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jueves, 25 de noviembre de 2021

ABANTOS. HOMENAJE A PALOMA CABRERA BONET (2021)

 


https://www.libreria.culturaydeporte.gob.es/ebook/5236/free_download/


Paloma Cabrera fue la gran conservadora de cerámica griega del Museo Arqueológico Nacional en Madrid. Erudita, generosa y discreta, logró que dicha colección fuera la segunda más importante de Europa y ls cuarta del mundo. Accedía con generosidad a préstamos y siempre estaba dispuesta a echar una mano y a comunicar todo lo que sabía sobre Grecia.

Nadie se ha repuesto de tan inesperada y súbita pérdida (al menos para los que no teníamos  un trato habitual).

El museo ha editado un grueso libro homenaje con artículos redactados para la ocasión, en el que se incluye un texto nuestro, amablemente invitado por los responsables de ls publicación. Versa sobre los viajes del dios Apolo, una figura bien representada en la extraordinaria colección de cerámica griega del museo.

Un recuerdo para tan destacada figura humanista, Paloma Cabrera.



jueves, 8 de julio de 2021

Puerta giratoria

 


La feria de arte ARCO se acaba de inaugurar en Madrid. Ha abierto las puertas excepcionalmente en julio -habitualmente la feria acontece en febrero.

Como cada año, Santiago Segura o Eugenio Merino copan astutamente los titulares de la prensa. Esta vez, Merino se lleva el gato al agua, con una escultura dedicada a denunciar la corrupción política, titulada Monumento I -quizá amenace con iniciar una serie-, que presenta el mismo interés que suelen tener sus obras. Ésta representa una puerta giratoria dorada.

Estamos en 1998. La galería Salvador Díaz, de Madrid -una de las galerías españolas con más medios en aquellos años, situada justo enfrente del Centro de Arte Reina Sofía-, junto con el Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), lanza un concurso de arte y arquitectura abierto a artistas y arquitectos. Se trata de proyectar una nueva puerta para Madrid, que formará parte de las Puertas Reales, en un lugar dónde ya existió una gran puerta dieciochesca, derribada en 1850, con motivo de la construcción de una estación de ferrocarril: la puerta de Atocha. Se ubicaría en una rotonda, en el inicio del Paseo de la Castellana.

Un grupo de estudiantes de arquitectura, casi todos Erasmus, de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB), el italiano Francesco Pozzato (1972, hoy un gran diseñador de muebles y anticuario en Milán), Jorge Pérez Valle, Michela Minen (hoy una reputada ilustradora), el artista Dionis Escorsa (1970), y el profesor de estética Pedro Azara, alentados por el galerista y animados por uno de los artistas de la galería, el pintor y fotógrafo José Manuel Ballester, decidió presentarse.

La propuesta ironizaba sobre el tema de concurso y la noción de monumento -sobre todo porque una de las razones del mismo, según el Ayuntamiento de Madrid que presidía Álvarez del Manzano, era que la puerta iba a presidir el desfile que se organizaría cuando la boda del príncipe Felipe (que aún no conocía a la periodista Letizia Ortiz), una boda que se auguraba remota.

El proyecto consistía en una gigantesca puerta giratoria, de unos veinte metros de alto, movida por energía solar (la sostenibilidad ya rondaba). Los paneles serían de vidrio reflectante o espejeado. Éstos serían pantallas de grandes dimensiones que se encenderían de noche, en las que se proyectarían imágenes fílmicas de otras plazas de Madrid. Se pretendía que los automovilistas se confundieran, no supieran dónde se hallaban y, deslumbrados se estrellaran, la puerta siendo así un acceso seguro al otro mundo, ya que ésta es la función de las puertas y los umbrales: permitir el tránsito entre dos universos, el exterior y el interior, lo sagrado y lo profano, el mundo de los vivos y el de los muertos. La puerta de Atocha sería la puerta del Hades, una puerta infernal.

Cual fue la sorpresa del equipo aprender que la propuesta había quedado en segundo lugar y que, además, el presidente del jurado, el arquitecto Rafael Moneo, entusiasmado por la delirante propuesta, recomendaba que el proyecto que se llevara a cabo fuera éste, titulado Tras el Cristal -una directa alusión a la siniestra película de Agustín Villaronga que, en aquellos años, tenía dificultades para proyectarse: tras su presentación en el Festival de Cine de Berlín, fue prohibida en Alemania, y eran célebres los supuestos desmayos de espectadores ante una escena.

El alcalde de Madrid estaba de acuerdo con Salvador Díaz y Rafael Moneo: este proyecto debía construirse -para terror del equipo que sabía que era imposible y que se preguntaba como semejante propuesta había sido tomada en serio. La llegada de Ruiz Gallardón a la alcaldía de Madrid aún aumentó el entusiasmo municipal.

Se encargó una maqueta metálica, con un motor que hacía girar la puerta: ésta se expuso en el estand de la galería Salvador Díaz en la feria de ARCO de 1999. Y en 2000. Horas antes de la inauguración de la feria, el motor dejó de funcionar. 

Se encargó el anteproyecto, y un presupuesto. Se debatía a quién pertenecerían los derechos -suyos, sostenía la galería, a cambio de unos honorarios generosos para unos estudiantes. Sudores fríos. Contactos con estudios de arquitectura (el poderoso estudio Roig&Batlle, de Barcelona, entre otros), y de ingeniería. La maquinaría que haría girar la puerta debía ubicarse justo por donde pasaba una línea de metro. Contactos con empresas de pantallas de semejantes dimensiones como las que brillan en Time Square de Nueva York, las tiendas Nike o una tienda que el arquitecto Rem Koolhass construyó también en Nueva York.

El príncipe Felipe se prometió. Se anunciaba la boda. La angustia del equipo aumentó. Éste, formado para la ocasión por estudiantes para quienes la farsa había dejado de tener gracia, acabaron la carrera y regresaron a sus países, se disolvió. Años de incertidumbre.

La boda real tuvo lugar.

Con la crisis económica, la galería Salvador Díaz cerró. El alcalde Ruiz Gallardón dimitió. Y tras años de atenta y tensa espera, cuando cualquier llamada de Madrid provocaba espasmos, el proyecto cayó en el olvido....






  

domingo, 30 de mayo de 2021

Ovidio y la pintura (Pasiones mitológicas, Museo del Prado, Madrid, 2021)

 








Pasiones mitológicas, una casi inconcebible exposición en el Museo del Prado de Madrid, actualmente, que ha logrado reunir, en tiempos de pandemia, las mejores pinturas mitológicas clásicas, dispersas en museo europeos y, en concreto la serie de cuadros mitológicos, llamados Poesías, que Tiziano realizara para el rey Felipe II, en la segundad mitad del siglo XVI,  es una brillante muestra de la importancia de las Metamorfosis de Ovidio en las artes plásticas.

Los artistas renacentistas, manieristas y barrocos, no podían trabajar libremente, sino que debían hacerlo dentro de talleres. Éstos, autorizados por el gremio correspondiente (llamado Guilda o Compañía de San Lucas, evocando la leyenda del evangelista Lucas que habría realizado un retrato de la Virgen María), estaban dirigidos por un maestro de taller, que ideaban, proyectaban, abocetaban o pintaban, parcial o totalmente los cuadros, con la mayor o menor participación de ayudantes de taller, que, en ocasiones, realizaban enteramente la obra (firmada, finalmente, por el maestro). Especialistas en la pintura del paisaje, en bodegones, en figuras, etc. daban forma a las ideas del maestro y se encargaban de ciertas partes del cuadro. El control de los gremios empezó a quebrarse en el siglo XVII con la instauración de las Academias -reunión de artistas que discutían sobre temas de historia del arte-: en éstas no se pintaba, sin embargo, no se trabajaba manualmente, sino que se discutía, se reflexionaba (buscando equiparar las artes mecánicas, como la pintura, con las liberales como la teoría o la teología), pero ser un académico facilitaba los encargos que recibían los maestros de taller académicos. La Revolución Francesa dio una estocada mortal no solo a los talleres sino, en parte, a las Academias.

Todos los talleres poseían unos pocos libros de referencias para la descripción y la justificación de los motivos pictóricos. La Leyenda dorada, un texto del siglo XIII que recopilaba toda clase de historias y leyendas acerca de figuras existentes o imaginarias del cristianismo, era la base literaria a partir de la cual se componían las escenas plásticas y esculpidas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las Metamorfosis del poeta latino Ovidio, a su vez, era la fuente de inspiración básica de los maestros de taller a la hora de abordar escenas mitológicas paganas. Las Imágenes, del autor tardío romano, que escribía en griego, Filostrato el Viejo (s. III dC), que describía una galería de pintura de un patricio romano en Nápoles, completaban las enseñanzas del poema de Ovidio.

Ambos autores latinos, Ovidio y Filostrato, son la base literaria de las pinturas de Tiziano -y de pintores clásicos como Ribera, Velázquez y van Dyck- que Pasiones Mitológicas expone. Figuras míticas, héroes y heroínas como Perseo, Dánae, Europa o Andrómeda, y dioses como Venus, Diana y Dionisos, desfilan en estas escenas. La mayoría de las figuras, sobre todo femeninas, están desnudas: la desnudez heroica, naturalísticamente representada, encarnada en cuerpos idealizados, que caracteriza la estatuaria clásica (romana) que en el siglo XVI se iba desenterrando en Italia, sobre todo. 

Pero la desnudez de las diosas estaba proscrita de la vista de los mortales. La desnudez era un símbolo de perfección. No existían imperfecciones físicas o morales que se tuvieran que cubrir y esconder. Un cuerpo desnudo manifestaba la pureza de las formas y las intenciones. Mas, ésta, luminosa -no poseía mácula alguna que la enturbiara, zonas en sombras, signo de la falta de claridad de formas y acciones-, irradiaba de tal forma, que no podía ser contemplada por los ojos humanos. Se debía velar parcialmente, asumiendo las limitaciones, el oscurecimiento que aportaba la materialidad de una tela, o se debía exponer de tal modo que pareciera inalcanzable, una visión deslumbrante e intocable de una figura sin parangón con el mundo humano, cuya contemplación era casi dolorosa pues manifestaba todo lo que nos separa del mundo de los dioses. La imagen, lejos de acercarnos a éstos, ahondaba en el abismo entre mortales e inmortales. Éstos se mostraban para hacernos ver todo lo que nos falta, para que fuéramos conscientes de nuestras limitaciones. En cuanto los primeros humanos cometieron la primera falta que ensuciaba su cuerpo y su espíritu escondieron su desnudez.

Las Poesías -las pinturas mitológicas- son una creación paradójica. Exponen lo que no se puede ver: el cuerpo desnudo de las diosas, y manifiesta lo que se tiene que pagar por semejante visión. El mito de Acteón, en este sentido, es ilustrativo: Acteón que, por inadvertencia contempló el cuerpo desnudo de la diosa Diana -Diana la cazadora- fue, de inmediato, convertido en un ciervo y devorado por sus perros de caza. Dánae fue una heroína enclaustrada de por vida, pues se temía que  pudiera seducir a Zeus acarreando un daño irreparable a su familia: una humana no podía tener contacto alguno con un inmortal. Era una falta irreparable. Su fugaz contemplación acarrearía su pérdida y la de su linaje.

La pintura muestra, en estos casos -quizá en todos los casos-, lo que no se puede ver, y que sólo puede alcanzarse a través de la pintura. Ésta ofrece imágenes de lo invisible: de cuerpos y escenas cuya contemplación lleva consigo un castigo mortal; imágenes de lo que se querría ver, sin embargo, pero que queda fuera del alcance de la vista humana.

Las Poesías, por tanto, manifiestan el poder de la pintura. Son un medio seguro para asomarse a lo insondable. La pintura ofrece un medio seguro para tener una visión proscrita. Brinda también una lección moral. Pues permite que el espectador sea consciente de sus limitaciones. Su cuerpo, su vida, sus expectativas empalidecen ante la presencia y las aventuras (y desventuras) de dioses y héroes, figuras de otro mundo. La pintura, empero, permite hacerse ilusiones. Gracias a ésta, por un momento, los dioses parecen estar al alcance de la mano, y se puede tener la impresión que se está en su compañía. 

Mas, la indiferencia con la que se exhiben, sin solicitar la complicidad, la comprensión o la compasión de los humanos, y la dura constatación que la pintura revela, una barrera infranqueable, un muro liso y frío, entre el mundo real y el soñado, revelan, sin embargo, que si los dioses se muestran, no son verdaderamente lo que se ve. Siguen siendo intocables. Su cercanía es solo aparente. Es solo una imagen. Son de -y están en- otro mundo. La pintura es una ventana que permite otear en aquél, y permitirnos descubrir todo lo que nos falta, pero es una ventana cerrada, que no se reblandece como el espejo que Alicia cruzó en Tras el espejo

Con sus Poesías visuales, mucho antes que los poetas pintores del siglo XX, Tiziano exploró el poder y las limitaciones de la pintura -que quería alcanzar el carácter visionario de la poesía: su capacidad por causar ilusiones, duraderas y deslumbrantes, incluso, sabiendo que solo eran ilusiones, recreaciones de lo que siempre será un misterio.    

viernes, 28 de mayo de 2021

El abate y el arquitecto: fines y medios de la arquitectura (la Maison des Jours Meilleurs -la Casa de los días Mejores-, de Jean Prouvé, 1956 )














 El ingeniero -no obtuvo el título de arquitecto- Jean Prouvé (1901-1984), proyectista y constructor de pequeñas y económicas casas prefabricadas de aluminio, exquisitas en sus detalles y en soluciones constructivas, que se montaban, sin necesidad de conocimientos especiales, en pocos días, y que respondían a las necesidades de vivienda de la postguerra francesa: ¿qué mejor protagonista para una exposición de arquitectura -como la que presenta estos días Caixaforum? 

La muestra destaca la faceta de artesano de Prouvé: un herrero, que trabajaba para arquitectos y decoradores, fabricando hermosas rejas y barandillas, antes de la Segunda Guerra Mundial, y que se dedicó a partir de entonces a tratar de solucionar el problema de la falta de vivienda económica en la devastada Francia tras la Guerra, diseñando y produciendo, con escaso éxito -pocas obras pasaron de la fase de prototipo-, piezas modulables fabricadas industrialmente  que permitían o hubieran debido permitir levantar techos protectores y abrigos en pocos días, montables y desmontables.

¿A qué respondía este interés?

A esta pregunta no responde, sorprendentemente, la exposición (muy bien presentada, aunque difícil de seguir), pese a que se intuye la respuesta en una filmación de época incluida en la muestra.

El célebre (en Francia) Henri Grouès (1926-2007), un dominico conocido por el apodo del Abate Pierre (l’abbé Pierre), dedicado a la política y fundador de la asociación benévola, aún activa en numerosos países, llamada Los traperos de Emaús, durante el más crudo invierno que se ha conocido en París, que aconteció en 1954, y ante el creciente número de sin-hogar en las desoladas ciudades francesas de la postguerra, tras una inesperada llamada de socorro radiofónica, pidiendo donaciones, se puso en contacto con Jean Prouvé para encargarle lo que se conoce como la casa del Abade Pierre, pero que se nombró como la Casa de los Días Mejores (un nombre de evocación cristiana): un hogar para los que dormían en la calle. Dos semanas más tarde, Jean Prouvé levantaba un prototipo en un muelle cabe el Sena en Paris, una casa desmontable que el arquitecto Le Corbusier, que destacó el encargo del Abate Pierre, admiró. Este casa, que hubiera producido la marca de detergentes Persil, y que contaba con los fondos aportados benévolamente por numerosos privados (y empresas), sin embargo, nunca se produjo masivamente ya que, debido a que los sanitarios no ventilaban a través de la fachada, siguiendo la normativa legal de por el aquel entonces, no obtuvo los permisos necesarios. 

La elección de Jean Prouvé, que realizó el Abate Pierre, era lógica. No solo compartían un mismo ideario político y social, sino que estas viviendas de fortuna para desfavorecidos, que tenían a responder rápida y económicamente a las urgencias del momento, sólo podían proyectarse y construirse por un artesano, conocedor del mundo industrial, como era Prouvé.

La relación entre el Abate Pierre y Jean Prouvé ilumina la obra y los fines de éste, un tema que la exposición no aborda en favor del estudio de los medios (técnicos conocidos y utilizados por Prouvé) en vez de los fines. De este modo, se desdibujan las razones que dan sentido a la obra de este brillante proyectista, admirado hoy. 




jueves, 29 de abril de 2021

Elecciones

 “ Otra vez (¿qué es esto, cielos?) 

queréis que sueñe grandezas

que ha de deshacer el tiempo?

¿Otra vez queréis que vea

entre sombras y bosquejos

la majestad y la pompa 

desvanecida del viento?

¿Otra vez queréis que toque

el desengaño, o el riesgo

a que el humano poder

nace humilde y vive atento?”


(Pedro Calderon de la Barça: La vida es sueño)

lunes, 1 de marzo de 2021

HASSAN FATHY (1899-1989): DE BUENAS INTENCIONES ESTÁ EMPEDRADO EL INFIERNO....








El verbo latino manere (permanecer, estar, habitar) ha dado lugar al francés maison (casa) y al español mansión. Una salto cualitativo, una brecha, un "oximorón" que la arquitectura de Hassan Fathy padeció. 

No tuvo que ser fácil, en los años 50, cuando el mundo devastado por la Segunda Guerra Mundial, se reconstruía a toda prisa con desmesurados bloques de hormigón idénticos, emplazados en una trama geométrica uniforme y desmedida, o barrios enteros de casas neo-rurales, en la periferia de Londres, extendidas hasta el horizonte -la necesidad de vivienda era acuciante-, abogar por una construcción de formas tradicionales con técnicas artesanales y materiales tomados del lugar, a fin de evitar recurrir a un hormigón económico mal utilizado, que permitiera que los habitantes pudieran construirse  su propia vivienda, y los equipamientos públicos necesarios para una comunidad.

Pero éste fue la propuesta práctica y teórica -la monografía esencial: La arquitectura para los pobres, de 1969-que el arquitecto egipcio Hasan Fathy propuso y defendió, sin éxito, ya que los habitantes del lado oeste de Luxor, acostumbrados en morar al aire libre, entre las ruinas faraónicas de Tebas -que se decidió proteger para el turismo-, no pudieron adaptarse a viviendas, bien construidas, y bien intencionadas, pero cuya planta y cuyo volumen les recordaba la intrincada estructura de las tumbas faraónicas de las que querían huir.

Hassan Fathy, decepcionado, acabó por trabajar para el descomunal despacho del arquitecto griego Doxiadis, con una plantilla de quinientos arquitectos, que llevaba a cabo proyectos por todo el Próximo Oriente -hasta en España a principios de los años 70-, gracias a la ayuda de la Fundación Ford y del Plan Marshall. Fathy fue el autor de las diversas tipologías de casas que Doxiadis propuso y construyó en Iraq en los años 50, y que hoy, maltrechas u olvidadas, constituyen la pesadilla de Saddar City, el barrio más denso, abandonado y peligroso de Bagdad.

El éxito de Fathy llegó irónicamente con los proyectos de lujosas mansiones en Hollywood. Su última obra, un palacete en Mallorca para una millonaria fundación privada, es un testimonio de que las mejores intenciones no siempre llevan a buen puerto, o toman caminos torcidos. 

Y, sin embargo, Fathy es uno de los mejores arquitectos del siglo XX, porque trató de construir para cubrir las necesidades humanas de protección y cobijo, poniéndose al servicio de los habitantes sin grandes gestos.

Casa Árabe ha inaugurado una muestra dedicada a este arquitecto en Madrid.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Retratos de El Fayum (ss. I.IV dC)



Retrato de Eirene, s. I dC, El Fayum (Egipto), Museo de Stuttgart


El hallazgo de centenares de momias tardías, en el área del oasis del Fayum, a principios del siglo XX, tuvo que causar cierta decepción. La testa de las momias estaba tan solo cubierta por tablas pintadas con la efigie del difunto, muy alejadas de las suntuosas máscaras de oro y piedras preciosas dispuestas, como en juego de muñecas rusas, unas dentro de otras. Hoy, sin embargo, estas máscaras inexpresivas, técnicamente perfecta pero indistinguibles unas de las otras, fascinan menos que las tablas pintadas tardías: éstas constituyen los primeros retratos de la antigüedad, equiparables a los retratos occidentales desde el Renacimiento, llegados hasta nosotros.

¿Qué son estos retratos? ¿Son verdaderamente retratos? Pintados en el Egipto faraónico muy tardío, bajo dominio del Imperio romano, entre los siglos I y IV dC, reflejan influencias helenísticas, etruscas y propiamente romanas. Los primeros retratos eran naturalistas, el modelado y las sombras, cuidadas; los últimos, por el contrario, se aplanaron y se esquematizaron, alejándose de la ilusión de realidad. Dichos retratos fueron realizados en vida del modelo. Pero la finalidad no se alcanzaba en este mundo, sino en el más allá. No estaban destinados para exhibirse en el espacio doméstico ni compartir el espacio con los vivos. Pese a la ilusión de vida que pudieran suscitar, eran retratos destinados al mundo funerario. Guardaban para la eternidad la efigie que el difunto tuvo en el momento de esplendor de la vida. Algunos detalles, como coronas de laurel pintadas con pan de oro, aluden al mundo de los muertos.

Los retratados, habitualmente, giran levemente la cabeza y miran al espectador. La mirada caracteriza dichos retratos: los ojos están bien abiertos, casi desorbitados en los retratos del Fayum últimos. Se ha comentado que esta mirada fija e hipnótica se dirige, desde el mas allá, hacia los vivientes tanto para asegurarles de su salvación como para animarles a no temer cruzar el umbral del mundo de los muertos. La vida sigue en el más allá, muy lejos de la vida evanescentes, en sombras, de las creencias griegas. La muerte no es el fin sino el inicio de una vida plena, una creencia del Egipto faraónico, así como del platonismo (que algunos han supuesto refleja influencias egipcias). Pero, sin duda, los retratos del Fayum no se preocupaban de los mortales. Dichos retratos se animaban en las tumbas, y los retratados miraban de igual a igual a los dioses y a los resucitados. Los retratos eran el testimonio de la creencia en la inmortalidad del alma y en la preservación del cuerpo.

A finales de la práctica de los retratos del Fayum, a lo largo del siglo IV dC, el imperio romano se cristianizó. El dios cristiano era un mortal a parte entera, sin que su condición moral supusiera mengua alguna de su divinidad. Mortal e inmortal al mismo tiempo, Jesucristo -su nombre doble aúna el nombre del mortal, Jesús, con el del inmortal, Cristo o el Uncido- murió, como cualquier mortal, y resucitó, como cualquier divinidad. Su muerte fue real; no fingió; sufrió, agonizó y falleció. Pero su resurrección también fue cierta. ¿Cómo representar esta doble naturaleza? Las figuras de Apolo, Hermes o Hércules fueron un modelo: dioses y héroes con cuerpo de ser humano. Divinidades paganas tardías, como Atis, Mitra u Osiris, nacían, morían, casi siempre con una muerte cruenta, y renacían. Pero estos dioses nunca fueron humanos. Siempre se manifestaron como inmortales cuya muerte acrecentaba su poder regenerador.  Aunque la figura de Cristo se modeló a partir de estos modelos divinos, la verdadera condición del dios cristiano, hombre y dios en igualdad de condiciones, se representó a partir de los retratos del Fayum: mortales que alcanzan la inmortalidad, sin que su naturaleza humana, idéntica a la de cualquier humano, quedara eclipsada ante el resplandor de la inmortalidad alcanzada. Las primeras representaciones de Cristo que supieron atender a ambas naturalezas, humana y divina, se pintaron a semejanza de los retratos del Fayum. Jesucristo era una figura que asumía su condición mortal, la cual no implicaba el final de la vida sino el inicio de una vida más resplandeciente, sin olvidar lo que había pasado, como los ojos bien abiertos de los iconos bizantinos evocaban. Los retratos del Fayum ofrecieron un modelo plástico convincente para destacan la humanidad de la divinidad, aunque también permitieron que algunos humanos trataran de mostrarse como seres superiores o sobrenaturales, como los emperadores bizantinos, con una mirada menos cercana o humana son más distante y displicente. La mirada de los retratos del Fayum, retomada por la pintura bizantina, sirvió para representar la complejidad humana, su temor ante la muerte y su arrogancia ante ella, entre un dios que se hizo hombre, y un emperador que se creyó un dios.


Nota: Versión de un texto para la una exposición virtual sobre el retrato en la Fundación Juan March de Madrid.

domingo, 5 de julio de 2020

BERNAT MASSAT (1931): "VISIT SPAIN (CONOZCA USTED ESPAÑA)" (1965)



























Salvo cuando los retratados posan, inmóviles, conteniendo en gesto y la expresión, en un entorno tan detenido como las figuras tiesas, la fotografía congela el movimiento, lo que permite descubrir, de pronto, lo que no se percibe en la realidad: el espacio entre las figuras, y las relaciones distantes, indiferentes o tensas entre ésta.
El mundo se convierte en un mosaico en el que las piezas, los entes y los seres encajan, adquiriendo igual importancia. La diferencia jerárquica entre el fondo y la figura desaparece. Un detalle se alza o se realza, un gesto imperceptible en el curso del tiempo, ordena el espacio, y el espacio ya no es un receptáculo que acoge y da prestancia a figuras, sino que éstas, por el contrario, ordenan el espacio y destacan sus cualidades que se plasman entre -y no alrededor o detrás- de las figuras.
La fotografía, contrariamente a la pintura que cree en la ilusión -que podrá sugerir un volumen-, concede igual relieve a todo lo que se muestra como un encaje de manchas. La fotografía se acerca más al relieve que a la pintura ilusionista.
La fotografía no culmina y resuelve el sueño ilusionista de la pintura renacentista (en el que quizá solo Piero della Francesca no creyó), sino que la neutraliza. Todo lo que el objetivo capta y se imprime en el papel -en el caso de las fotografías analógicas- adquiere igual importancia. Todo -y nada- se palma, todo está al alcance de la mano; el espacio entre las formas no es un agujero, por el que la mano se colaría si el cuadro permitiera adentrarse en él, sino que adquiere la misma densidad, igual consistencia que las figuras.
El gran fotógrafo Bernat Massat, a quien se dedica una exposición antológica en el centro la Tabacalera de  Madrid, supo -o sabe aun- retratar  los intervalos, suspendidos entre las figuras, convertidas en sombras, casi en pautas para ordenar el espacio.