La abuela del pequeño Marcel, según cuenta el novelista francés Marcel Proust en Por el camino de Swann -el primer volumen de los siete que componen A la búsqueda tiempo perdido- se negaba a hacer regalos utilitarios. Si no podía ofrecer novelas bien escritas y debía atender a necesidades prácticas de quien quería honrar con un presente, rehusaba comprar útiles modernos -una silla, una butaca, una lámpara-, en favor de muebles y enseres del pasado. En este caso, sostenía la anciana, el carácter utilitario, mera y visiblemente utilitario, se difuminaba, se disimulaba bajo la pátina que los años conceden, bajo el carácter añejo del objeto que lo dotaba de cualidades estéticas capaces de hacer escuchar las voces del pasado ante las cuales el gesto instintivo con el que se cogía un objeto para someterlo a nuestras necesidades quedaba en suspenso, fascinado por la historia que el viejo mueble podía contar.
Ciertamente, unos enseres viejos pueden ser frágiles y no aguantar el maltrato involuntario, la falta de atención a su débil condición, pero este problema -una silla que cede, una lámpara que ladea y emite una trémula luz opacada- empalidece ante el empeño del objeto de ponernos en contacto con vidas desaparecidas, su resistencia a los envites del tiempo. Un mueble antiguo es una caja de sorpresas y un viático hacia un tiempo desaparecido.
En ocasiones, sin embargo, la anciana gustaba de regalar imágenes de monumentos hermosos que aleccionarían y educarían el gusto. Dichas imágenes solían ser fotografías, “pero encontraba que la vulgaridad, lo utilitario recuperaban demasiado pronto su lugar en el modo mecánico de representación, la fotografía”. Walter Benjamin había leído a Proust. “Trataba de trampear y a falta de la entera eliminación de la banalidad comercial, buscaba reducirla, de sustituirla por algo más artístico, de introducir como varios “espesores” de arte”. Así, a la fotografía la anciana prefería la pintura, si es que algún pintor había retratado el monumento fotografiado. Mas, ocurría que como solo podía regalar una fotografía del cuadro, la reproducción mecánica vulgar regresaba por la puerta trasera, por lo que la anciana buscaba retornar al arte y buscar algún grabado antiguo que documentara “artística” y no “mecánicamente” el monumento soñado, y que podía incluso informar de un estadio anterior del monumento que la fotografía no hubiera recogido.
Lo utilitario, asociado al gesto instintivo, repetido sin pensar diariamente, se asocia al presente, el arte, en cambio, tiene la capacidad de invocar el pasado, cuya manifestación casi mágica, como un genio ascendido de una botella, deja en suspenso las urgencias y simplezas del presente.