"Vino palabra de Jehová por segunda vez a Jonás, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré.
Y se levantó Jonás, y fue a Nínive conforme a la palabra de Jehová. Y era Nínive ciudad grande en extremo, de tres días de camino.
Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida.
Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos.
Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza.
E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos.
¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?
Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo." (Jonás, 3: 2-10)
El ritual cristiano del miércoles de ceniza, que hoy acontece, remonta a Mesopotamia, según cuenta Jonás; en concreto, a la conversión del rey asirio instalado en la ciudad de Nínive, a punto de ser destruida por orden de Yahvé. La ceniza detuvo el fuego.
Miércoles que, desde finales de la antigüedad, reviviendo la historia del rey asirio, abre un periodo de cuarenta días de penitencia -ayuno y abstinencia- antes de entrada triunfal del hijo divino en la ciudad de Jerusalén -la única entrada de un cortejo, venido de fuera, en la ciudad que no es rechazado, pese a trastocar la vida cotidiana, gracias al anuncio de un tiempo renovado-, y de su proclamación como rey del mundo.
Las palmas que el año anterior se agitaron para celebrar la llegada del hijo divino -un acontecimiento único que se repite cada año como si fuera la primera vez (el mito logra la proeza de repetirse idéntico a sí mismo cada año, siendo al mismo tiempo único y no una mera repetición)- se queman y se reducen a cenizas. Éstas cubren las cabezas de lo ciudadanos, que vuelven al polvo anticipadamente. No pueden purificarse. La ceniza dificulta la respiración. Una negra nube, que evoca la grisura y la opacidad de la muerte que llueve desde las alturas, envuelve y enluta la ciudad. Los ciudadanos se mortifican. La hambruna ronda. La luz se diluye. El mundo se vuelve gris. Hasta el retorno del resplandor, y el nuevo agitar febril de las palmas.
Hoy, miércoles 2 de marzo de 2022, la cruz de ceniza se vuelve, en un país, al menos, un signo aún más siniestro.