Fotos: Tocho, mayo-junio 2014, almacén cerca de la ciudadela de Erbil (Iraq)
Juzgar sobre el estatuto de las esculturas del Museo de Mosul,
y de una de las puertas del recinto de las murallas de Nínive, destruidas por
el ISIL, a partir de un elaborado video de coreografiadas acciones, es difícil.
En algunos momentos el ánimo se alegra, se respira: destruyen solo copias; mas
al final… En efecto, algunas piezas son obvias copias de yeso, que estallan en
pedazos apenas tocan el suelo y revelan un interior blanco como la cal; otras,
sin embargo, atacadas dificultosamente a martillazos y con taladradoras
eléctricas, son, muy posiblemente, estatuas originales de la cultura parta –que
representan monarcas (divinizados quizá) y no divinidades- o de la ciudad de Hatra,
de influencia romano oriental, como original es el gran león alado guardián de
las puertas de Nínive, el único que permanece en el lugar (otros se hallan en
el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en el Museo Británico de Londres
(expuestos y en las reservas), o en reservas en Bagdad, por ejemplo.
Se trataría del último y más divulgado daño o atentado
contra el patrimonio arqueológico iraquí (amén de las destrucciones de
santuarios chiitas). Los daños empezaron cuando las primeras misiones
arqueológicas a finales del siglo XIX.
Un yacimiento como el de Lagash, explorado por arqueólogos franceses
desconocedores del tipo de restos que podían desenterrar –hechos con ladrillos
de adobe, que se confundían con la arcilla en la que yacían- quedó desfigurado.
El adobe, el material más utilizado en Mesopotamia, se desagrega, por la acción
del viento y las lluvias, apenas se excava. El tamaño de los yacimientos impide
su completa preservación. Por otra parte, las ciudades se edificaron siempre en
un mismo lugar. Los edificios se superponen. El estudio de un nivel requiere,
inevitablemente, la erradicación de niveles superiores, lo que impide que un
yacimiento pueda ser contemplado como una unidad coherente.
Las febriles reconstrucciones llevadas a cabo por Saddam
Hussein en los años ochenta –Babilonia parece, en algunas partes, un parque
temático-, atentas más a la imagen que al rigor y la calidad de los materiales;
las construcciones de descomunales palacios en yacimientos (como ocurre también
en Babilonia), y de estructuras militares (como aconteció en las ruinas de una
capital neo-asiria en el tell de Qasr Shamamok, cerca de Mosul) –previendo que
las potencias occidentales no bombardearían yacimientos arqueológicos –, lo que
no ocurrió, si bien las primeras bombas fueron lanzadas por Saddam Hussein
cuando el fuerte fue ocupado por los kurdos) ; el bombardeo y la utilización
militar de yacimientos por parte de la coalición internacional durante la
Segunda Guerra del Golfo en 2003 –la parte superior del zigurat paleo-babilónico
de Kish fue severa e irremediablemente dañada cuando soldados norteamericanos
excavaron un profundo hoyo para guarecerse de disparos desde el llano
circundante-; los saqueos y las
excavaciones ilegales en yacimientos sin protección (existen unos diez mil
yacimientos en Iraq); los daños provocados por las sucesivas guerras desde los
años ochenta –La base aérea militar cabe Ur, por un lado protege el yacimiento
de saqueos, pero causa daños en la
estructura del zigurat y de las tumbas reales, a causa de las vibraciones de
los aviones a reacción; el tránsito de tanques también afectó la estabilidad de
algunos muros-; los saqueos (robos, daños) que se produjeron en los archivos
(la Filmoteca de Bagdad, por ejemplo), bibliotecas y museos en Iraq tras la
invasión del país en 2003 y que afectaron no solo el Museo Nacional de Iraq en
Bagdad (perdió quince mil piezas y ha recuperado unas siete mil, si bien aún
faltan piezas importantes como una estatua de Gudea, por ejemplo), sino museos
provinciales, como el de Nasiriya, en el sur del país, causados por el hambre (el
embargo empobreció hasta límites insoportables, no a los miembros del régimen,
sino a la clase media y baja) y la codicia; restauraciones apresuradas,
realizadas con medios inadecuados y por técnicos no siempre adiestrados (tras
el aislamiento de Iraq durante el embargo que duró once años) de obras dañadas
(un mal menor, empero, y a veces reparable); el comprensible, humano deseo de
dar la espalda a un recién trágico y doloroso pasado –que solo evoca
destrucción, hambre y humillación-, y la fascinación que despiertan los brillos
de las modernas construcciones en los Emiratos Árabes; y las disensiones entre
facciones religiosas y étnicas, recelosas entre sí, acentuadas por los favores que unas u otras
recibieron por parte del gobierno de Saddam Hussein, y de los poderes
establecidos por los invasores y tras la invasión (la Dirección General de
Antigüedades, en manos expertas, fue transferida de un eficiente Ministerio de
Cultura a un desolador Ministerio de Turismo y Patrimonio, antes de ser
disuelta hace poco) son algunas de las principales causas, directas o no, del
daño o la destrucción del patrimonio de Iraq –patrimonio mesopotámico (sumerio,
acadio, babilónico, asirio, etc.) que es el patrimonio originario de esas
tierras, y no tanto el posterior cristiano y musulmán, provenientes de otras
tierras e implantado a veces a la fuerza- que el ISIL está culminando estos
días.
Agradecimientos a la misión arqueológica de Qasr Shamamok, entre Erbil y Mosul (María Grazia Masetti, Olivier Rouault, Marc Marín, Joan Borrell, Eric Rusiñol, Mireia Durán y otros miembros).
La situación política en Mosul aconsejó severamente no entrar en la ciudad en 2013 y 2014