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domingo, 20 de octubre de 2024

No man’s land

 Suelo utilizar expresiones sin saber realmente qué significan. No man’s land evoca una imagen de un terreno periférico desaseado y abandonado, cubierto de basura y hierbajos, dejado “a la buena de dios “. Un lugar, en suma, que no invita a ser recorrido, un terreno a evitar. Carece de cualquier atractivo y atributo que no esté negativamente caracterizado.

Ls expresión inglesa se utiliza como sinónimo de terrain vague. Ambas tienen traducciones castellanas y catalanas, pero se suelen emplean en inglés y francés.

Mas, no son expresiones sinónimas. De hecho, se oponen. Poseen significados opuestos. Terrain vague, como comentamos recientemente, sería casi un sinónimo de tierra prometida: un lugar donde todo es posible, donde nada, ningún uso o ninguna actividad están determinados. Donde todo está por hacer, aunque se corre el peligro que no se haga nada y se abandone. El terrain vague oscila entre el área de juego, y el campamento desastrado. Desde luego, es un terreno donde se podría construir pero que carece de lo necesario para que se construye. Un espacio libre, pero también dejado.

No man ‘s land, literalmente, significa terreno o territorio sin hombre(s), en el que el hombre no puede estar. Un espacio no humanizado, e inhumano. La expresión tiene traducciones castellana y catalana evocadoras y exactas: tierra sin ley.

Así como en un terrain vague todo es posible, nada lo es en el no man’s land. Se trata de un territorio donde no impera la ley. La ley no logra imponerse. La ley se rechaza. Un territorio marginal, al margen de la ley.

La ley siempre se inscribe en la tierra. La ley permite la parcelación, la división y la organización territorial. La ley asocia a un ser humano a una parcela, su hogar, su habitación propia, bien ganada. Atribuye a cada ser humano un lugar inviolable. Aquel ejerce su poder, su dominio, sobre sus dominios territoriales que la ley le concede. Por medio de la ley, cada ser humano alcanza un lugar en la tierra. Se emplaza, y deja de vagabundear. Alcanza un lugar donde, literalmente, caerse muerto: podría vivir para siempre, libre de peligros, en el presente, sobre la tierra, y en el futuro, en las entrañas de aquélla, en contacto con los mortales y luego con los inmortales, con los vivos y con los muertos.

Ley, en Grecia, se decía de dos maneras: themis y nomos: ley humsna y ley divina.  Esta última palabra, nomos, dio la palabra latina y la moderna norma: un decreto que autoriza y justifica cómo organizar la vida en un territorio. Norma, en latín, también significa escuadra, el instrumento gracias al cual se puede delimitar con exactitud el lugar que le corresponde a cada miembro de una comunidad, trazar líneas de demarcación, componer una trama que permite atribuir a cada persona un lote de tierra.

Nomos, en griego, significa bien concedido. Dicho bien es fruto de un reparto que se considera equitativo. Cada agraciado puede actuar, vivir y comportarse, dentro de los límites de su propiedad, como considera. Se habitúa y vive como está acostumbrado, como de costumbre. Adquiere también nuevas costumbres gracias al uso regular o diario de su bien. 

Es así como nomos también significa costumbre: un modo de actuación marcado y legalizado por el tiempo, incuestionable, útil, beneficioso, y que no daña a nadie. Un modo de vida que se ejecuta porque así lo dicta el pasado.

 La costumbre regula la manera de vivir, de ser. Dicha costumbre está arraigada; asociada a una tierra. Y deviene una ley que debe ser respetada. Regula lo que se puede hacer y lo que está proscrito. Regula las relaciones con la tierra, con los miembros de la comunidad, con los dioses y con los antepasados. La ley remonta al pasado. Es inmemorial. Existe desde el origen. La ley sin la tierra no es nada.

Esta relación se acentúa o se hace muy visible a través de la themis. El sustantivo themis está relacionado con el nombre propio Themis: el nombre de la diosa griega de la justicia. Vela para que nada ni nadie se extralimite. Todos los cuerpos, siderales y orgánicos, ocupan el lugar que les corresponde y actúen como fijan las costumbres. Themis evita las alteraciones y los conflictos. Regula el ciclo de la vida, a fin que se desenvuelva cíclicamente sin obstáculos ni oposiciones.

La themis -la justicia, la ley que vela por la vida- está profundamente  unida a la tierra. Es el fundamento de la vida. Los themela, en griego, son los cimientos sobre los que descansan los edificios, perfectamente asentados en la tierra. Los cimientos se adentran profundamente en la tierra, asegurando la estabilidad de las construcciones y, por tanto, de las vidas en su interior. Un edificio carente de cimientos es inestable. Se viene abajo. Y arrastra a lo que acoge. Un edificio sin fundamento, carente de cualquier justificación, que no se alza según la ley, es un peligro.

En un no msn’s land, entonces, la ley no está asentada, y nadie puede aducir y demostrar que esta tierra le pertenece. Tierra sin ley y tierra de nadie: tierra vacía es vida. Tierra yerma, donde nada puede crecer. Tierra muerta, inadaptada para la vida, que rechaza la vida. Una tierra a evitar, so pena de perder la vida. 

Solo los aventureros, y los suicidas, solo los desterrados, y los sin ley, los desalmados, se aventuran a cruzarla la tierra sin ley. Asumiendo que la ley no les amparará. Un no man’s land es una última frontera, que no podrá, so pena de poner la vida en peligro, ser nunca conquistada. Una tierra lejana, inalcanzable, ante la que solo cabe dar media vuelta, y regresar al hogar que, por ley, nos corresponde y ocupamos habitualmente, como de costumbre.


Para un lector anónimo, a quien agradezco su comentario, y para el o los estudiantes que explorar estos territorios es sus brillantes investigaciones. Este breve comentario, al igual que el anterior, les debe mucho. Los errores e imprecisiones solo son imputables al autor de estas “entradas”. 


sábado, 19 de octubre de 2024

Terrain vague

 Terrain vague es una expresión francesa empleada también, literalmente, en castellano, aunque su traducción es terreno baldío. 

Se utiliza para designar terrenos en los que no se ha construido, pero que tampoco se encuentran en estado “natural”, incontaminado o virgen. Presentan huellas de intervención o presencia, actual o pasada, humana, produciendo una impresión de cierta dejadez. Son terrenos abandonados o dejados “de la mano de Dios”, carentes de planes de mejora o urbanización, cubiertos de lo que se denominan “malas hierbas”. El terrain vague es la antítesis del solar urbanizado, pero también del jardín.

El adjetivo francés vague tiene un doble origen latino. Por un lado, deriva de vacuus , por otro, de vagus.

Vacuus significa algo más que su traducción directa y obvia: vacío. Vacuus es desocupado, ciertamente, pero también vacante, libre; libre de construcciones, de constreñimientos, de limitaciones. Un ente o un ser vacuus se encuentra liberado. Las mujeres divorciadas, en Roma, eran vaccuae: libres del peso o del yugo del esposo. Se habían desembarazado de lo que las oprimía.  

Vacuus, por tanto, apunta a que todo es posible; todo puede acontecer. Nada está fijado. Un terreno vacuus es un terreno vacante: dispuesto a ser ocupado. Se ofrece a quien quiera ocuparlo. No tiene preferencias ni prejuicios. Es un lugar abierto, Bien dispuesto o predispuesto, dispuesto para el bien. Para hacer el bien, causar el bienestar de una comunidad.

Mas, nada también ocurrir. Vacuus también significa vano. La vanidad es la cualidad de lo que cree ser lo que no es ni puede ser. Un terreno baldío no es: pero siempre puede ser, será o sería, en un futuro, inevitablemente indeterminado y condicionado. Todo, por tanto, puede acontecer. Hasta su anulación. 

La imagen del terrain vague oscila así, entre un campo de posibilidades, y de naderías. Todo está por decidir. Las expectativas son máximas. O las esperanzas han quedado desengañadas. 

Vague, como hemos comentado, deriva también de vagus. Inicialmente, vague oscilaba entre los significados de vacuus y vagus.

Ambos cohabitan. Vagus ha dado nombre a vagabundo: una persona que se desplaza sin rumbo fijo, que no tiene tierras ni posesiones, cuyos movimientos son erráticos, inciertos, imprevisibles. Un vagabundo no quiere asentarse. Viaja con lo mínimo, en un viaje sin destino ni final. El desplazamiento es su modo de vida. Su vida se asienta en el constante movimiento que no busca llegar a un lugar determinado. Viaje por viajar. Aunque hoy vagabundo es una palabra lastrada por valores negativos -ausencia de hogar, de trabajo-, en su origen, por el contrario, vagabundo designa a la persona libre, de instalarse y de hacer lo que quiere y cuando quiere.

Vagus también significa flotante, ondulante, oscilante. Vagus se opone a la línea recta, trazada con un tiralíneas. La línea vaga se adapta, esquiva, rodea, y se desenvuelve sin que los obstáculos impidan o coarten su desenvolvimiento. Su avance es desenvuelto, libre. Nada lo detiene. Su flexibilidad, su apertura de miras, le permite asumir y superar todos los impedimentos. El movimiento ondulatorio es imprevisible. Avanza dando rodeos. Carece de rigidez, tirantez. No obedece a impulsos. Se deja ir, se abandona, confiado. Es un movimiento suelto, por un camino no determinado.

Un terrain vague es, así, un lugar donde todo puede acontecer, pero donde nada tiene que acontecer para siempre. Se trata de un escenario donde todo y nada pasa: acontece y desaparece. Un espacio donde soñar, es perfecto espacio para proyectar, y nunca para construir.

Cada vez quedan menos terrains vagues. Su indefinición, su apertura, pone en jaque nuestras ansias constructivas. Escapa a nuestro control. Se desliza sin que podamos aprehenderlo ni entenderlo. Por eso son valiosos y frágiles. A merced nuestra, creemos. En verdad, se nos escapan siempre. Pero invitan a soñar.


Comentarios suscitados por trabajos y reflexiones de algunos estudiantes de arquitectura.

domingo, 28 de julio de 2024

Babia

 Babia es un pueblo al que no conviene ir, en el que mejor es no estar, pues uno se pierde.

 O quizá sí sea aconsejable hacer las maletas y enfilar la carretera. 

Babia no existe (aunque Babia sea el nombre de un pueblo leonés). Pero Babia sí existe, pero en sueños, allí donde se emplazan los lugares memorables.

A Babia no conviene estar, porque estar en Babia conlleva perder la atención. Uno se distrae -se abstrae de la realidad, pierde contacto con ella- cuando se encuentra en Babia. Se diría que Babia es un lugar más atractivo, capaz de hacer perder la cabeza, que cualquier aglomeración “real”. Babia tiene algo mágico -y quizá peligroso. Babia debe evitarse.

El nombre de este pueblo fantasioso deriva de lo que acontece cuando uno se encuentra allí: de baba, que cae en Babia. 

La baba nos cae cuando estamos embobados ante lo que nos lleva a olvidarnos de lo que nos rodea. Nos quedamos boquiabiertos ante el lugar que no es de este mundo. El asombro, la admiración, y la abstracción de lo que nos envuelve son los sentimientos que nos invaden y que nos llevan a perder el control de nuestros gestos. En Babia nos comportamos de manera distinta. Los músculos se relajan y nos dejamos ir.

Algunos pocos objetos tienen un poder semejante al de Babia; unos objetos tan fantásticos cuyo magnetismo influye en el mundo y en la percepción del mismo; objetos que nos arrastran y nos llevan a sentir temor y compasión, gracias a los cuáles nos armamos ante la vida y sabremos reaccionar ante lo que no debiera ser, ante lo que se opone a la vida.

Las obras de arte ocupen el lugar de Babia, o lo representan. La célebre imagen de Madeleine, sentada ante un retrato barroco de pie, de gran tamaño, en una sala del museo de San Francisco, absorta en la contemplación de aquel, cruzando su mirada con la de la figura retratada, que el cineasta Hitchcock compusiera en la película Vértigo (De entre los muertos) documenta bien los efectos casuales o buscados que algunas (pocas) obras de arte ejercen sobre nosotros. Madeleine da la espalda a la cámara, al lugar que ocupamos, al mundo “real” y profano. Sentada, tiesa, tensa, en silencio, se diría que petrificada, convertida en una estatua de sal, parece haber abandonado el mundo, hipnotizada por la mujer retratada que la arrastra con su mirada y su pose zalameros, irónicos, insistentes y sin embargo. distantes, ubicados a tal distancia que son inalcanzables. 

Cuando Madeleine vuelve a sí, se gira, se alza y sale de sala, como si fuera otra persona que no reconociera lo que la envuelve. Se ha vuelto otra persona. El retrato la ha cambiado. Su percepción del mundo ya no es la misma. Ella ya no es la misma. Ya no es. Ha cruzado el telón. Mentalmente se encuentra tras aquel, en el espacio donde mira la figura que ha atrapado la atención y las fuerzas de Madelaine. Madeleine ha dejado de ser (Madeleine). A partir de entonces, la historia que Hitchcock narra seguirá por unos derroteros muy distintos. Madelaine desaparece.

El sueño y la muerte son sensaciones o situaciones equivalentes en el mundo antiguo. Quien duerme no se halla entre los vivos. Intuimos que vive, por un leve parpadeo, acaso un movimiento involuntario, pero no podemos saber dónde se ha ido, aunque su cuerpo se encuentra ante nosotros, a nuestro lado. Nos ha dejado. Y no sabríamos dónde buscarla. Tendríamos que acceder a sus sueños (a los que no tenemos que tener acceso pues los sueños son siempre personales, propios, secretos, y así deben permanecer, lo único que poseemos verdaderamente), o cruzar el umbral del mundo de los sueños. 

Algunas obras de arte, que nos abren a una renovada percepción del mundo y nos ponen ante los ojos lo que no sabemos o queremos ver, que nos dan qué pensar acerca de dónde nos encontramos, lo que hacemos y aceptamos, algunas obras de arte, decimos, nos hacen soñar (o nos causan pesadillas). 

Ante ellas, desde luego, estamos (como) en Babia. Atolondrados, en apariencia, con una agudeza singular, en verdad, viendo más, más lejos, con más precisión, viendo lo que ocurrirá, acercándonos al más allá, dejando así muy atrás el pueblo donde nos encontramos físicamente, que ha dejado de tener interés para nosotros; un pueblo que ya no nos dice nada, o porque no tenemos oídos para escucharle. Otras voces, silenciosas, unos cantos de sirena, más encantadores y reveladores, como unas profecías, nos advierten de lo que acontece a nuestro alrededor, de lo que ocurrirá.  

Babia es un imán, una fuente. Un pueblo mágico que existe donde soñamos que se encuentra. No tiene lugar; verdadera utopía, ocupa todos los lugares, a los que accedemos cuando nos quedamos en él, cuando Babia nos seduce, Babia, mucho más seductora que los lugares prosaicos en les que no nos queda más que vivir, aceptado vivir en ellos, porque siempre, aunque se halle lejos, podremos acceder, en cuanto entornamos los ojos, a Babia, el pueblo al que solo la imaginación conduce.

“… porque cuando fue colocado el hombre en el paraiso de Eden, fué para labrarle, ut operaretur eum, lo qual prueba que no nació para el sosiego. Trabajemos pues sin argumentar (…),  que es el medio único de que sea la ida tolerable.” (Voltaire, Cándido)

Babia nos hace la vida soportable, porque podemos refugiarnos en él cuento las cosas vienen mal dadas, e insoportable, porque en Babia nos damos cuenta de dónde nos hallamos “realmente” cuando abandonamos Babia -o Babia nos cierra la puerta ante las narices

Babia llega y nos lleva cuendo menos nos lo esperamos. Nos toma por sorpresa. Alcanzaba a Sócrates, mientras debatía al tiempo que paseaba; y se detenía, enmudecía, y ponía los ojos en blanco; ya no estaba donde estaba. La voluntad ni la razón, el día a día, por el contrario,  nos apartan de la senda que lleva a la ciudad anhelada (que anhelamos porque sabemos que no encontraremos lo que amuebla este mundo; una ciudad extraña y familiar, reconocida aunque no conocida, que exploramos por vez primera con la sensación que una vez ya estuvimos y que quizá ya no volvamos a estar más; una ciudad preciosa, en suma, del que una voz profana que no quisiéramos oír, un detalle desagradable o inoportuno, un recuerdo de lo que tenemos que hacer, una “obligación” nos apartan, devolviéndonos al lugar del que, por un momento, nos hemos apartado, no sabemos cómo ni porqué).

Babia, siempre lejos; a lo lejos. Pero al alcance de los sueños.


PS: Lejos de Babia, título de un posible nuevo libro de ediciones Asimétricas, quizá a final de año.

jueves, 18 de julio de 2024

Proximidad

 Unos de los calificativos espaciales más hermosos es el de proximidad. Lo próximo es lo que tenemos a mano. Se halla cerca de nosotros. La cercanía es transitiva: estar cerca es estar cerca de …. La cercanía, en este caso, levanta las barreras. Así como la lejanía evoca un mundo o un espacio desconocido y, por tanto, inquietante, que atrae y repele, y hacia el que da miedo acercarse, por el rechazo que intuimos y el desconocimiento que tenemos y que quizá nos embargue, la cercanía no es percibida negativamente. 

Se  considera que lo cercano es lo familiar. Un mundo conocido, del que nada tenemos que temer, estemos o no en lo cierto (la amenaza, la oscuridad puede estar agazapada en los pliegues de la cercanía, dotada de una sonrisa hipócrita, pero el daño que nos podrá causar no es imaginable de buenas a primeras). La mirada recorre lo cercano, no percibe obstáculos ni potenciales peligros, y nos sentimos confiados en poder dar el primer paso. 

Lo cercano, lo próximo, nos pone en contacto con el prójimo. La proximidad es un calificativo hermoso porque trasmuta lo espacial en lo personal. El espacio deviene una persona en la que nos vemos reflejados. Los encuentros sin conflictos, que revelan la cercanía de maneras de ser y de pensar , ls confluencia de ideales y visiones, acontecen en lugares cercanos, lugares que se nos muestran cercanos porque invitan a la cercanía con el prójimo. 

El prójimo es quien está cerca de nosotros. El prójimo nos acompaña , nos protege, sin sobreprotegernos. No impide que nos aventuremos, que nos alejemos incluso, pues sabe que siempre estaremos cerca. La cercanía no es necesariamente física, aunque exige -y permite- no perder el contacto, que equivale o simboliza la pérdida de rumbo. El prójimo nos ayuda a no perdernos. En casos de desorientación nos devuelve al recto camino.

La cercanía del espacio simboliza la cercanía humana. Es cierto que no todo lo cercano está predispuesto al encuentro. Pero los vecinos enemistados levantan barreras, cierran puertas, bajan persianas para obtener contacto con el vecino, para no verlo. La proximidad en este caso no es tal, sino que lo que rige es la indiferencia o la hostilidad. Nos damos la espalda, desviamos la mirada. No queremos saber nada el uno del otro, o nos importa no saber nada, como si el otro no existiera.

La proximidad , en cambio, invita a mirarse a los ojos. El espacio propio es inviolable, pero la puerta está abierta. La proximidad permite que dos sean uno, que el otro sea como yo, que yo vea en el otro un rostro amigo que me acepta. La proximidad está reñida con el rechazo (con las barreras, las fronteras). Rima, por el contrario, con el compartir , con la partición común, en común, con el reparto equitativo, de modo que tengamos -y seamos- como el otro, el otro como yo mismo.

La proximidad es una realidad que no se da naturalmente, sino que se tiene que cultivar. Exige una mirada abierta, la ausencia  de recelo, la mano abierta. La proximidad es exigente. Y frágil. Las barreras pueden alzarse de un día para otro. Debemos estar atentos, el ojo avizor, atentos a nosotros, observándonos, para no caer en la facilidad de la renuncia, del cruzar de brazos. Ls proximidad exige apertura de miras, la confianza en uno mismo y en el otro. Acercarse al otro sin invadir su espacio propio pide mesura y determinación, estar a la escucha de las señales que el otro emite. Requiere receptividad, prudencia, sabiduría. Necesita  avances y tolerancia, avances mutuos, acercamientos.

El prójimo y lo próximo son conceptos que nos definen como humanos. Las barreras, el marcaje del territorio es propio de animales, encerrados en su territorio. La noción mismo de territorio, de terruño, de tierra es contraria a la proximidad que, por el contrario, se basa en el compartir, en la  cesión y el reconocimiento. Ceder el paso, invitar al otro a pasar. Sabiendo que cada paso nos acerca al otro, desmontando temores y recelos. Lo próximo es lo que perseguimos pero que no podemos dar por hecho. El acercamiento es infinito. Los pasos que debemos dar es lo que nos mantiene en vida. La proximidad es un anhelo, un sueño. Al alcance de la mano .


Agradecimientos a V. A, autora intelectual de este comentario.


sábado, 13 de abril de 2024

El arquitecto y el maestro de obras

 Aunque los primeros estudios de arquitectura no basados en prácticas en un taller de construcción de origen medieval fueron creados por el rey Felipe II a instigación del arquitecto Juan de Herrera en  la universidad de Madrid (llamada Estudio de la Villa) a mediados del siglo XVI, fue el siglo XVIII cuando la arquitectura se definió como una profesión que aunaba la práctica del maestro de obras medieval con los saberes teóricos practicados en las Academias fundadas a partir de finales del siglo XVI precisamente para dar relevancia a la teoría y la idea frente a la manualidad y el saber hacer propios del artesano. La brecha entre el hacedor y el ideador se abría.

La consideración artística de las academias, la manera de enfocar y valorar la creación no era de utilidad en la construcción, pues la puesta en obra del proyecto requería saberes técnicos o artesanos sin los cuales la materialización de las ideas corría el riesgo de ser un peligro público.

La primera escuela de arquitectura en España se fundó en la segunda mitad del siglo XVIII dentro de la Academia de Bellas Artes de Madrid. Presentaba asignaturas comunes con las de los estudios de pintura y escultura, como lecciones de dibujo y copia del natural, así como de teoría y de historia, pero también asignaturas específicas, científicas y técnicas, desde matemáticas hasta química, que aportaban y aseguraban los conocimientos necesarios para la estabilidad de la puesta en obra.

A la vez, las lecciones teóricas permitían que el arquitecto se desmarcara del maestro de obras carente de visión histórica y abocado a repetir formas de proyectar y de construir, sin atender tampoco a cuestiones de gusto y de “decencia”, necesarias para edificar obras en consonancia con las funciones religiosas y representativas de los monumentos.

Son precisamente estas lecciones formativas académicas del arquitecto, desligadas del estudiante de bellas artes y del maestro de obras, las que están en el origen de las escuelas de arquitectura independientes de las academias y los talleres artesanos que se crearon a partir de mediados del siglo XIX, y hasta hoy, si bien el peso de las enseñanzas teóricas, importante, decisivo, en la definición del saber propio del arquitecto, se ha ido diluyendo con el paso de los años hasta quedar reducido a conocimientos residuales o inexistentes en referencia al pasado, tanto occidental como de otras culturas, en favor de asignaturas técnicas que, curiosamente, desdibujan los límites lentamente establecidos a finales del renacimiento entre el arquitecto y el maestro de obras. Así, la escuela de arquitectura de Barcelona, conocida en los años setenta y ochenta, por la importancia y el rigor de la formación intelectual que aportaba, pretende suprimir dichos conocimientos en beneficio de asignaturas proyectuales y técnicas, sin referencias a la historia y al pensamiento. De algún modo, la formación del arquitecto vuelve a la Edad Media, es decir niega la especificidades del hacer y del pensar del arquitecto.


NB: la palabra academia resulta de la conversión de un nombre propio en un nombre común. Akademia era el nombre de un lugar sagrado en la Atenas antigua dedicado a la diosa de las artes intelectivas pero también del saber hacer manual, la diosa Atenea, así como de los héroes míticos, los dióscuros (o hijos de dios, el dios padre Zeus), Castor y Polux, protectores del espacio doméstico, y del héroe, también mítico, Akademos, quien, gracias a su talante y tranquilidad de ánimo, logró salvar Atenas de ser arrasada por los Dioscuros que quisieron vengarse del rey Teseo que había violado a la hermana de Castor y Polux, Helena, siendo ésta niña, mucho antes que el príncipe troyano París la raptara, desencadenando la guerra de Troya.

En el espacio sagrado de la Academia Platón instaló su centro de estudios, llamado Academia, dedicado a reflexionar sobre la conformación de la ciudad ideal y de la estructura del alma concebida como un conjunto armónico de espacios adecuados para acoger distintos pensamientos con los que ordenar y componer el mundo.

 La Academia se convirtió en el modelo de todo centro de estudios, como los monasterios y las primeras universidades (llamadas Estudios Generales), en los que cualquier acción, nunca intempestiva ni a ciegas, tenia que estar precedida de una reflexión sobre los fines perseguidos y sus consecuencias, que podían  llevar a considerar que la acción no siempre era y es beneficiosa, sino ineficaz, innecesaria o contraproducente.

 Construir significa establecer las condiciones para la vida armoniosa de una comunidad que solventa sus diferencias a través de la reflexión y el diálogo y nunca toma la delantera sin una meditada reflexión sobre lo que persigue y sobre el alcance de sus actos (irreflexivos), de su obrar.







lunes, 29 de enero de 2024

La ciudad de los tiempos lejanos. Un imaginario proscrito















Una historia curiosa. Libro de encargo. Tenia que responder a un determinado título, la única información comunicada, título que se tenía que interpretar en libertad. 
Tras cuatro versiones distintas del texto, con diversos enfoques, que nunca encajaban con lo que la editorial tenía en mente, y varias reuniones, el original fue rechazado. Fracaso.
Antes de borrar el archivo definitivamente, cerrando dos años de trabajo, y tras una nueva revisión, una consulta con una nueva editorial: no había impedimento para remitir el original. Horas más tarde se aprobaba su publicación, cambiando el título enigmático inicialmente propuesto por la primera editorial. 
Nueve meses  más tarde….
 

sábado, 6 de mayo de 2023

Madrid, ciudad musulmana (Mayrit, s. X)

 





Fotos: Tocho, mayo de 2023


No, Madrid no surgió de la nada, en el centro de la Península, en el siglo XVI. Complutum, hoy Alcalá de Henares, fue una importante ciudad Romana, rodeada de villas de gran tamaño, y bajo el nombre de Mayrit fue una ciudad musulmana, cuyos restos, poco a poco, van saliendo a la luz.

El Museo Arqueológico Regional, en Alcalá de Henares, posee una pequeña maqueta de una puerta fortificada de Mayrit, del siglo X, un juguete o un pebetero, se especula; en todos los casos, un objeto precioso de pequeñas dimensiones, de terracota, que ofrece una imagen del sistema defensivo urbano árabe, con puertas de acceso dotadas de torres almenadas, un objeto singular, sino único, que invita al recogimiento, en su aparente fragilidad 





https://www.museoarqueologicoregional.org/cs/Satellite?c=MUSE_Pieza_FA&cid=1142579675734&language=es&pageid=1162525802635&pagename=Museos%2FMUSE_Pieza_FA%2FMUSE_pieza

miércoles, 1 de febrero de 2023

El laberinto de Córdoba (s. XVI)







Fotos: Tocho, febrero de 2023

El (muy modesto) museo de Bellas Artes de Córdoba se encuentra en un edificio del siglo XVI, el Hospital de la Caridad de Nuestro Señor Jesucristo.
Lo más destacable son unos “grafitis” del siglo XVI, de trazo negro, únicos: un motivo recurrente en la historia, en diversas culturas, y sin embargo singular. Nunca se ha hallado en un contexto similar. 
Encontrados, durante una restauración del núcleo de la escalera principal, noble, hace veinte años, representan un laberinto cuya imagen se repite en diversas zonas de las paredes de la escalera. Trazados con mano torpe pero siguiendo un modelo muy conocido, que remite a grabados en monedas cretenses de época griega, su presencia podría tener sentido en un hospital renacentista, en el que la mortandad debía ser elevada. El laberinto simbolizaba el errático, dificultoso, incierto peregrinaje a Tierra Santa, cuyo viaje redimía de los males, un viaje real o espiritual, que se emprendía resiguiendo con la mirada y la imaginación las circunvalaciones del trazado. La posible remisión mágica de los males suplía quizá la escasez de resultados positivos de los tratamientos médicos.





lunes, 16 de enero de 2023

La primera ciudad de las mujeres

 La escritora tardo-medieval francesa Cristina de Pizan redactó una célebre obra, La ciudad de las mujeres, en la que describía una ciudad fundada y poblada por mujeres, para mostrar que las mujeres, a lo largo de la historia, desde la reina babilónica Semiramis, han contribuido a la civilización del mundo, y han podido disponer de un refugio para desarrollar sus dotes y sus visiones, sin la tutela de los varones. Todas las mujeres desde la noche de los tiempos habría contribuido a la edificación de este espacio protector, incluyendo a las indómitas Amazonas.

Esta ciudad innominada no fue la única que se construyó para y por las mujeres, ni fue la primera.

Narra el poeta persa medieval Ferduosi, en su largo poema épico El Libro de los Reyes, o Shahnameh, sobre la historia de Persia desde la noche de los tiempos, que un rey llamado Iskandar, que recorría el mundo, desde Andalucía, Gran Bretaña hasta China, pasando por el Edén y los infiernos, sin sortear los países poblados por las más extrañas figuras y los monstruos horrísonos, un rey más conocido como Alejandro el Magno, alcanzó un día la ciudad de Harum. 

Ésta se caracterizada por una bulliciosa avenida central (Shahnameh, VI, 1235 y ss). Esta ciudad había sido fundada por las Amazonas y sólo éstas podían vivir, con sus hijos, que gestaban uniéndose a héroes fuera de la ciudad, a la que regresaban en cuanto habían quedado encintas.

Esta ciudad es mucho menos conocida que la que Cristina Pizan describió cinco siglos más tarde, pero las salvajes Amazonas, a las que nadie podría embridar, y que para los atenienses simbolizaban la vida incivilizada, ya eran conocidas en Grecia por haber fundado otras ciudades y morado en éstas (al contrario que los Cíclopes, tan salvajes como las Amazonas pero incapaces de vivir en comunidad, como unas personas civilizadas) , si bien ninguna con la fascinación que la misteriosa y desconocida ciudad de Harum desprende.