El ágora era el nombre de un tipo particular de espacio urbano, propio de la ciudad griega. Así como las ciudades del Próximo Oriente antiguo, mesopotámicas, pertenecían enteramente a los dioses, y los mortales eran meros servidores de aquéllos, la ciudad griega se caracterizaba por disponer, ciertamente de un espacio enteramente propiedad de las deidades, pero se trataba de un espacio, no del espacio en su totalidad. La fundación de una nueva ciudad, como las que colonos griegos fueron creando en las costas del Mediterráneo central y occidental, se iniciaba, o estaba precedida, por un primer reparto del espacio: el espacio más Elevado se entregaba a lo alto, y en él se edificaba la acrópolis, la morada divina, mientras que la ciudad a sus pies, quedaba en manos de los ciudadanos. Ésta, la ciudad baja, se parcelaba. Cada colono, cada ciudadano, recibía un lote de iguales dimensiones, aunque es cierto que las parcelas periféricas, o ubicadas lejos de algún punto de agua, no ofrecían las mismas ventajas. Pero, al menos, nadie recibía parcelas de mayores dimensiones que el resto, ni siquiera el jefe de los colonos.
Estas parcelas privadas, entre un entramado de calles que, en algunos casos se organizaba como una red ortogonal de vías de comunicación que cuadraban y encuadraban el territorio, se disponían alrededor de un espacio muy particular. Se trataba de un espacio, acotado, público. No pertenecía a nadie en particular, no era una propiedad privada, sino que toda la comunidad tenía iguales derechos sobre dicho espacio. Un espacio a disposición de la colectividad, donde tenían lugar actividades y acontecimientos colectivos, que representaban a la ciudad, al servicio de ésta.
Este espacio se denominaba ágora. Esta palabra, sin embargo, no se refería, en primer lugar, a un espacio, o a un continente, sino a un contenido. Ágora, antes que plaza pública, designaba una asamblea (de ciudadanos, libres, obviamente, reunidos en un espacio habilitado para la ocasión). ¿A qué se debía este espíritu asambleario?
Agora estaba emparentado con el verbo agoreoo, y remite también al verbo ageiroo. Este último verbo se traduce por reunir, juntar (por ejemplo a una tropa, en una plaza de armas). La unidad de un colectivo, dispuesto a actuar junto a otros, participando en una tarea colectiva, siquiera una guerra, el espíritu de unión, los sólidos ligámenes entre los individuos se tejen y se exhiben, por tanto, en el ágora.
Mas, el verbo agoreoo, revelaba un espíritu menos "combativo", hoy diríamos más participativo o abierto. En efecto, dicho verbo significaba hablar en una asamblea, hablar en público. El ágora era, por tanto, el espacio donde se dialogaba.
Un diálogo es una justa, practicada con palabras -directas, rectas, aclaratorias-, entre dos contendientes o dialogantes, dos personas dispuestas a establecer o tejer relaciones mediante el verbo. Un diálogo maneja palabras muy especiales; maneja logoi. Un logos es una palabra que cuenta la verdad, una verdad distinta de la que narra el mythos, pues mientras los hechos expuestos por la palabra mítica son indemostrables, toda vez que ocurrieron en otro tiempo, el tiempo de los héroes, muy distinto del tiempo histórico, el logos se refiere a acontecimientos cuya veracidad puede documentarse. Tanto el mito cuanto el logos (la lógica) dicen la verdad; no son palabras ilusorias. Pero el logos habla del aquí y el ahora.
Quizá convendría comentar que el ágora griega y el foro romano han sido considerados como los orígenes de la plaza pública occidental. Ágora y foro presentan diferencias funcionales y simbólicas, y un rasgo distintivo del foro, que el ágora no asume, acerca el foro a la plaza moderna: el foro acoge funciones festivas. Diversos espectáculos, como justas y luchas a la luz pública -actos sacrificiales de alcance religioso, a través de los cuales vidas se entregan en honor de las divinidades- tenían acogida en el foro. El origen de la palabra es incierto. Los propios autores romanos han aportado diversas explicaciones, posibles, o fantasiosas. A las más conocidas referencias al sustantivo latino foris -que significa puerta- y al adverbio foris -escrito exactamente igual que la palabra anterior, pero que se traduce por fuera-, palabras que aluden al carácter abierto y liminar del espacio central del foro, que escapa a cualquier acto de posesión privada, y se dispone para acoger a toda la comunidad, algún autor romano ha emparentado la palabra foro con el verbo latino for que significa hablar, celebrar, cantar: una exaltación de la palabra oral, pronunciada en público, con un marcado carácter festivo que incide en la vida de la comunidad; una etimología fantasiosa, posiblemente, pero que, al igual que lo que ocurre en griego, asocia el espacio público con la palabra, y convierte a aquél en un altavoz donde resuenan palabras en armonía. Que el griego choros (canto y danza) se relacione con choora, que designa el lugar que un ente o un ser ocupa, su emplazamiento, refuerza la relación entre la palabra (cantada así como la danza) y el espacio. Choora, en efecto, nombra un lugar ocupado o habitado. Quien lo ocupa es la comunidad en su conjunto, la polis propiamente (polis no es ciudad, sino que es un término colectivo con el que se nombran a los ciudadanos que viven en la ciudad). Dicho espacio de acogida es la urbe (construida), representada o simbolizada por su espacio emblemático, el ágora, que acoge la sede de todos los estamentos que rigen la comunidad. Choora se refiere al lugar donde la comunidad se muestra en tanto que comunidad cohesionada, dotada de leyes libremente asumidas que la ordenan y le dan sentido; y éste lugar significativo es el ágora, donde las voces se conjugan y cantan al unísono. El ágora es así donde la comunidad se expresa y se comunica.
El diálogo iniciado en el ágora, que solo puede mantenerse en ésta, persigue, por tanto, desentrañar la verdad de las cosas que afectan la vida de los humanos, la vida diaria, la vida de una comunidad. Se trata de una palabra que intenta desentrañar los fundamentos de las cosas y las acciones, de dar cuenta de éstas, de hallar sus razones. Esta búsqueda de la verdad a través de la palabra, que se alcanza poco a poco a través de la réplica de palabras, de la articulación de puntos de vista que, poco a poco, amplían las miras, ofrecen nuevas perspectivas, permiten otear desde distintos puntos de vista que revelan detalles invisibles desde otros lugares, al mismo tiempo que enfocan cada vez de manera más nítida, se van aproximando a lo que realmente ocurrió, requiere un "espacio de diálogo".
Éste solo puede acotarse si ceden las reticencias, si se baja la guardia y se establece cierta complicidad entre los dialogantes, dispuestos a defender sus puntos de vista, pero también a renunciar a ellos ante la mayor claridad de los argumentos del otro dialogante, argumentos que se van perfilando a medida que se habla.
El ágora, por tanto, es el espacio donde se desvela la verdad. El ágora echa luz -o se trata del lugar desde donde, y donde la luz emerge- sobre los problemas y los resuelve. O, al menos, trata de resolverlos, a través de la aceptación y la articulación de puntos de vista contrarios que se van equilibrando y atacan desde diversos frentes, los problemas que inevitablemente acechan a la colectividad. El ágora es donde se exponen, se dirimen y se trata de resolver las diferencias, en una justa verbal que desmonta falsas creencias, opiniones infundadas y mentiras. En el ágora, la palabra se libera. Nadie puede hacerse con ella e imponerla. El ágora no es el lugar del mercadeo sino de la búsqueda conjunta de lo que une a una colectividad, de una puesta en común que permite que una ciudad pueda vivir en paz.
Dedicado a Rina Rolli y Tiziano Schürch, organizadores del seminario de verano para estudiantes de arquitectura, Revealing Encounters, dedicado al espacio público en Monte, un pueblo de Ticino en Suiza que están rehabilitando.