Una de las manifestaciones más singulares de su ingeniosidad y de su proximidad con los humanos era la decisión y ejecución de la creación de aquéllos. Éstos debían su existencia a estos dioses; una creación que, por otra parte, era una manifestación de su agudeza, ya que los humanos, considerados como unos títeres, habían sido modelados y engendrados para trabajar al servicio de los dioses y remediar así ciertas necesidades básicas del cielo que, por un defecto o insuficiencia de la creación del mundo, no habían quedado debidamente cubiertas.
Fue Lévi-Strauss uno de los pocos estudiosos que puso el acento en una de las características propias de los dioses artesanos: su potencia sexual. Ésta era propia de todas las divinidades, pero los dioses artesanos poseían órganos sexuales desmesurados y necesidades que sobrepasaban las de cualquier dios. Esta potencia no era gratuita sino que era el símbolo de su capacidad por regenerar el mundo, devolviéndole la vitalidad perdida a causa de una primera creación defectuosa.
Si las diosas madre, madres de todos los dioses, poseian una vagina descomunal o eran una matriz, los dioses y las diosas artesanos eran sexualmente voraces o manifestaban un comportamiento sexual singular.
Enki, el dios constructor mesopotámico, tenía la capacidad de llenar los canales vacíos que los dioses creadores habían dejado a medio hacer con su semen abundante y espeso, vital, obtenido mediante la masturbacion, un gesto propio de dioses artesanos egipcios. En Grecia, Hermes, el ordenador del espacio, se exhibía con el miembro viril desmesurado en erección. Nadie, ante él, tenía la sensación que su vida estaba en peligro, abandonado a la intemperie, sin saber dónde ir. Hefesto, el dios deforme -la deformidad solía ser también una característica física de los dioses que daban forma o reformaban el mundo, ya que solo unos dioses deficientes podían entender, valorar y solventar las deficiencias del mundo con las que estaban tan íntimamente familiarizadas-, eyaculaba sobre la tierra dando nacimiento así a los primeros atenienses. Atenea, la diosa carpintera y tejedora, era reacia en cambio a las relaciones sexuales acostumbradas aunque sus ataques podían ser implacables y el número de amantes incontables. Esta contención (de ahí a que fuera partenos, es decir no esposada) expresaba su capacidad ideadora, no lastrada por necesidades materiales; no estaba ligada a ninguna solución, por lo que podía rechazar a amantes o agotarlos. Atenea no era una diosa sexualmente sometida, al igual que Ártemis diosa protectora de las ciudades.
La potencia y la inventiva sexual testimoniaba de la relación de los dioses artesanos con el mundo terrenal y su capacidad de dotar el mundo de una nueva vida. Creaban comunidades, abrían espacios de convivencia y los defendían, ordenaban el espacio a fin que los humanos no se perdieran o se dispersaran: decisiones y gestos que la capacidad engendradora, que incidía en la tierra y en los grupos humanos, simbolizaba.
Esta capacidad, por otra parte, era creadora, pero también podía ser destructora. La furia de los dioses artesanos engañados o decepcionados disolvía de inmediato lo anteriormente reparado o regenerado. Eran tanto dádores de vida cuanto dioses vengativos y destructores. Quizá por eso los magos, los artesanos y los artistas, representantes en la tierra de esas deidades, han causado admiración y temor: forman y deforman, siguiendo así los implacables ciclos vitales.
El dios de la fecundidad Min, erecto, se manifestaba como el artesano y constructor Khnum cuando modelaba a la humanidad