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martes, 25 de noviembre de 2025

Nippur



Dos mapas sobre tablilla de arcilla, segundo milenio aC: mapa de canales en la periferia de Nippur, y plano -fundamental- del centro religioso de la ciudad. De Google Image 

 




























 

Fotos: Tocho, Nippur, noviembre de 2025

El panteón sumerio-acadio estaba encabezado por una triada -que quizá postergara a la figura de la diosa madre Ninhursag, o Nammu-, compuesta por el Cielo, las Aguas del Cielo, y las Aguas terrenales, o An, Enlil y Enki.
An era inalcanzable. Lejano y distante; Enlil era colérico, y su cólera podía llevarle, para castigar a los humanos, a abrir las compuertas del cielo, dando lugar al diluvio. Por el contrario, Enki era un dios cercano que transmitió sus saberes a los humanos y velaba por su supervivencia: el agua dulce , necesaria para la vida, estaba bajo su protección. El agua del Éufrates que purificaba a la ciudad a través de un canal. 
Enlil tuvo su santuario principal, el Ekur (o E-kur; Casa-de-la-Montaña -de la montaña y de las profundidades, que tales son los significados de kur), en lo alto de un zigurat en la ciudad santa -no era un centro político- de Nippur, a la que los reyes acudían para coronarse.
Fue una ciudad habitada durante cinco mil años, desde el cuarto milenio hasta finales del primer milenio dC, ya bajo dominio islámico. Cayó en el olvido entonces.
Explorada a mediados del siglo XIX, sigue siendo uno de los principales yacimientos arqueológicos en el que aún se excava.
A finales del siglo XIX, con ladrillos originales enteros,  hallados desperdigados, los arqueólogos reconstruyeron el Ekur en lo alto del zigurat.
Hoy, se asciende, con cierta dificultad debido a la pendiente y a la inestabilidad de las caras del zigurat, hasta el templo de Enlil. 
Desde allí, a través de diminutas ventanas, la luz cegadora, animada por la arena, y el desierto hasta el horizonte, ni siquiera rasgado por una carretera. Tan solo una pista casi invisible conduce a los pies del alto zigurat, y a otras construcciones que parecen esconderse bajo el amplio y ondulado manto del desierto. 
Lejos de los hombres….


lunes, 24 de noviembre de 2025

Larsa












 Fotos y vídeos: Tocho, Larsa, noviembre de 2025


Una senda de arena zigzagueante , en medio del desierto, conduce, sin que quepa señal alguna, hacia unas colinas , bajas y extensas, que descansan, sobre el horizonte, en medio de una fina capa de polvo que tiñe de ocre y hace vibrar el cielo. 
Larsa fue una ciudad sumeria, fundada quizá en el cuatro milenio, y que adquirió importancia tras el derrumbe  de lo que se denomina la tercera dinastía de Ur, a finales del tercer milenio -una federación de ciudades, más bien, encabezada por la ciudad de Ur. 
La vida de la ciudad fue de corta duración. A principio del segundo milenio fue tomada y destruida por Babilonia. El desierto la engulló.
La ciudad debió de ubicarse en unas marismas -que actualmente se hallan más al sur, a un centenar de quilómetros, debido al avance de la costa ante el mar, por los aluviones traídos por los ríos Tigris y Éufrates, aunque hoy en día, el caudal de ambos ríos es pobre debido a los pantanos que Turquía ha levantado.
O, al menos, una red de canales debieron de cruzarla, como se descubre en una estructura bien conservada, que encauzaría el agua, y por las conchas marinas que salpican la pendiente del zigurat, hoy un montículo de fácil acceso desde cuya cumbre se percibe el despliegue del desierto allí donde se extendía un fértil manto de plantas acuáticas y de lagunas.
El viento es lo único que rompe el hipnótico silencio que envuelve el yacimiento de Larsa, explorado en los años 30 y 70 del siglo pasado, y de nuevo recientemente, extrayendo los restos sepultados por la arena.
 

domingo, 23 de noviembre de 2025

Dur Sharrukin (Khorsabad)
















Fotos y vídeos (incluso de YouTube): Tocho, Khorsabad, noviembre de 2025
 

¿Qué queda, aparte el nombre (Sharrukin), que remite a su fundador, el emperador neo asirio Sargon II, de la grandiosa y perfecta capital que ideó y mandó construir a finales del siglo VIII aC, no lejos de las estribaciones de la cordillera del Tauro?
Todo y nada. La conjunción copulativa “y” adquiere en este caso todo su sentido y su fuerza: no se ve nada, pero de la nada emerge imaginariamente la visión de una urbe descomunal.

Una topografía ondulada y ocre; una tierra parda, arcillosa, carente de vegetación, se despliega como una ligera alfombra arrugada,  mal tendida, movida o desplazada por el incesante paso de invisibles habitantes, sobre la que se despliegan, sin orden ni concierto, fragmentos cerámicos y de ladrillos, delicadamente dispuestos, que adquieren, contra un paisaje que recuerda un mar cobrizo, una singular presencia casi majestuosa.
Las ondulaciones son muros, las hondonadas, patios, y las elevaciones altivas construcciones, quizá un zigurat, hoy inclinadas, arrodilladas ante la inmensidad, como si se hubieren desprendido de la camisa de fuerza con la que Sargon II quiso elevarlas y darles forma .

Dur Sharrukin fue una fugaz capital de nueva planta que el emperador Sargon II, un usurpador del trono, fundó, quizá para alejarse de las capitales asirias de larga historia que podrían haberle recordado, por contraste, su cargo sobrevenido. 

Lo cierto es que apenas Sargon II falleció, su ciudad fue pronto abandonada por su hijo Sennaquerib que se instaló en Nínive. El cuerpo de Sargon II, el monarca usurpador, muerto en combate en Anatolia, nunca fue encontrado. No se le pudo enterrar ni honrar ceremoniosamente . Se convirtió así en un espectro que rondaría su creación, de la que sus habitantes y esforzados artesanos huyeron. Dur Sharrukin estaba maldita.

La ciudad cayó en el olvido. Fue rescatada por un geógrafo árabe, Ibn Abdullah al-Rumí al-Hamawi, en el siglo XII, antes de ser desenterrada y en gran parte expoliada -expolios que nunca llegaron a su destino, París,  ya que la casi totalidad de los bienes se perdieron en un naufragio en el cercano río Tigris y nunca se han hallado- por misioneros franceses en la primera mitad del siglo XIX. 
El Estado Islámico remató las ruinas en 2014, si bien su pronta expulsion del lugar evitó que la destrucción alcanzara los niveles de la que Nimrud sufrió.

Hoy, Dur Sharrukin manifiesta su pérdida presencia por las arrugas de la tierra cobriza, tersa y flexible, en un lugar delimitado, en la lejanía, por una cadena montañosa hacia la que la ciudad desciende suavemente.
Se diría que la ciudad no ha sido construida, sino modelada. Un ceramista, antes que un arquitecto, parece haber trabajado la arcilla con las manos hasta componer un inmenso juego continuo de suaves colinas y valles abiertos, cuyas formas se alternan,  como si recubrieran algún ser estirado y dormido protegido por un ligero manto de adobe.

No, no se ve nada. Nada sobresale salvo fragmentos de ladrillos y los restos inesperados de una puerta de acceso a la ciudad levantada con sillares de piedra. 
Quizá sea debido a las medidas y las proporciones, matemáticamente precisas, que extendían el nombre de Sargon en la tierra -los signos cunéiformes, amén de sílabas, en asirio, tenían un valor numérico-, a la perfecta planimetría , al cuidado con el que Sargon supervisó la obra, al trabajo de operarios esclavizados, a los materiales más exóticos que cabe imaginar, y al talento y la destreza de los escultores, que el esplendoroso vacío, barrido por el viento, e iluminado por el sol otoñal, sea capaz que se vislumbre una ciudad que existió más en la mente y las ansias de un monarca, que en la realidad, de la que formó parte durante unos años tan solo, antes de desaparecer.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Nimrud (Kalhu)







































 

Fotos y vídeos: Tocho, Nimrud, noviembre de 2025


En un día  barrido por la tormenta .

La desolación que la furia del agua causa no viene del cielo -por una vez llueve a cántaros (una bendición, en verdad), un día sombrío, en un país asolado por tres años de inmisericorde sequía, y por el asedio de los pantanos turcos que retienen avariciosamente el agua que no llega a los ríos Tigris y Éufrates que un día dieron el nombre a una cultura y unas tierras: Mesopotamia, o Tierra entre los ríos, hoy convertidos en cursos moribundos que no tienen ni fuerza para discurrir hasta expirar en el mar- ni siquiera ante la vista de la devastación causada por la furia iconoclasta y el cálculo político del Estado Islámico en un yacimiento ya malherido por las ineptas y explotadoras misiones arqueológicas del siglo XIX y principios del XX, sino que se halla en la mirada, triste aunque serena, de los guardianes del yacimiento -a quienes no se les agradece lo suficiente su nobleza y su entrega en el cuidado, cuidados paliativos, de un yacimiento mortalmente tocado-, hundidos ante la evidencia, aunque determinados a rescatar y preservar lo que queda de la barbarie.


Nimrud y Nimrod :

El nombre de la ciudad, Nimrud, no es el que tuvo esta ciudad neo-asiria que fue temporalmente capital del imperio neo-asirio en el siglo VIII aC, antes de ceder el título a Nínive, y ser destruida cuando el imperio cayó en manos de Babilonia en el siglo VII aC. Se llamaba Kalhu.

Nimrud le fue otorgado a finales del siglo XVIII por un viajero y explorador europeo, que creyó que la ciudad -que posteriormente, en la primera mitad del siglo XIX, se confundió con Nínive, mencionada, al igual que Nimrud, en la Biblia, de manera condenatoria- había sido fundada por el mítico Nimrod, nieto de Noé, constructor de la Torre de Babel, y descrito como una figura rebelde contra el dios colérico y destructor, que reconstruyó el mundo que el dios furibundo trató de aniquilar con el diluvio, fundando ciudades, símbolos de civilización y de dominio sobre la naturaleza salvaje. La posterior y errónea  equiparación entre Nimrod y el dios de la guerra mesopotámico Ninurta, a quien se rendía culto en Kalhu, pareció reforzar la identificación entre esta ciudad y Nimrod, cuyo nombre se aplicó también a su supuesta obra.

 Ya en el presente, los yacimientos arqueológicos de las ciudades imperiales neo-asirias de Nimrud y de Nínive, de los siglos VIII y VII aC, han sido los que más han sufrido la violencia y el ensañamiento iconoclasta del Estado Islámico entre 2014 y 2017.

Dichas ciudades ya sufrieron excavaciones deficientes, en busca de tesoros, en el siglo XIX, y el expolio de una gran parte de las obras más relevantes, llevadas, con la autorización o no del poder otomano, a grandes museos como el Louvre en París, el Museo Británico en Londres, el Oriental Institute de Chicago, el Museo de Arqueología y Antropología de Filadelfia, o el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Los museos de Mosul -devastado por el Estado Islámico, y aún hoy en rehabilitación- y de Bagdad -saqueado en 2003, y cerrado hoy por reformas, tras recuperar una parte del expolio- también albergan una parte de los bienes de estas ciudades antiguas.

Al contrario que otras ciudades, empero, Nimrud seguía presentando grandes relieves -que rodeaban el patio principal de uno de los palacios explorados en el siglo XIX- y estatuas de gran tamaño, todos en piedra, en perfecto estado. A golpe de dinamita, de piolets y de buldóceres, el Estado Islámico se ensañó con las imágenes hasta reducirlas a escombros, y con estructuras arquitectónicas como el zigurat, en estado, que hizo saltar a base de explosivos. El paisaje es dantesco.

Arqueólogos y guardianes iraquíes han recuperado hasta los fragmentos de piedra más pequeños, y los han depositado en hangares cerrados, con la esperanza de poder recomponer los relieves. Las estatuas decapitadas, sin embargo, no podrán reencontrarse con su figura primera, y será difícil o inútil rehacer las construcciones de adobe, so pena del peligro de caer en el decorado o el parque temático, un peligro en el que ha caído la rehabilitación de la ciudad de Ur, aunque a pequeña escala.

   Los trabajos de salvación a la desesperada de entregados trabajadores iraquíes son admirables, y amortigua en parte las lágrimas que inevitablemente saltan cuando se contempla lo que se ha perdido para siempre, que ni siquiera el expolio de las primeras misiones arqueológicas del siglo XIX, ávidas de bienes, lograron afectar gravemente.

Queda por fin la esperanza fundada en la desmesurada extensión de los yacimientos, de Nimrud, en particular, y la escasa superficie excavada y explorada: un diez por ciento de la superficie.  Se deduce, y recientes exploraciones aéreas y geomagnéticas así lo atestiguan -recensiones que no requieren excavación-, que queda mucho por descubrir, documentar y estudiar, palacios, templos, y barrios, que podrían aportar datos sobre la arquitectura, el urbanismo, el arte, el poder, los modos de vida y las creencias en el Imperio neo-asirio tan relevantes como los que las primeras misiones decimonónicas aportaron, libres hoy del deseo de posesión, indiferente al entorno y las condiciones sociales, culturales y políticas, de la antigüedad y de los tiempos de las misiones, que ha marcado con desenvoltura o cinismo, la historia de los museos arqueológicos lejos de los yacimientos, de las tierras a la que pertenecían o en la que se insertaban tantos bienes extraídos y expoliados. 


Agradecimientos a la embajada de España, la embajada de Iraq, la dirección general de antigüedades de Iraq, la oficina de protocolo del primer ministro iraquí, el gobernador de Mosul, la policía y el ejército iraquíes, y los guardianes del yacimiento, por la posibilidad de visitar y de conocer el sitio así como sus almacenes