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martes, 23 de julio de 2024

Historia de la universidad en Barcelona (ss. XV-XX), parte 7


 

La guerra de sucesión entre casas reales europeas, centrada en la ocupación del trono de la casa real española que se quedó sin sucesor, puso fin a un siglo de degradación universitaria en los territorios de la antigua corona de Aragón.

La muerte de Carlos II, sin descendencia -víctima de la consanguinidad de las casas reales-, desató, como en un juego de ajedrez, la avidez de las casas reales en el tablero europeo para ocupar el trono vacío. 

Dos casas reales europeas se enfrentaron, apoyadas cada una por otras casas reales (incluyendo el papado): la nueva casa real de los Borbones, originariamente protestante, reyes de Navarra y Andorra,  y asentada en París tras el asesinato del último rey de la casa de Valois muerto sin descendiente, y la casa de los Habsburgo, dueña de los territorios del llamado Sacro Imperio Germánico, cuyos orígenes se remontaban a Carlomagno, un rey y luego un emperador del siglo IX, asentado en Galia.

El trono hispánico dominaba aún, pese a las pérdidas territoriales desde el siglo XVI, vastas extensiones coloniales en Europa y América del Sur. Su ocupación implica trastocar alianzas reales y ganancias territoriales y políticas considerables. 

La organización política de los territorios, de la “casa real” de ambas casas era distinta. Un poder asentado en una corte poderosa y versallesca que había logrado en gran parte someter a poderes reales de menor fuerza y poderes aristocráticos cercanos, frente a un trono imperial que cohabitaba con tronos reales y casas nobles que reconocían nominalmente la primacía de la casa imperial pero se comportaban autónomamente. Una concepción centralista del poder, de un único poder, que sería la que dominaría Europa en los siglos venideros (pero que provenía de la Roma imperial y antes del imperio helenístico, dos culturas “clásicas” que, no es casual, devendrían admirados modelos culturales entre los siglos XVIII y XX) , frente a una concepción del poder atomizado de origen medieval (y, más lejos en el tiempo, similar al de la adusta y sobria Roma republicana).

El enfrentamiento entre ambas casas reales , con la intervención de las casas reales de origen germánico de los Hannover en las islas británicas y de los Orange en los Países Bajos del norte (los del sur, por el contrario, formaban parte de las posesiones reales de la casa de los Habsburgo), y del papado, favorable primero al rey de Francia y luego al emperador germánico,  tuvo lugar en todo el territorio europeo, pero su objetivo era la ocupación del trono hispano asentado en el palacio real de Madrid, y el control de extensas posesiones coloniales americanas (en el sur , el centro y el norte del continente) y en el sudeste asiático.

Cada casa contaba con apoyos y detractores por toda Europa. El ducado de Mantua y el obispado de Baviera eran favorables a los Borbones,  la casa de Oldemburgo danesa defendía a los Habsburgo.

En cuanto a la casa real de los Braganza, en Portugal, alternó sus apoyos a uno y otro bando. 

El conflicto estaba envenenado desde los inicios. Todas las casas reales europeas estaban emparentadas por matrimonios, dotes y herencias territoriales.

De hecho, el conflicto se inició antes del fallecimiento de Carlos II. Ante la evidencia que dicho rey carecería de un sucesor directo, el rey Luis XIV de la casa real francesa de Borbón negoció con las casas reales europeas el reparto de los territorios de la casa real hispana, un reparto que favorecía a la casa real de los Borbones, pero que parecía regalar territorios reales hispanos, puestos a disposición de casas reales, nobles y religiosas. 

Luis XIV de Francia defendía inicialmente que una gran parte de los territorios de la corona española pasaran a manos germanas, a cambio de la obtención de otros territorios más útiles para el asentamiento real en la Isla de Francia . Luis XIV buscaba, en verdad, que la casa real inglesa no se quedara con la casa real española.

Ante la inminente entrega de los territorios de la corona española de los Habsburgo, el rey Carlos II nombró a un miembro de la Casa real de los Borbones como sucesor. Luis XIV aceptó. Su nieto, por linaje paterno, Felipe V de Borbón, accedía así al trono de España e iniciaba una nueva dinastía emparentada con la casa real francesa de los Borbones. Luis XIV triunfaba.

El emperador del Sacro Imperio Germánico se sintió ultrajado. Declaro la guerra a la casa real de los Borbones, en España y Francia (nombres utilizados hoy para simplificar, pero que no designaban territorios con una entidad propios: eran solo posesiones reales de loas que se obtenían bienes y mano de obra para la naciente industria y el ejército).

 Carlos III de Habsburgo viajó a Portugal donde creó una corte y desde allí se adentró en la península. Tras el rechazo de la capital se refugió en Barcelona donde reinaría durante seis años, entre 1705 y 1711, en un territorio acotado.

La guerra entre cortesanos y defensores de ambos reyes, Felipe V en Castilla y Carlos III en el principado, de incierto resultado, cambió cuando Carlos III abandonó Barcelona (donde dejó a su esposa) para ocupar el recientemente vacante trono del Sacro Imperio Germánico, acompañado de su corte. 

La guerra de sucesión acabó así en Europa en 1711, pero no concluyó hasta tres años más tarde en la península con la caída y toma de Barcelona, que defendía a un rey, el archiduque Carlos de Habsburgo o Carlos III, que había logrado crear una corte en la ciudad pero que  había partido hacía años.

La reorganización política, territorial, económica  y cultural de los territorios de la nueva casa real conllevó un replanteo de los estudios universitarios.

 Los antiguos territorios de la corte de Aragón acogían numerosas universidades sin prestigio, víctimas de la simonía  (o compra de títulos). Se decidió el cierre de los Estudios general provincianos en favor de  una única universidad ubicada en el centro del territorio.

El municipio de Cervera, que había tomado parte por la casa real francesa obtuvo la prerrogativa universitaria. Todas las especialidades religiosas y de filosofía tomista, más adoptadas al mundo medieval que al siglo de las luces se transfirieron a una descomunal universidad barroca, proyectada por ingeniero militar  francés Francisco Montaigu, cuya construcción, iniciada en 1720, a cargo del ingeniero Miguel Soriano, formado en la Academia Matemática Militar de Barcelona, no terminó hasta 1740, cuando las clases pudieron abrirse.

La propia modesta aglomeración de Cervera parecía aún más encogida frente al tamaño de la universidad que destacaba en medio de la desconectada meseta ilerdense.

Barcelona perdió su purgado Estudio General, ya sin lustre, salvo el Estudio de Medicina, muy reputado, que permaneció en la ciudad. La sede barcelonesa del Estudio General fue convertida en cuartel. Tras las guerras napoleónicas, su estado era tan precario que el edificio tuvo que ser derribado. Hoy solo se conserven un escudo de piedra (ubicado en una galería superior de uno de los claustro de la universidad de Barcelona) y una gran gárgola de piedra, un fauno tallado por el maestro de obras del Estudio General, que debía actual como efigie protectora, donada a un museo de Barcelona.

Pero el lustre no volvió en el Estudio General de Cervera. La ciudad o el pueblo se hallaba lejos de centros urbanos de mayor entidad y no podía ofrecer los servicios requeridos por una universidad, una ciudad dentro de una ciudad.

El remedio falló a poco. Pronto empezarían las gestiones para el regreso de la universidad a Barcelona, pese a la feroz, aunque vana, oposición del consistorio de Cervera. Dicho regreso, aún temporal, no se concretó, sin embargo, hasta la reorganización europea a cargo (a sangre y fuego) de Napoleón I y después de su caída, si bien unas nuevas guerras. Las llamadas guerras carlistas, de nuevo entre casas reales, dificultaron la vuelta y el resurgimiento del Estudio General de Barcelona, dada la inseguridad viaria.

Entretanto, en Barcelona….


(Seguira)



martes, 25 de junio de 2024

Universidad ¿hoy?

 “Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. (…) Pudo comprobarlo al comenzar a estudiar (…). Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando.”

No es la descripción de la universidad, hoy en día.

La cita pertenece a la  novela El árbol de la ciencia, publicada hace ciento trece años por Pío Baroja 

Muy recomendable 

domingo, 3 de diciembre de 2023

EME BE A

 La palabra negocio lo dice bien a las claras: se trata de lo contrario al ocio. Si éste ofrece un momento de abandono y de apertura a los demás, su negación invita a cerrar las manos ávidas de dinero, a la avaricia.

Mientras, las iniciales eme be a (o, en inglés, que suena más internacional, em bi ei) son un mantra, una palabra bendita, una clave al alcance de pocos, fácil de lograr sin embargo, si se tienen posibles, que abre las puertas del tesoro. Bu si nes scul.

Los llamados másters -un título de origen medieval, en verdad- se abrieron paso en España hace unos veinte o veinticinco años. Se trataba de cursos de postgrado, que daban lugar a una titulación inferior al título de doctor -un máster requiere la elaboración de una tesina, durante un año, y no de una tesis, durante un mínimo de tres, si bien las tesis doctorales, hasta principios del siglo XXI, solían exigir unos cinco años de preparación y hasta veinte, en Francia, para las llamadas tesis de estado-, pero que ampliaba los conocimientos que brindan estudios universitarios y sobre todo, aseguran unos conocimientos específicos no cubiertos por los estudios de grado más generalistas, más amplios pero menos profundos o incisivos.

Recuerdo el alboroto en algunos departamentos de universidades públicas el anuncio de la posibilidad de crear másteres. No eran necesarios académicamente -existían cursos de doctorado serios-, pero parecían una excelente oportunidad de hacer negocio. Del ocio no se vive. La aprobación de la oferta de másters era percibida como una ocasión única -una única ocasión- de poder cobrar unos honorarios, propios de empresas privadas, que los sueldos de instituciones públicas, regulados por ley, y hasta una cantidad muy inferior a la de los sueldos privados, no alcanzaban. Los másters eran vistos como una manera de completar generosamente sueldos que, en el caso de profesores que no son funcionarios, son indignos, y en el caso de profesores titulares empalidecen ante lo que las universidades y los centros privados ofrecen. Cobrar ciento veinte mil euros anuales de sueldo en un centro privado no es singular, un sueldo que dobla el de los más altos cargos de la función pública, salvo que ésta haya logrado crear institutos privados en su seno, no regulados por las normas públicas. Es cierto, nos referimos a másteres, a cursos de radicación superior especializada, y hasta ahora sólo hemos detallado negocios y honorarios. Mas, ¿de que podríamos hablar, sino?

La posesión de un título de máster es casi una condición necesaria para lograr un puesto de trabajo en una empresa privada, y un puesto de profesor en una universidad, pública o privada. Algunas empresas y algunas instituciones públicas abonan los másters de sus empleados, pero en la mayoría de los casos, es el particular quien carga con el coste. Los precios, por altos que sean, se abonan sin problemas y las plazas ofertadas se cubren, gracias al número de jóvenes de padres pudientes de lengua española que, sea cual sea su nivel de conocimiento, pueden pagar los costes que les darán un título, a veces académicamente irrelevante, pero lustrosamente rentable a la hora de acceder a un puesto de responsabilidad en una empresa privada (y no solo privada).

Hoy, tanto las universidades públicas como las privadas ofrecen cursos de másters privados. El precio de éstos es muy superior al de los másters públicos -que sólo ofrecen universidades públicas, y cuyo precio también está regulado por ley, y apenas supera el precio de un curso de grado. Por el contrario, los másters privados no están regulados. Escapan al control presupuestario. Sus contenidos tampoco están supervisados. Las universidades privadas se han multiplicado en España. Hasta algunas empresas multinacionales (de  origen español), y algunas sectas religiosas poderosas, poseen su propia universidad, evidentemente privada. Pero hasta los másters privados de universidades públicas, incluso bien consideradas, no están regulados. Los contenidos, la manera de enseñar, son libres. Y no siempre tiene nivel nivel ni la exigencia que se supone debería tener un curso de especialización superior. Y así como un máster público puede costar unos tres mil euros anuales, se imparten hoy cursos de master privados de hasta ciento treinta mil euros anuales, y los precios entre cincuenta y cien mil euros son habituales, lo que permite “redondear” los sueldos públicos -pero también mejorar las condiciones laborales de centros privados que no siempre pagan las vacaciones de sus docentes.

En estos momentos, montarse un máster exitoso es una vía segura para  poder pagarse finalmente aquel yate por el que tanto soñamos. Aviso a navegantes: en arquitectura cotiza hoy al alza  la sostenibilidad…





domingo, 11 de junio de 2023

NUCCIO ORDINE (1958-2023): LA UTILIDAD DE LO INÚTIL (2016)



 

Si solo los defensores de la universidad como fábrica de técnicos y constructores, sustituidos por otros, a medida de los retiros, las caídas y las desapariciones, como piezas de recambio intercambiables, pudieran escuchar y leer a Ordine, fallecido ayer 

martes, 31 de enero de 2023

Maquetas de la escuela de arquitectura de Bagdad















Fotos:Tocho, enero de 2023


El departamento de arquitectura de la facultad de ingeniería de la universidad de Bagdad (la arquitectura no es independiente de la ingeniería en Iraq) no posee impresoras en 3-D ni taller de maquetas. Tampoco poseen madera de balsa. Los estudiantes utilizan cartón.

Las maquetas mayoritariamente recrean edificios mesopotámicos babilónicos) que, paradójicamente, Occidente ha solido presentar casi siempre  como formando parte de la arquitectura europea, desgajada del Próximo Oriente. Hoy, los estudiantes de arquitectura iraquíes asumen y estudian este legado de la antigüedad. 





 

jueves, 22 de septiembre de 2022

La enseñanza de la arquitectura

El programa de estudios de las Escuelas de Arquitectura en España no enseña arquitectura, sino construcción. Apenas se distingue de los programas de las escuelas de Ingeniería de Aparejadores. En Bagdad, en Iraq, por ejemplo, no existe la facultad de Arquitectura, sino de Ingeniería, que comprende un departamento de Arquitectura con unas asignaturas que los estudiantes de arquitectura, a diferencia de los de Ingeniería, deben seguir. Estas asignaturas se limitan a dos: historia y, sobre todo, teoría. Son éstas, en particular las asignaturas de teoría, las que marcan la diferencia entre programas dedicados a la construcción de equipamientos y programas dedicados a la formación de los arquitectos. La teoría es lo que distingue las formaciones de los constructores (de obras públicas y privadas) de las de los arquitectos. Se diría, entonces, que los arquitectos no construyen. ¿Es cierto?

Durante años, la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB) fue una rara avis en los estudios de arquitectura españoles, europeos y quizá mundiales. Lo característico de sus programas de estudio, entre 1972 y 2014, fueron la presencia y la importancia de asignaturas teóricas, en concreto, de estética y teoría de las artes. Éstas eran asignaturas obligatorias. Se acompañaban de un programa de asignaturas optativas y de libre elección. Éstas han desaparecido de los nuevos planes de estudio europeos de arquitectura, al igual que las asignaturas de estética. Dichas asignaturas se impartían también en facultades de filosofía y letras (hoy, Humanidades) y de Bellas Artes. Su inclusión en los programas de la Escuela de Arquitectura de Barcelona era una singularidad. Y desde luego, una excepción -o casi: en el curso de 1973-1974, el primer curso de la Escuela de Arquitectura de Montpellier, se dividía en un trimestre de asignaturas “de pizarra”, y dos trimestres de prácticas. Las clases teóricas se impartían durante cuatro días. Comprendían solo cuatro asignaturas: las dos más importantes eran Economía y Propedéutica a las Ciencias Humanas, o Iniciación a éstas, entre la filosofía -la Fenomenología- y la antropología, impartidas, bajo un árbol frondoso, en un prado cercano al modesto edificio de la escuela, por un discípulo del filósofo francés Gaston Bachelard (autor del célebre ensayo La poética del espacio, hoy olvidado, desgraciadamente). No se daban clases de Proyectos ni de asignaturas “técnicas”. El sueño solo duró un año. La Construcción se impuso. La Escuela de Montpellier impartió arquitectura durante apenas un año-.

Pero mientras, en Barcelona, durante dos años, el programa de estudios incluyó la especialidad de Teoría, que se impartía en quinto y sexto cursos. Dicha línea reforzaba las asignaturas y contenidos teóricos -de arte y arquitectura- en detrimento de los propiamente técnicos, comunes con los estudios de ingeniería y arquitectura técnica: estudios de instalaciones, construcción y estructuras (hoy englobadas en un programa de Tecnología).  Un año, un año tan solo, es cierto, se permitió que el Proyecto Fin de Carrera consistiera en un ejercicio escrito, cercano a una tesina de máster (o una tesis doctoral), salvo por el hecho que dicho trabajo debía versar sobre un tema propiamente arquitectónico, un proyecto, en verdad, desarrollado y justificado mediante la palabra escrita. El proyecto estaba en el texto; era el texto. Las imágenes gráficas (planos, esquemas, bocetos) eran optativos y se presencia se dejaba al albedrío del estudiante, a su buen criterio. En verdad, el texto debía ser suficiente para evocar, describir, justificar y comentar una obra. Su lectura debía ser capaz de suscitar la impresión de estar ante o en una obra.

La presencia de la teoría en los estudios de arquitectura españoles ha desaparecido, no tanto por las exigencias de los planes de estudio europeo, los llamados planes de Bolonia, puesto que éstos incluyen la necesidad de asignaturas o de contenidos teóricos y estéticos, que hubieran permitido la prosecución de las asignaturas de estética, sino por las exigencias de los colegios de arquitectos. Éstos, derivados de los gremios de constructores medievales, siguen ejerciendo un férreo control sobre el ejercicio de la profesión del arquitecto, al menos sobre su tarea de constructor. Todo proyecto previo a una obra construida con materiales de construcción, entre los que no se encuentran las palabras, debe ser presentado, evaluado y visado por el colegio de arquitectos. El conjunto de documentos gráficos, que constituyen lo que se denomina un proyecto básico o, ya más elaborado, un proyecto ejecutivo, debe incluir todos los planos necesarios para que cualquier constructor pueda proceder a la edificación sin recurrir a ninguna consulta, sin tener dudas ante partes del proyecto que no están suficientemente detalladas.  Este férreo control -que obliga incluso al arquitecto a colegiarse, como en la Edad Media, pagando cuotas y seguros elevados, a cambio de la promesa de  una protección jurídica en el caso de un fallo constructivo (el colegio, obviamente, no cubre errores de contenidos, sino de materializaciones, es decir, errores de construcción)- se ejerce porque, según la ley española, que defienden y exigen los colegios de arquitectos, los arquitectos son los últimos responsables de las obras. Esta responsabilidad del arquitecto se ejerce sobre todos los aspectos y fases de una construcción, es decir, su estructura, su construcción y sus instalaciones. Lo único que no se controla es la cualidad formal de la construcción, que a menudo se resume a una fachada y a un cierto volumen, acorde con los volúmenes circundantes, y los tonos de las fachadas vecinas. Si un edificio sufre una deficiencia estructural o de construcción, la responsabilidad última recae en el arquitecto, a quien los colegios de arquitectos ofrecen asesoría y apoyo legales, abonados por cuotas de diversos seguros de lo que se denomina “responsabilidad civil”. El peso legal de ésta última, obliga a que los arquitectos se amparen bajo el manto gremial de un colegio de arquitectos, que impone que la formación de sus abonados se circunscriba al dominio exhaustivo de contenidos técnicos y constructivos. Se entiende así que un arquitecto es una figura de quien construye con determinados materiales, entre los que se excluyen las palabras. De este modo, las asignaturas teóricas o reflexivas no se consideran necesarios. Un arquitecto es así un ingeniero que no se limita a edificar infraestructuras. El arquitecto como pensador no se concibe. Un arquitecto obra, y la obra es siempre una intervención material que incide en el entorno. El mundo de lo imaginario es mucho más difícil de cernir y de discernir. Escapa al control del gremio de arquitectos. Por esto, un arquitecto no es quien piensa, imagina y recapacita. Un arquitecto es un constructor. Es decir, no es un arquitecto.

martes, 10 de mayo de 2022

Dhul


 La Universidad  Politécnica es un potente foco cultural.

Organiza incluso días dedicados exclusivamente a la cultura. No todo van a ser lecciones de pizarra y listas de datos a aprenderse de memoria. Es necesario potenciar la creatividad del estudiante, su compromiso con la cultura.

El plato estrella, la actividad cultural central en esos días entregados a la cultura es un concurso de ingesta de flanes.

Es así como la universidad española brilla en lo alto de los “rankings” internacionales.



lunes, 14 de marzo de 2022

Pureza de sangre




Fotos: Oscar Poggi, Certificados de pureza de sangre, Archivo de la Biblioteca de la Universidad de Barcelona, marzo de 2022



Foto: Tocho, Certificado de buena conducta, Archivos de la Junta de Comercio, Reservas, Biblioteca de Cataluña, Barcelona, marzo de 2022


Quizá los mayores de cincuenta años recuerden que hasta la Constitución española de 1978, la obtención de ciertos documentos oficiales como el pasaporte, en España, requería la presentación de un certificado de buena  conducta, entregado y firmado no por la policía sino por el sacerdote de la parroquia a la que todo ciudadano español, creyente o no, cristiano o no, estaba adscrito. Aunque ya, tras la muerte del dictador Francisco Franco, este requisito devino una mera formalidad, su falta impedía, por ejemplo, cruzar la frontera -el pasaporte era necesario para cualquier desplazamiento al extranjero.

Los padres o los abuelos de los cincuentones les habrán contado quizá que a casi cuarenta años de la fecha de la constitución, en la reciente postguerra, al menos en pequeñas ciudades como  Mahón, en Menorca, era indispensable presentar un certificado de haber comulgado en misa cada domingo -certificado que entregaba el sacerdote de la parroquia tras la comunión- para poder acceder a un cargo público, como el de profesor funcionario.

Estos requisitos, que hoy pueden parecer tan absurdos como las preguntas que hoy plantean algunos gobiernos para la obtención de visados, y algunos municipios, sobre el "género", para ciertos formularios, recuerdan los certificados de buena conducta, redactados por las autoridades religiosas españolas, que, en los siglos XVIII y XIX, los estudiantes debían obtener y presentar para poder matricularse en la Universidad (aún llamada Estudio General) y en las Escuela Superiores (Idiomas, Economía, Química, Diseño, Navegación, etc.) que la Junta de Comercio estableció en Barcelona en la primera mitad del siglo XVIII, y los certificados de pureza de sangre que hasta finales del siglo XIX, todo profesor que aspiraba a una plaza fija debía presentar. Este laborioso certificado, estampillado con numerosas firmas, detallaba (transcribo literalmente partes del texto del certificado) que el susodicho era un hijo legítimo -y no un bastardo-, de buena fama y costumbres, buen vasallo el Rey, muy adicto a su Augusta Persona, siempre adicto a Su Majestad, no habiendo sido un miliciano voluntario, ni tomado las armas a favor de un gobierno intruso, permaneciendo pacífico en la última rebelión sin tomar las armas en favor de los rebeldes [el texto del formulario se aplicó tanto cuando el reinado de Fernando VII, como de Isabel II],ni pertenecido a sociedad alguna, tampoco empleado en oficios viles ni mecánicos, y cristiano viejo, limpio de toda mala secta de moros, judíos y luteranos, ni castigado por la justicia ni por el Santo Tribunal de la fe [esto es, por la Santa Inquisición] (sic).

   

Ah, los buenos tiempos de la pureza de sangre....