Sinopsis
André Fêikiêvich es un falsificador de arte empeñado en captar a la perfección la esencia de las obras que falsifica. Esta sublime capacidad se convertirá progresivamente en una obsesión que le llevará a explorar hasta límites insospechables su práctica. Los actos fraudulentos de André, despertarán la furia de Boris Kaczynski, un reconocido y peligroso connoisseur de arte, que en el intento de atraparlo se dará cuenta que las pistas que sigue han sido falsificadas hasta el punto que le resultará imposible distinguir realidad y falsedad.
Nota de los autores y directores
La semilla de este espectáculo surgió durante una temporada en la que no parábamos de ver en los escenarios teatrales las mismas ideas repetidas, como si las creadoras y los creadores se hubieran puesto de acuerdo vía grupo de whatsapp. Castillos hinchables tipo feria, recreaciones de La lección de anatomía de Rembrandt o cabezudos al estilo fiestas de pueblo. ¿Por qué ocurría todo aquello? La posibilidad de que detrás de dichas repeticiones hubiera un complot pergeñado entre los artistas para reírse de nosotros (incultos espectadores) nos satisfacía mucho más que la triste realidad.
¿Y si la aparición repetitiva de esos cabezudos lo único que hacía era vaticinar el fin del arte tal y como lo conocíamos?
Giordano Bruno primero y, posteriormente, Immanuel Kant instauraron el concepto del genio tal y como lo conocemos hoy: una facultad humana sacralizada que permite distinguir entre artistas con un esforzado talento y creadores innatos, geniales; un creador que gracias a un don natural es capaz de generar belleza sorprendente de forma propia y original. Ambos filósofos subrayaban la idea que era solamente el genio quien podía producir la experiencia profunda del arte y anteponían la figura de éste a la del artesano, un trabajador incansable que gracias a la técnica podía reproducir, solo reproducir, las hazañas del genio.
Pero parece que la hiperconectividad global y la sobreproducción artística de nuestro presente se han encargado de decapitar definitivamente a las musas, aquellas divinidades clásicas, hijas de la diosa de la Memoria, portadoras de la inspiración.
Llegados a este punto, es muy probable que el único camino que podamos andar sea el de la copia sin complejos de todo aquello que nos gusta y emociona, de forma descarada, renunciando al sueño de una originalidad ya extinguida.
Como cuando tenías catorce años, no te sabías el maldito temario y tenías que alargar el cuello para copiar el examen del chaval de tu derecha, nuestra propuesta consiste en reproducir el exitoso montaje de la temporada 20/21: El Bar que se tragó a todos los españoles.
No, es broma. ¿Cómo coño vamos a falsificar una obra de teatro? Esto solo podría hacerlo el mismísimo André Fêikiêvich.
Nao Albet y Marcel Borràs
Agradecimientos a Lucas Dutra