El mes de mayo, el mes de los exámenes académicos.
Encontramos exámenes que tienen contenido, con peso, y otros ligeros, livianos, insustanciales. Argumentos de peso contrapuestos a los que apenas dejan huella, como si no pesaran suficientemente y son barridos ante cualquier objeción. Pero un texto pesado tampoco es relevante; no se le puede acarear; no aporta nada, no enriquece. Se tiene que abandonar.
Pesar, medir son consustanciales con las pruebas o los exámenes. Literalmente, un examen, en latín, es la aguja de una balanza. Un examen mide o pesa conocimientos y capacidades de utilizarlos. Las ideas o los argumentos fundamentados tienen poso. Pensar y pesar son verbos sinónimos. Un pensamiento que marca, merecedor de atención, sopesa argumentos como si los depositara en una balanza y acaba con un balance gracias al cual decide cuáles tienen mayor entidad, obviando los que son evanescentes.
¿Examinar o examinarse? Todo examen nos pone a prueba. La resolución del problema exige un careo. Tenemos que hacer preguntas, hacernos preguntas. Un examen nos permite y nos obliga a estudiarnos. Tenemos que poner el acento y mirar a lo que estudiemos, pero también debemos que volver la mirada hacia nosotros y ser plenamente conscientes, lúcidos, de lo que vamos a emprender. Pues un examen es una aventura que mide nuestras fuerzas. Se trata de un reto que debemos superar, sin abandonarnos, superados por el envite. Un examen exige conocimientos y fuerza moral. De algún pone, un examen mide nuestra capacidad, nuestro ánimo, nuestra entereza para afrontar la vida. El resultado de la resolución del examen es una sensación de alegría y paz. No nos hemos derrumbado. Acabamos fortalecidos.
La palabra examen está emparentada con el término actuación. Examinar es un hacer (agere, en latín, que ha dado el verbo francés agir). Este acto se comunicaba al exterior (ex-amen), para que sea sopesado. Agere es uno de los verbos latinos con más matices, con un campo semántico más amplio. Designa todo tipo de actuaciones, elaboraciones, construcciones; entre aquéllas, las que recurren a la palabra: las interpretaciones del actor. Sus palabras y sus gestos son vitales porque permiten que un personaje cobre vida.
Un examen modélico no es letra muerta: aporta un punto de vista personal, echa luz sobre un problema, lo resuelve. El enigma se desvela. Su contenido inalcanzable se pone a nuestra disposición. El examen es una ventana al mundo. Valora la capacidad de apreciarlo, de abrirlo. Gracias al examen se manifiesta nuestra comprensión del mundo y nuestra habilidad para comunicarla a través de unos recursos al alcance de todos.
Un examen no es un castigo. Es un juego de precisión que exige que sepamos calibrar bien lo que tenemos que analizar, distribuyendo el peso de cada argumento a fin de lograr un resultado, un punto de vista equilibrado, en el que propuestas contrapuestas se conjuguen y den cuenta de la complejidad del mundo. Pesar o pensar requiere atender a visiones distintas, poniendo en evidencia las múltiples caras de la realidad.
Un examen es un juego de construcción que requiere hallar el lugar correcto de cada punto de vista, a fin que la demostración no se derrumbe. Agilidad, destreza, vista, previsión son dones o capacidades (que se cultivan, se adiestran) que entran en juego para edificar un texto sólido, bien trabado, en el que las partes se relacionan y se suceden sin desequilibrar el conjunto.
De algún modo, un examen es una precisa obra de arquitectura, una construcción que se eleva paso a paso apuntando a la resolución de un problema. Un hermoso ejercicio que se vive siempre con el miedo al derrumbe. Como en toda construcción que trata de aclarar el mundo. Construir conlleva la asunción del fracaso, cuya superación pone de manifiesto la capacidad creativa de quien está sometido a examen.
Dicho eso, todos tememos suspender: quedar colgados, como si tuviéramos unas soga al cuello, sin poder avanzar….