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martes, 30 de julio de 2024

¿Qué es el arte? (según Azorín)

 “El arte es triste. El arte sintetiza el desencanto de esfuerzo baldío… ó el más terrible desencanto del esfuerzo realizado…del deseo satisfecho”

(Azorin: La voluntad, XXV)


NB: La voluntad, de 1904, es la primera y admirable novela moderna española, sin historia y múltiples puntos de vista, voces y géneros literarios sobre la nada, tema de la obra.

miércoles, 26 de junio de 2024

Actor

 “La vida es una corriente tumultuosa e inconsciente, donde los actores representan una tragedia que no comprenden”

(Pío Baroja: El árbol de la ciencia)

martes, 25 de junio de 2024

Universidad ¿hoy?

 “Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. (…) Pudo comprobarlo al comenzar a estudiar (…). Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando.”

No es la descripción de la universidad, hoy en día.

La cita pertenece a la  novela El árbol de la ciencia, publicada hace ciento trece años por Pío Baroja 

Muy recomendable 

viernes, 7 de junio de 2024

Maqueta

Azorín logró un prodigio en su novela Doña Inés. El título de la misma se refiera a una mujer. Mas, los protagonistas de la novela no son de carne y hueso, sino de tela, de metal, de piedra, madera y cristal. Objetos cotidianos minuciosamente descritos, convertidos en los dueños inmóviles de la estancia que los envuelve, vestidos y brocados que recubren y suplantan a los personajes que los portan. Un mundo poblados de objetos menudos, dotados de vida propia, como si un bodegón de Morandi, o una naturaleza muerta barroca se animaran y relegaran a las figuras humanas convertidas en comparsas. Una novela única de frases cortas, tan escuetas que a veces se reducen a tres palabras. Palabras que son cosas. Palabras escritas que son casi jeroglíficos o signos cuneiformes: más que designar, son las cosas a las que nombran. Las cosas son palabras, y los capítulos del libro, tan escuetos, instantáneas, detalladas, de un interior: son el interior detallado. Una multitud de cosas que pueblan los interiores, como pueblan las palabras las hojas del libro. La antítesis de las novelas de Juan Benet, por ejemplo, cuyas descripciones minuciosas, empero, posiblemente deban mucho a Azorín. 

Entre los objetos que organizan (o suplen) la vida de doña Inés se hallan dos maquetas de arquitectura, dignas de verse. Doña Inés no duda en acudir a su exposición pública. Maquetas expuestas y que constituyen el objetivo de un paseo, como lo pudiera ser una obra de arte. Maquetas que se exhiben como un espectáculo, que atraen la atención y organizan el día a día de doña Inés, cuya actividad consiste en recorrer la ciudad y acudir al reclamo de las maquetas.
Éstas son las célebres maquetas de madera del palacio real de Juvara, y la maqueta del puerto de Cádiz. Dos piezas que se han alzado al estatuto de obra de arte y que deben contemplarse como quien atiende a un cuadro, una talla o una reliquia.

Azorín se documentaba. En ocasión la documentación mutaba en plagio. La descripción de la ubicación de la maqueta del palacio está literalmente transcrita del libro de Antonio Ponz, Viaje a España, en cuyo sexto volumen describe la susodicha obra“se exponía en el taller que se halla debajo del arco que comunica el jardín de la Botica real”. 

En cuanto “al modelo del puerto y ciudad de Cádiz, (…)" Azorín precisa -desconozco la fuente a la que el escritor recurrió- que " estaba en el Buen Retiro” (Doña Inés, XIII).

La maqueta del Palacio Real ha sido abundantemente estudiada. Su destino final era la de ser mostrada públicamente, exhibida a la vista de todos, como un objeto aislado, con vida propia, libre de la servidumbre de la obra construida. Una maqueta que se debía apreciar por sí misma, sin tener en mente que se trataba de un proyecto que culminaba con la obra construida, y cuya razón de ser dejaba de tener sentido o validez una vez el palacio edificado.

La maqueta desapareció. Su rastro se perdió. Sin embargo, Elías Tormo escribió en Las iglesias de Madrid que "el modelo corpóreo del Palacio Real, que costó un capital en tiempos de Felipe V, que se guardó singularmente en los reinados sucesivos, que estuvo expuesto, bajo Isabel II, en Galería pública (...) se vendió poco después en un Museo público como madera vieja para el Rastro (...), el más lamentable e inexplicable caso de pérdida". Acertara o no en su afirmación no lo podemos saber. 

Pero lo que sí se desprende del texto de Azorín, en consonancia con los deseos de Juvara, es que las maquetas trascendían su meta función proyectual. Existían para ser admiradas y su visión podía dar sentido a un día de una una vida sin sentido como la vida de doña Inés.


Véanse:

BLANCO MOZO, J.L. (2022): “Filippo Juvara y la maqueta del Palacio Real Nuevo de Madrid: el proceso creativo de un proyecto arquitectónico frustrado”, Academia, 124, p. 24, n. 44

CATENA, E. (1983): edición crítica de Azorín: Doña Inés, p. 106, n. 24

PONZ, A. (1723): Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella. Tomo VI, Madrid y sitios reales inmediatos, pp. 100-102

TORMO, E. (1927): "Adiciones y rectificaciones. Núm. 20; Capilla Real", Las iglesias del viejo Madrid. A. Marzo, fascículo 2, p. 209-210 


miércoles, 5 de junio de 2024

“ AZORÍN” (1873-1967): “PALACIOS, RUINAS”, UNA HORA DE ESPAÑA, XXXVII (1924)

 Viajero: es la hora de descansar un momento. Esta es la piedra blanca en que el viajero ha de sentarse. La campiña en esta hora del crepúsculo está solitaria. Junto a la piedra se yergue un grupo de álamos. Sombrean los álamos en las horas de sol unas ruinas. Lo que fue magnifica casa de placer, levantada en el Renacimiento, es ahora una pared rota. ¡Cuántas horas deleitables se habrán pasado entre las paredes que aquí había! Por los caminos bordeados de árboles vendrían lentos los coches de los señores; acaso en un palafrén pausado caminaría gallarda la dueña de la casa. Viajero: es la hora de la meditación ante las ruinas. La campiña está solitaria. La tenue luz, amarilla, dorada del crepúsculo, se desliza oblicua, a ras de tierra. Ya dentro de unos minutos el sol acabará de desaparecer tras la lejana colina. Los álamos verdes se alzan junto al derruido paredón. Fue palacio espléndido esta ruina. En el siglo XVI todos estos palacios brillaban con la brillantez de lo nuevo. España estaba llena de palacios flamantes. La piedra acababa de ser labrada. Tenia una blancura de nieve. Las tracerías, en los los claustros y en los patios de los palacios, parecerían recortadas en blanquísimo papel.

Canteros e imagineros hacían en las callejas y en los talleres un ruido sonoro y rítmico con sus cinceles y sus picos. Se labraba con amor la piedra. De los toscos pedruscos, traídos de los montes, arrancados de las canteras, iban saliendo grifos, conchas, niños, pájaros, querubines, frutas, flores. Con fervor pasaba sus manos el artista por todas estas figuras blanquecinas, que él acababa de crear, cubiertas todavia de un polvillo ligero. En los entrepatios, en las columnas, en las ventanas, en los frisos, en las retropilastras aparecía luego todo este mundo vario y pintoresco de vivientes y vegetales. Los palacios resplandecían. Los formaban una conjunción maravillosa de fervores en el trabajo de las manos —de albañiles, canteros, herreros, estofadores, pintores, escultores— que ha desaparecido, acaso para siempre, en la especie humana.

Si desde una atalaya imaginaria hubiéramos podido ver las ciudades de España, nuestras amadas ciudades, habríamos vislumbrado en ellas, sembrados con profusión los palacios blancos. Viajero: el tiempo ha ido pasando, los siglos han transcurrido. ¿Estaban mejor antiguamente los palacios de nuestra España o están mejor ahora? Ahora tienen la dulce patina del tiempo; tienen el encanto melancólico de lo viejo. Ahora sus piedras nos dicen lo que antes no podian decir: la tragedia del tiempo que se desvanece. Viajero: es la hora de meditar ante las ruinas, y este paredón ruinoso , de un palacio que fué, aqui en la campiña solitaria, nos da tema para nuestras meditaciones. Los siglos han transcurrido. El antiguo palacio se ha desmoronado; pero aquí al lado de las ruinas, como una sonrisa en la eternidad, está este grupo de finos chopos que tiemblan levemente en sus hojas al soplo de la tarde expirante.

martes, 2 de abril de 2024

HENRI MICHAUX (1899-1984): EL DRAMA DE LOS CONSTRUCTORES (1930)

El drama de los constructores es la primera obra de teatro del poeta y pintor francés Henri Michaux, y demuestra su constante interés por temas arquitectónicos.

Esta obra solo fue representada por vez primera en 1937, y desde entonces se ha vuelto a escenificar tan solo una vez. En verdad, Michaux quería que el texto se leyera, no que se representara.

No es un texto de Michaux muy conocido. Obra primeriza, surrealista o absurda, no está traducida al español o al catalán, y no se ha representado nunca en España.

La traducción que se ofrece aquí es aproximada (se puede contrastar con el texto original), y un traductor profesional debería encargarse de la traducción si se quisiera representar.

Se comunica como primicia.    








EL DRAMA DE LOS CONSTRUCTORES

Acto único

escrito en 1930, representado en París en 1937.


ESCENA I


Este acto tiene lugar en el paseo de los constructores, en las callejuelas del jardín

que rodean el asilo.

Hablan en parte por sí mismos, en parte por el Universo.

Su aspecto exterior: adultos, pensadores, perseguidos.

Los guardias se ven a lo lejos. Cada vez que se acercan, los

Los constructores se dispersan.


A. (con orgullo). - A menudo, jugando a los dados, me digo de repente:

"Con este dado, construiré una ciudad" y no termino la partida hasta que no he construido una ciudad.

construyen una ciudad.

Y sin embargo es muy difícil... y cuando tienes que encajar a los ingleses en un dado

Los dados, con la plaza que quieren a toda costa y su campo de golf, bueno, el que dice que es fácil, es el que dice que no lo es.

quien dice que es fácil, que lo haga. ¿Y por qué no lo ha hecho ya? No faltan

dados que faltan, supongo.


B. (amablemente). - Ahora escúcheme. Hágase primero con algunas pulgas.

No sólo pequeñas, delicadas, sino sobre todo saltarinas, las pulgas.

(Dirigiéndose a todos.) Venga, admitidlo. No te enfades, todos sabéis

Todos sabéis que una pulga vive saltando.


A. (con vehemencia). - Habéis alojado a unos ingleses en una pulga?

(Interrumpiendo.) ¿Podemos verlos? E intactos, ¿verdad?


B. - Intactos... ¿por qué no? No son más frágiles que otros; aquí,

Manchester está podrido de ingleses...


C. (suavemente, soñadoramente). - Construí una ciudad donde podríamos... donde podríamos haber esperado vivir en paz... ¡y sin embargo!

La construí... con calles tan estrechas que hasta un gato apenas podía pasar... Los ladrones ni siquiera intentaban escapar. Ya estaban atrapados, eso era fatal. Se quedaban allí, mirando con angustia...


E. (de pasada). -... Habrán tenido problemas, ¿no, con su pueblo? (Se detiene un momento a escuchar.) Oh, son malos... (Se marcha de nuevo.)


C. (continúa su sueño). - En mis teatros no había público.

Solía sentar telescopios en el palco. Se quedaban horas escuchando... fisgoneando el drama... y los gafitas en las galerías, inclinándose simpáticos... y mirando... mirando...


B. (pensando). - Sí, un telescopio, puede contar con ello.


C. (enérgicamente). - Oh, las gafas pequeñas también... (Luego, de nuevo, lenta y soñadoramente)

... Mis casas agotadas, en las tardes de septiembre, que de pronto se hundían, abriendo sus puertas y ventanas, mientras su chimenea se extendía, emanando como un pistilo... como un campanario...

... ¡Y mi ciudad de icebergs! Icebergs con barandillas y plantados donde la última de las morsas tiene su campo, y lo ara él mismo, con la masa de su cuerpo para trazar el surco...

Ballenas furtivas que se lavan en las calles de madrugada, atascándolo todo y esparciendo el olor de...


A. (furioso). - ¡Ballenas! ¡Ballenas! No quiero ninguna. Ya estamos bastante apretados. Sólo tiene que ocuparse de algo más pequeño. Trabajo en dados, yo

Intentan traernos ballenas. Sólo tiene que reducirlas. ¡Que las convierta en renacuajos! (Con voz terrible.) ¡Renacuajos!


B. a C. (conciliador). - Es que, entiéndelo, aquí estamos demasiado vigilados. Nos secuestran para nada. Te irías. Y luego nos ves quedándonos con ballenas. No los conocemos. Estas bestias aprovechan un poco de agua para empujar, dar tumbos y asustar. No sería muy pintoresco, ¿verdad, hermano mayor, gran constructor. (Paternal, tras pensarlo un momento.) A lo mejor podríais hacer unas ballenas de mentira y, cuando lleguen los espías, les pincháis, vuestras ballenas, y les estallan en la cara. Si te molesta (señalando a A.), lo mismo... pedo en la cara. ¿Una ballena? ¡Ballenas no! ¡Nada de ballenas! (Riéndose.) ¡La ballena se ha zambullido!

(Se ve a los guardias acercarse).


(A., B. y C. hacen pst... pst... Se callan y dan unos pasos hacia el final del escenario).


D. (que ha permanecido sentado, llorando). - ¡Hijos de puta! ¡Holgazanes! ¡Usurpadores!

(Sollozando.) ¡Me he metido tanto en el ojo que pronto voy a perder la vista! (Silencio.)

... No estaría bien, después de haber sufrido lo que he sufrido, que vinieran a quitarme otra vez mi propiedad.



ESCENA II


F. (Sentado, pensando profundamente, canturreando las palabras). - Una ciudad... hasta el más estúpido puede construir una ciudad. Quiero construir "correr", y luego dejar que corra... siempre... correr, ¡qué! E incluso correr durante veinticinco años seguidos no es fácil. Eso lleva al agotamiento. Pero voy a estabilizar todo eso. Corre, verás qué fácil será y...

encadenado.


G. - Ha habido un error, yo no construyo ciudades. Soy el constructor del proyectil para ir a la luna. Y no sólo fue allí, sino que la atravesó. ¿Eso no es nada?


DIOS PADRE. - No, correr durante veinte años seguidos, no queremos eso.

No es bueno para el hombre, ya tiene bastantes excesos sin ello.


B. (dirigiéndose a Dios Padre). - Tampoco deberías haber permitido que un proyectil llegara a la luna.


DIOS PADRE. - La luna no sintió nada, amigo mío, la tenía.


D. (corre presa del pánico, llorando). - Dios Padre, te lo ruego, ¡quítame la ciudad que me han 

metido en el vientre! Dios Padre, te lo ruego.

(Pero llegan los guardias. Los constructores se dispersan para reagruparse en cuanto se van los guardias).



ESCENA III


H. (con suficiencia). - Mi amigo, Eil de Cade, construyó una mosca del tamaño de un caballo. Con esta montura podría llegar lejos. ¡Vaya, vaya, vaya! Pero qué es un caballo-mosca comparado con las cien mil cosas que construí, que pueblan el universo y en muchos lugares lo constituyen por sí solas.


DIOS PADRE. - Que venga Eil de Cade. Ya ha apestado bastante mi creación.


H. - No tenía tanto talento.


DIOS PADRE. - Ya basta. Te reconocí. No hay dos barbas así en el Globo. ¡Un ejemplo ahora mismo! ¡Preparen la olla del infierno! ¡Venga!

¿Pero cómo diablos desperdiciaste moscas así? ¿No sentiste remordimiento cuando viste todos esos caballos angustiados? ¿Caballos que luego tuve que alimentar y enseñar? Porque no sabían nada, incapaces incluso de apoyar bien las pezuñas. ¿Y quién era proporcionarles yeguas? Yo, siempre yo. ¿Quién me dará un momento de descanso? (Aparecen los guardias. Los albañiles se dispersan).



ESCENA IV


D. (de nuevo en escena; entregándose a un feliz recuerdo). - En el pasado, construí sobre Júpiter... un suelo excelente; un subsuelo perfecto, pero las mujeres no consiguen complacerse en el exterior. Lo mío... lo entiendes, pero llegará a su fin. He encontrado polvo HDZ. (Haciendo rodar arena en su mano.) Con esto, nos vamos solos. (Señalando a los guardias.) Pueden mirar todo lo que quieran, pft... adiós. (Dirigiéndose a los demás.) Venid a Júpiter, venid, hay trabajo para todos. Nos iremos esta tarde.

Algunas dicen: "¡Nos vamos esta tarde! ¡Nos iremos esta tarde! Los guardias se acercan y los constructores se dispersan).


F. (Sentado solo, pensando seriamente mientras mira a los guardias, como si fuera a hechizarlos, y, sacudiendo la cabeza con aire de convicción definitiva). - No hay error, lo que hace falta es convertirlos en estatuas... sencillamente.



ESCENA V


C. (se levanta bruscamente, realiza una serie de pases para hipnotizar a los guardias que están de espaldas y toma como testigos a los constructores).


C. - ¡Allí! ¡Ya está, ya está! Pronto terminará, allí, bien suave... bien duro... (De repente, los guardias se mueven).

¡Los listos! ¡Justo a tiempo!


B. (riendo). - ¿Y si los cambiamos en chimeneas, pfi... pfi... en

Locomotoras, pfi... pfi... pfi... pfi... pfi... pfi... pfi... pfi... (imitando el sonido de un tren que parte y diciendo adiós con la mano). ¡Adiós! ¡Adiós! - 


D (suavemente a B.) - déjalos, soy yo quien quiere irse


A (que hasta entonces caminaba nerviosamente de un lado a otro, irguiéndose en medio de ellos) - No te preocupes más. Mis tártaros están allí, al otro lado. A las dos en punto de esta tarde, lo prometo. A las dos en punto...

(Gesticulando como indicando que van a destruirlo todo, se marcha bruscamente). ¡Exterminados, nuestros pequeños soplones!


DIOS PADRE (también se enfada y se dirige a los guardias). - Pecadores arraigados en vuestro mal comportamiento hacia mí, lo habréis querido.

(Dirigiéndose a los albañiles) Os los entregaré. (Se marcha, con cara de juez).



ESCENA VI


C. (mirando a lo lejos). - ¡Todos aquellos a quienes he convertido en llanuras! Mirad esta extensión. Todos estos fueron guardianes alguna vez. Aquel árbol de allí era un guardián.

Un viejo astuto. Lo agarré mientras dormía. Todo lo que tenía que hacer era levantarlo...

Se necesitan guardianes, vamos, un horizonte como ese. Voy a hacer unas cuantas colinas más por allí (señalando un punto lejano en el horizonte) con los que quedan. Esta tarde... te mostraré mi país en detalle.

¡Un país construido enteramente a base de guardias!



ESCENA VII


A. (volviendo al escenario, con mala cara, balanceando la cabeza de izquierda a derecha, se acerca a E., cogiéndole una oreja y luego la otra, examinándolas rápidamente). - ¡Muy bien! Dame uno. Este o aquel, como quieras. Se lo devolveré.

Haré que todos los sordos vuelvan a oír. (E. huye gritando, cogiendo la oreja de C.).

Ven aquí. Déjame ver. Dámela. Te la devolveré enseguida, y te la arreglaré a lo grande. Construiré una ciudad en tu oreja. Un infierno de ciudad. Una ciudad propia, con trenes, metro y ballenas también, ya que las querías. Ballenas. Desencadenar ballenas. (Emocionándose.) Ballenas en el aire, buceando, girando, volando; fuera, dirigibles. (Mientras C. grita por culpa de su oreja, que A. no suelta.) Qué alboroto va a ser esto. Nada más que ballenas. Se acabó el refugio. Ahí están. ¿Quién habla de retroceder? (Llegan los guardias.)

(Declamación.) Entonces, resueltamente, se lanzó a la ballena. (Cargó contra los guardias; éstos le contuvieron; sin embargo, cargó contra ellos rítmicamente después de cada una de sus frases).

Así que, con el corazón encogido, se zambulle en la ballena. (Retrocede un poco, luego se lanza de nuevo contra ellos, gracias a la fuerza de su rabia).

Entonces, angustiado, ¡se arrojó a la ballena!

Entonces, cerrando los ojos, ¡se zambulló en la ballena!

Entonces, apartando las montañas de cuerpos áridos... (Pero se lo llevan).


C. (que no se ha movido y ha contado los guardias, pensando con calma). - ¡Quedan siete sauces por plantar! Será mañana por la tarde... O siete arboledas... o siete... colinas; decididamente, sí, las colinas siguen siendo las más seguras.


(CORTINA)