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miércoles, 20 de noviembre de 2024

EUGÈNE DESLAW (1898-1966): MONTPARNASSE (1929)

 

 "Sinfonía urbana" del cineasta ucraniano Eugène Deslaw que documenta la vida en el barrio de teatros y cabarets de Montparnasse en Paris. Una obra clásica menos conocida que otras "sinfonías urbanas" cinematográficas de la misma época.

sábado, 2 de noviembre de 2024

La ciudad acabada

 Tenemos la sensación -lo que seguramente no es solo una impresión- que la ciudad de Barcelona está en permanente obras. Éstas no solo se llevan a cabo en el mes de agosto, el mes “tradicional” o habitual para ejecutarlas, cuando las calles están vacías, o lo estaban otrora, antes de la llegada de los turistas, y los comercios cerrados, con la persiana bajada, como si la ciudad estuviera adormecida, tan solo sobresaltada por el bramido metálico de las taladradoras, y el penetrante olor del alquitrán.

Los constantes acontecimientos que puntúan la vida de la ciudad, desde los juegos olímpicos hace ya más de treinta años, sacuden la ciudad por las reformas que se emprenden: calles cortadas, zanjas que no cesan de abrirse y cerrarse, fruto del dudoso acuerdo entre administraciones, erizadas de gruas.

 Hoy, parece que solo las inacabables obras del templo expiatorio de la Sagrada Fanilia, un mal sueño de mal gusto, tienen ya las horas contadas. 

La ciudad, en cambio, es un mar de obras que apenas concluidas dan pie a reformas, mejoras y nuevas intervenciones que remedan o amplíen las actuaciones del pasado, que nunca acaban de pasar. El verbo acabar es significativo.

Contaba la arquitecta y urbanista María Rubert, en una clase esta misma semana, que una periodista le preguntó cuando la ciudad, en permanente tránsito, estaría acabada. ¿Veríamos un día la ciudad libre de máquinas y operarios, caseras de obras y vallas?. La ciudad ¿dejaría de estar en construcción? ¿Se habría alcanzado al fin la conclusión de un proyecto?

María Rubert contestó que esto no ocurriría nunca: la ciudad nunca estaría acabada. Las obras proseguirían mientras la ciudad viviera. Siempre se hallarían solar sin construir todavía, edificios y espacios necesitados de cuidados. La ciudad ideal no existe ni debe de existir. Mas que un sueño es una amenaza.

Pues el verbo acabar es ambivalente. Se compone a partir del sustantivo cabo, que procede del latín caput -que no significa, coloquialmente, “acabado” o rendido, pero que evoca bien el acabamiento-, sino que se traduce por cabeza. Ls cabeza, como un cabo geográfico, es o se halla en un extremo. Mas lejos no se puede llegar: no hay nada, el vacío. Quien llega al finisterre no puede seguir avanzando. Debe regresar, retroceder, invertir el camino emprendido, so pena de perderse. El cabo señala hasta dónde podemos llegar -una expresión con un tono inquietante. Las reglas se desbaratan más allá del cabo. Empieza entonces un territorio de incertidumbres, ilimitado, ignoto, donde todo lo que rige en la tierra habitable deja de tener validez y sentido.

Acabar significa alcanzar el final de lo emprendido. El fin perseguido se ha logrado. La tarea o la aventura cesa. Ya no tiene sentido proseguir. Se puede descansar. ¿Qué hacer entonces? ¿Por qué seguir vivo?

El llegar al final conlleva la muerte de lo que orientaba la vida activa. Acabar significa matar. El acabamiento es una acción violenta. Voy a acabar contigo, una expresión que no debiera. Tras esta acción, que pretende poner fin (a las obras, el trabajo, los proyectos, los sueños, las ensoñaciones, las ilusiones, los delirios, también) violenta o tajantemente -un tajo, un corte profundo que sangra y no se puede cocer, que deja una huella perdurable-, sin discusión, solo queda un campo de ruinas, la desolación. Ya no se tiene nada que hacer. Ya no se puede obrar. Solo se queda de brazos caídos, desorientado. 

El fin es un corte brusco, un cese, el encuentro con una pared o con lo desconocido. La pérdida de rumbo, la falta de perspectiva, de una visión de futuro acerca peligrosamente al final de la esperanza. La postración, el encogimiento marca la posición vital.  

Una ciudad acabada es una ciudad muerta, donde ya no hay nada qué hacer (una expresión ambigua dónde las haya) . Hay nada. No tiene futuro.No permite la vida. Solo cabe el abandono. La dejadez, el desánimo imperan. El pulso cesa.


A M.R




martes, 22 de octubre de 2024

LUIS GARCÍA MONTERO (1958): LA CIUDAD (2008) - CIUDAD (2021)

 LA CIUDAD 

Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.

En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse
soñando con un perro.

No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes
los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.

Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen
las ciudades por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
La gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.

De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes,
porque apenas existen los kilómetros.

Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo.


CIUDAD

No tuve más remedio que seguirla. 

Bajé con ella al día. Conocí 

gentes que fueron de mi condición, 

conversaciones de palabras lentas. 


Hablo de aquella edad que nos otorga 

la sensación de verse en un mundo inmediato, 

la ciudad que nos llama 

en los mismos lugares, 

en las mismas penumbras 

donde hay ojos que siguen 

el deseo desnudo de tus ojos, 

amor que pide tiempo, 

razones que parecen 

tus razones. 


Pero de pronto cambia el mundo en las ciudades, 


y aunque sé que cultivo mi deseo, 

para vivir aquí, entre los jóvenes, 

recorro sus caminos y comprendo

que traigo la distancia 

no sé si de otra edad o de otra tierra, 

testigo de otra gente 

que no sabe beber, que tiene prisa 

y que aprende a besarse en los rincones, 

con otra historia, con su propio tiempo. 


La ciudad no me sigue, va con ellos. 


Y escucho atentamente por si algo me llama, 

para sentirme vivo, 

para ir aprendiendo con la noche 

cómo ladran ahora los fantasmas 

del tiempo y la poesía.

 

jueves, 10 de octubre de 2024

STEVE REICH (1936): CITY LIFE (VIDA URBANA, 1995)

JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980): "NUEVA YORK, CIUDAD COLONIAL" (1949)

 "Me encanta Nueva York. He aprendido a amarla. Me he acostumbrado a sus enormes conjuntos, a sus grandes perspectivas. Mis ojos ya no se detienen en las fachadas, en busca de una casa que, imposiblemente, no sea idéntica a las demás. Van directamente a los edificios perdidos en la bruma, que no son más que volúmenes, nada más que el marco austero del cielo. Si uno sabe mirar las dos hileras de edificios que, como acantilados, bordean una gran vía pública, se ve recompensado: su misión termina ahí, al final de la avenida, en simples líneas armoniosas, una brizna de cielo flotando entre ellas. 

Nueva York sólo se levanta a cierta altura, a cierta distancia y a cierta velocidad: no son la altura, la distancia ni la velocidad del peatón. Esta ciudad es asombrosamente como las grandes llanuras de Andalucía: monótona cuando la recorres a pie, hermosa y cambiante cuando la atraviesas en coche. He llegado a amar su cielo. En las ciudades europeas, donde los tejados son bajos, el cielo se arrastra a ras de suelo y parece domesticado. 

El cielo de Nueva York es hermoso porque los rascacielos lo elevan mucho sobre nuestras cabezas. Solitario y puro como una bestia salvaje, monta guardia sobre la ciudad. Y no es sólo una protección local: se puede sentir cómo se extiende por toda América; es el cielo de todo el mundo. 

He llegado a amar las avenidas de Manhattan. No son pequeños paseos serios encerrados entre casas: son autopistas nacionales. En cuanto pones un pie en una de ellas, te das cuenta de que tiene que llegar hasta Boston o Chicago. Se desvanece fuera de la ciudad y el ojo casi puede seguirla hasta el campo. Un cielo salvaje sobre grandes vías paralelas: eso es Nueva York. En plena ciudad, estás en plena naturaleza. Me costó un tiempo acostumbrarme, pero ahora que lo he hecho, en ningún sitio me siento más libre que en medio de la multitud neoyorquina. Esta ciudad ligera y efímera, que parece cada mañana y cada atardecer, bajo los rayos luminosos del sol, una simple yuxtaposición de paralelepípedos rectangulares, nunca oprime ni deprime. Aquí se reconoce la angustia de la soledad, no la del aplastamiento."

(J.-P. Sartre: Situations, III, 2)

viernes, 6 de septiembre de 2024

El imaginario urbano medieval













Tomaso de Modena: ciclo de frescos dedicados a la leyenda de Santa Úrsula, siglo XIV. 
Capilla de Úrsula, iglesia de Santa Margarita. 
Hoy en Treviso, Museo de Santa Catalina.
 
Descubiertos en el siglo XX, bajo capas de yeso, y restaurados y expuestos desde 2020.
Carlo Scarpa propuso un primer montaje en los años setenta que no prosperó 




Anónimo (inspirado por Tomaso de Modena): ciudad. Fresco de una propiedad privada, c. 1370. Udine, Museo Provincial 

Fotos: Tocho, septiembre de 2024

 Además de la belleza de los rostros y de la variedad de las expresiones, los frescos que el pintor italiano medieval Tomaso de Modena dedicó a la leyenda de Santa Úrsula, tienen interés, no por la historia narrada -la leyenda de una joven princesa cristiana  de Bretaña, prometida a un príncipe pagano inglés, que logra la conversión de éste, y juntos emprenden un largo viaje a Roma, acompañados por once jóvenes (que la leyenda convirtió en once mil vírgenes), para santificar la unión, un viaje que concluyó con una matanza espantosa tras la desesperada oposición de las jóvenes a ser violadas por Atila y los hunos que habían tomado la ciudad de Roma-, sino por las imágenes de ciudades, Roma, sin duda, que coronan los frescos o se despliegan como telones de fondo.

No sabemos cómo eran las ciudades del medioevo, tras las destrucciones y restauraciones imaginativas del siglo XIX.
Pero sí podemos saber qué imagen suscitaban. Imágenes ideales, posiblemente, que no debían coincidir con la realidad sino con el sueño. 
Ciudades asaetadas de torres -torres de vigía, y campanarios-, que se alzan sobre un fondo de tejados anónimos, como los pistones de una máquina o las techas de un instrumento de viento, y que componen extensas partituras ante las cuales actúan las figuras. 
Las ciudades eran receptáculos amurallados salpicados de flechas gracias a las cuales los poderes civiles y religiosos competían tanto para alzarse sobre el común de los habitantes como apuntar al cielo. 
La ciudad como cruce de ambiciones sagradas y profanas. Desde luego, la ciudad considerada como una creación humana digna que organiza la vida y los milagros de los humanos. 



miércoles, 4 de septiembre de 2024

Entre Oriente y Occidente en Aquilea: obras en el Museo Arqueológico Nacional de Aquilea (Italia)




















































Testa de Apolo (Dios de la arquitectura en Grecia) - máscara de teatro - estela funeraria romanos, s. I dC

Retratos romanos, ss. I aC - II dC

Gemas (4-5 mm) y camafeos (2-4 cm) tallados romanos, s. I dC 

 Fotos: Tocho, Museo Arqueológico Nacional, Aquilea (Italia), septiembre de 2024


Aquilea tenía cien mil habitantes en el siglo tercero. Hoy apenas llegan a tres mil.

Fue capital del imperio. La destrucción por Atila fue tan sistemática que la planimetria de Aquilea se ha perdido para siempre. Solo se conocen y se reconocen fragmentos urbanos inconexos.

Aquilea fue fundada a principios del siglo II aC, como un puesto de defensa de la República romana, débil en este lugar debido a la confluencia de ríos que facilitaba la llegada rápida de tribus enfrentadas a los romanos.

Esta misma facilidad de acceso contribuyó a la prosperidad de Aquilea tras la consolidación de la República y su posterior conversión en imperio. 

Aquileia jugó el papel que posteriormente tendría Venecia -fundada por habitantes de Aquiles huidos tras la destrucción de Atila: una centro de comercio internacional conectada con el norte de Europa y con el este del Mediterráneo y el próximo oriente. Artesanos y comerciantes norteños, sirios, judíos y egipcios se instalaron en Aquilea, comerciaban con esta ciudad y desde esta ciudad, y controlaban las redes comerciales sobre todo con el este del Mediterráneo.

La mayor prosperidad de Aquiles vino del debilitamiento de Roma en favor de Constantinopla. Aquilea actuaba de ciudad bisagra. Constantino residió en la ciudad, dispuso de un palacio imperial, y Aquilea llegó a ser capital del imperio romano occidental tras las destrucciones sufridas por Roma, hasta la llegada de Atila.

Los mejores tallistas de gemas de metales preciosos (Aquilea  poseía una mina de oro cercana) y de ámbar (llegado de los países bálticos), venidos de Siria y de Judea trabajaban en la ciudad.

Los bustos revelan la confluencia del realismo etrusco y latino con la estilización más propia del imperio oriental: un insólito encuentro de realismo e idealismo, de naturalismo y de simplificación.

El hermoso y nuevo museo arqueológico nacional de Aquilea, el mejor museo arqueológico italiano desde el punto de vista de la museología y la museografía y la cualidad de los materiales de los soportes, da cuenta de la peculiar ubicación de Aquilea y del papel que jugó en el encuentro entre Oriente y Occidente. 

No es casual que el arte paleocristiano más brillante, anterior al siglo V, se encuentre en ciudades de Judea (hoy Jordania) y de Siria, y en Aquilea, donde el arte del mosaico cristiano ha dejado extensas muestras, halladas a principios del siglo XX, debajo de intervenciones medievales y de ruinas, que no desmerecen de los mosaicos jordanos. Los motivos de los mosaicos imperiales paganos tardíos pudieron ponerse al servicio de la iconografía cristiana sin dificultades ni alteraciones.

Hoy, Aquilea queda fuera de los circuitos turísticos y culturales.