La máscara es traslúcida, fácil de llevar y de quitar; pero, debajo, cubierta por la máscara anterior, una segunda máscara: nuestro propio rostro, del que es imposible desprenderse -por las buenas.
En griego, una misma palabra, prosopon, significaba tanto rostro cuanto máscara; esta confusión no implicaba que el rostro escondiera lo que uno “es”, sino que, por el contrario, gracias a las máscaras, lo no que “era”, los héroes y los dioses, se presentaban visiblemente ante los fieles, portados por los sacerdotes o los actores, que cedían su puesto a los entes invisibles encarnados.
Hoy, esta consideración se ha invertido, y la verdadera máscara que portamos día y noche es la cara de circunstancia, o impávida, que ponemos cuando nos enfrentamos a las diversas situaciones en las que nos vemos inversos.
Una máscara, empero, que también se puede levantar, sostiene la artista británica Gillian Wearing, ganadora del premio Turner en 1997, gracias al autorretrato que no sea complaciente.
La artista expone esta obra, en estos momentos, en una galería londinense.
sobre esta artista, véase, por ejemplo, este enlace.