Fotos: Tocho, Nueva York, noviembre de 2022
Estatuillas antropomórficas, 5000 aC, terracota, museos de Hungría.
Expuestas en la muestra Ritual y Memoria, en el Instituto para el Estudio del Mundo Antiguo ( ISAW), en Nueva York.
La destrucción intencionada de casas está a la orden del día. En Palestina, Yemen, Siria o Ucrania, diariamente se bombardean o se bombardeaban hasta hace poco viviendas, de tal modo, que su reconstrucción es imposible y exige el arrasamiento de ls construcción herida. La destrucción acarrea ls desaparición, por muerte o emigración, de la población, facilitando ls conquista del territorio, y permitiendo la venganza y en ensañamiento.
La destrucción de hogares no es una acción reciente. Se ha practicado desde siempre, desde que existen construcciones. El incendio de la ciudad de Troya, narrada con minucia y detenimiento por Virgilio en la Eneida, es una de las acciones más atroces cometidas hasta hoy.
Una actividad no solo humana, sin embargo. La furia de los dioses coléricos se ensañaba especialmente con las casas, como bien cuenta en numerosos casos el Antiguo Testamento. De hecho, ls narración de la aniquilación de ciudades constituía, en el Próximo Oriente antiguo, un género literario específico.
Mas, a diferencia de hoy en día, la destrucción de casas no siempre resultaba de una acción improvisada y desordenada. Respondía, por el contrario, a un acto ritual codificado. Tampoco era siempre la expresión de un acto de venganza, aunque no se sabe a qué respondían esas destrucciones minuciosas, esos actos que buscaban borrar del mapa una construcción. Se han hallado casas que fueron selladas y sepultadas cuidadosamente, por ejemplo en el mundo ibero. Estos actos conllevaban también el daño infligido a unas estatuillas, quizá efigies de protectores del hogar. Así, hace al menos siete mil años, en lo que hoy es Hungría, y que formaba parte de las culturas periféricas de la Grecia neolítica, se moldearon y se cocieron estatuillas y vasijas antropomórficas, se rompieron intencionalmente, una vez terminadas, y se enterraron todos los fragmentos ( la vasija ha podido ser reconstruida), junto a una vivienda también sepultada intencionalmente. La destrucción de las figuras ocasionaba, simbolizaba (y sustituía) la destrucción de la casa, que no se desmontaba sino que se sepultaba. La destrucción, en este caso, para ser eficaz y duradera, para impedir la posterior reconstrucción, debía obedecer a un ritual cuyo desarrollo nos es desconocido. La propia exigencia de un ritual codificado, coreografiado, impedía que la destrucción fuera a más, se descontrolara y afectara a otras construcciones. El gesto destructor quedaba contenido y circunscrito a un solo edificio.