada al suelo y rota en tres partes. Restaurada apresuradamente. La sala ha sido enteramente renovada por el gobierno italiano.
El Museo Nacional de Bagdad ha reabierto en febrero de este año. La entrada, sin embargo, está muy restringida. Situado en el centro de la ciudad, era inabordable hasta hace poco. Los únicos visitantes fuimos nosotros y una delegación británica, apresurada, con chaleco antibalas, que recorrió algunas salas en unos pocos minutos. Nosotros también estuvimos poco tiempo, debido al apretado programa de reuniones. Nos quedamos tres horas. Regresamos al día siguiente.
El gobierno italiano ha restaurado la célebre sala de los relieves asirios: es, por ahora, la única sala abierta con obras pertenecientes a la colección permanente.
Tres otras salas de arqueología, en perfecto estado, muestran obras de pequeñas dimensiones devueltas por ciudadanos iraquís anónimos, procedentes, se supone, de yacimientos saqueados; obras, también de dimensiones reducidas, rescatadas en paises extranjeros (Perú, Jordania, Estados Unidos, etc.) y devueltas a Irak -faltan piezas halladas en una tienda en España (conos de terracota, del rey Gudea, y un collar de oro y piedras preciosas), que el gobierno iraquí trata de recuperar, si bien el proceso administrativo es lento, al parecer-. Las piezas proceden del saqueo del Museo (el número de inventario da fe de su procedencia, en la mayoría de los casos), o de saqueos de yacimientos; y, por fin, piezas halladas en excavaciones legales recientes reemprendidas por arqueólogos iraquíes.
Esta exposición dedicada a mostrar algunas de las principales piezas rescatadas será clausurada próximamente. Las salas serán entonces restauradas y aclimatadas para exponer parte de la colección permanente.
La sala del tesoro de Nimrud -piezas asirias de oro excepcionales- (guardado, sin que Sadan Husein lo supiera, en las reservas del Banco Nacional donde aún se halla) está a la espera de una pronta restauración, con instalación de medidas de seguridad extremas -sensores bajo las vitrinas, etc.-, por parte de una delegación norteamericana.
Varios países ayudan a la restauración del museo y de sus colecciones. Se han recuperado 6000 de las 15000 piezas desaparecidas.
Al parecer, algunas obras de grandes dimensiones fueron sacadas el museo por miembros del ejército norteamericano y se hallan en los Estados Unidos. Éstos habrían llevado a Israel piezas únicas de la cultura hebrea.
Tres salas de arte islámico tambien han reabierto.
Las reservas del museo -que cuenta con almacenes en otras partes de Bagdad- ocupan al menos tres alas subterráneas de grandes dimensiones. Centenares de miles de piezas, perfectamente apiladas en estantes metálicos de gran altura, y en buen estado -el polvo que se abate sobre Bagdad es el único inconveniente-, aguardan salir a la luz algún día. Constituyen, sin duda, la más gran reserva de piezas mesopotámicas, y sumerias, en particular, del mundo, que no cesa de crecer.
Las dependencias administrativas, por el contrario, están en pobre estado.
La amabilidad, autoridad, generosidad y lucidez de la directora, Dra. Amira Edan, y del conservador del museo, Muhsin Hasan Ali, imponen, sobrecogen. El trabajo que tienen por delante es abrumador. Pero el museo ya está en mejores condiciones que los de Damasco, Alepo o El Cairo.
Pudimos trabajar, escoger, seleccionar en las reservas cuantas piezas el conservador ponía a nuestra disposición: vasijas de proporciones perfectas y de formas eternas, tímidas cajas de ungüentos con una sencilla decoración geométrica, placas de terracota, estatuas de orantes con ojos bien abiertos, manos regordetas y una sonrisa de esperanza, platos de alabastro esenciales como una torta de pan ácimo. Las colecciones de centenares o miles de placas de terracota, de cerámicas, de vasijas de piedra y de alabastro, en perfectas condiciones son un testimonio de todo lo que debemos a la cultura mesopotámica. Un frágil testimonio de lo que somos.