La guerra de sucesión entre casas reales europeas, centrada en la ocupación del trono de la casa real española que se quedó sin sucesor, puso fin a un siglo de degradación universitaria en los territorios de la antigua corona de Aragón.
La muerte de Carlos II, sin descendencia -víctima de la consanguinidad de las casas reales-, desató, como en un juego de ajedrez, la avidez de las casas reales en el tablero europeo para ocupar el trono vacío.
Dos casas reales europeas se enfrentaron, apoyadas cada una por otras casas reales (incluyendo el papado): la nueva casa real de los Borbones, originariamente protestante, reyes de Navarra y Andorra, y asentada en París tras el asesinato del último rey de la casa de Valois muerto sin descendiente, y la casa de los Habsburgo, dueña de los territorios del llamado Sacro Imperio Germánico, cuyos orígenes se remontaban a Carlomagno, un rey y luego un emperador del siglo IX, asentado en Galia.
El trono hispánico dominaba aún, pese a las pérdidas territoriales desde el siglo XVI, vastas extensiones coloniales en Europa y América del Sur. Su ocupación implica trastocar alianzas reales y ganancias territoriales y políticas considerables.
La organización política de los territorios, de la “casa real” de ambas casas era distinta. Un poder asentado en una corte poderosa y versallesca que había logrado en gran parte someter a poderes reales de menor fuerza y poderes aristocráticos cercanos, frente a un trono imperial que cohabitaba con tronos reales y casas nobles que reconocían nominalmente la primacía de la casa imperial pero se comportaban autónomamente. Una concepción centralista del poder, de un único poder, que sería la que dominaría Europa en los siglos venideros (pero que provenía de la Roma imperial y antes del imperio helenístico, dos culturas “clásicas” que, no es casual, devendrían admirados modelos culturales entre los siglos XVIII y XX) , frente a una concepción del poder atomizado de origen medieval (y, más lejos en el tiempo, similar al de la adusta y sobria Roma republicana).
El enfrentamiento entre ambas casas reales , con la intervención de las casas reales de origen germánico de los Hannover en las islas británicas y de los Orange en los Países Bajos del norte (los del sur, por el contrario, formaban parte de las posesiones reales de la casa de los Habsburgo), y del papado, favorable primero al rey de Francia y luego al emperador germánico, tuvo lugar en todo el territorio europeo, pero su objetivo era la ocupación del trono hispano asentado en el palacio real de Madrid, y el control de extensas posesiones coloniales americanas (en el sur , el centro y el norte del continente) y en el sudeste asiático.
Cada casa contaba con apoyos y detractores por toda Europa. El ducado de Mantua y el obispado de Baviera eran favorables a los Borbones, la casa de Oldemburgo danesa defendía a los Habsburgo.
En cuanto a la casa real de los Braganza, en Portugal, alternó sus apoyos a uno y otro bando.
El conflicto estaba envenenado desde los inicios. Todas las casas reales europeas estaban emparentadas por matrimonios, dotes y herencias territoriales.
De hecho, el conflicto se inició antes del fallecimiento de Carlos II. Ante la evidencia que dicho rey carecería de un sucesor directo, el rey Luis XIV de la casa real francesa de Borbón negoció con las casas reales europeas el reparto de los territorios de la casa real hispana, un reparto que favorecía a la casa real de los Borbones, pero que parecía regalar territorios reales hispanos, puestos a disposición de casas reales, nobles y religiosas.
Luis XIV de Francia defendía inicialmente que una gran parte de los territorios de la corona española pasaran a manos germanas, a cambio de la obtención de otros territorios más útiles para el asentamiento real en la Isla de Francia . Luis XIV buscaba, en verdad, que la casa real inglesa no se quedara con la casa real española.
Ante la inminente entrega de los territorios de la corona española de los Habsburgo, el rey Carlos II nombró a un miembro de la Casa real de los Borbones como sucesor. Luis XIV aceptó. Su nieto, por linaje paterno, Felipe V de Borbón, accedía así al trono de España e iniciaba una nueva dinastía emparentada con la casa real francesa de los Borbones. Luis XIV triunfaba.
El emperador del Sacro Imperio Germánico se sintió ultrajado. Declaro la guerra a la casa real de los Borbones, en España y Francia (nombres utilizados hoy para simplificar, pero que no designaban territorios con una entidad propios: eran solo posesiones reales de loas que se obtenían bienes y mano de obra para la naciente industria y el ejército).
Carlos III de Habsburgo viajó a Portugal donde creó una corte y desde allí se adentró en la península. Tras el rechazo de la capital se refugió en Barcelona donde reinaría durante seis años, entre 1705 y 1711, en un territorio acotado.
La guerra entre cortesanos y defensores de ambos reyes, Felipe V en Castilla y Carlos III en el principado, de incierto resultado, cambió cuando Carlos III abandonó Barcelona (donde dejó a su esposa) para ocupar el recientemente vacante trono del Sacro Imperio Germánico, acompañado de su corte.
La guerra de sucesión acabó así en Europa en 1711, pero no concluyó hasta tres años más tarde en la península con la caída y toma de Barcelona, que defendía a un rey, el archiduque Carlos de Habsburgo o Carlos III, que había logrado crear una corte en la ciudad pero que había partido hacía años.
La reorganización política, territorial, económica y cultural de los territorios de la nueva casa real conllevó un replanteo de los estudios universitarios.
Los antiguos territorios de la corte de Aragón acogían numerosas universidades sin prestigio, víctimas de la simonía (o compra de títulos). Se decidió el cierre de los Estudios general provincianos en favor de una única universidad ubicada en el centro del territorio.
El municipio de Cervera, que había tomado parte por la casa real francesa obtuvo la prerrogativa universitaria. Todas las especialidades religiosas y de filosofía tomista, más adoptadas al mundo medieval que al siglo de las luces se transfirieron a una descomunal universidad barroca, proyectada por ingeniero militar francés Francisco Montaigu, cuya construcción, iniciada en 1720, a cargo del ingeniero Miguel Soriano, formado en la Academia Matemática Militar de Barcelona, no terminó hasta 1740, cuando las clases pudieron abrirse.
La propia modesta aglomeración de Cervera parecía aún más encogida frente al tamaño de la universidad que destacaba en medio de la desconectada meseta ilerdense.
Barcelona perdió su purgado Estudio General, ya sin lustre, salvo el Estudio de Medicina, muy reputado, que permaneció en la ciudad. La sede barcelonesa del Estudio General fue convertida en cuartel. Tras las guerras napoleónicas, su estado era tan precario que el edificio tuvo que ser derribado. Hoy solo se conserven un escudo de piedra (ubicado en una galería superior de uno de los claustro de la universidad de Barcelona) y una gran gárgola de piedra, un fauno tallado por el maestro de obras del Estudio General, que debía actual como efigie protectora, donada a un museo de Barcelona.
Pero el lustre no volvió en el Estudio General de Cervera. La ciudad o el pueblo se hallaba lejos de centros urbanos de mayor entidad y no podía ofrecer los servicios requeridos por una universidad, una ciudad dentro de una ciudad.
El remedio falló a poco. Pronto empezarían las gestiones para el regreso de la universidad a Barcelona, pese a la feroz, aunque vana, oposición del consistorio de Cervera. Dicho regreso, aún temporal, no se concretó, sin embargo, hasta la reorganización europea a cargo (a sangre y fuego) de Napoleón I y después de su caída, si bien unas nuevas guerras. Las llamadas guerras carlistas, de nuevo entre casas reales, dificultaron la vuelta y el resurgimiento del Estudio General de Barcelona, dada la inseguridad viaria.
Entretanto, en Barcelona….
(Seguira)