Tocho: Departamento de Antigüedades Orientales, Museo del Louvre, París, Febrero de 2024
La retratística o representación antropomórfica de la Grecia clásica es inexpresiva o, al menos, manifiesta desinterés por los asuntos humanos, pero, al igual que la egipcia faraónica, se aduce que es técnicamente perfecta, lo que legitima cierta frialdad.
Por el contrario, se ha solido considerar que la representación humana meseopotámica adolece de una figuración deficiente, no naturalista, no por una voluntad de evitar el mimetismo, sino por cierta incapacidad por figurar de manera convincente el rostro (y el cuerpo) humanos.
Estas cabezas, sin embargo, la mayoría de las cuales no sobrepasan los cinco centímetros de altura, talladas con instrumentos de piedra, raramente de bronce, y con inscrustaciones de piedras duras en los ojos, pertenecientes al Museo del Louvre, muestran las imperfecciones humanas y toda la gama de sentimientos y emociones humanos, predominando el temor ante lo divino a la vez que el deseo de ser escuchado, una mezcla de ruego y de tímidez, como parece traslucir en los ojos bien abiertos.
Más allá de la erosión causada por el tiempo, o quizá debido a ésta, quizá podríamos asociar muchas de estas caras a rostros de nuestro tiempo, rostros muy humanos, mucho más humanos que los distantes, insensibles o desdeñosos rostros griegos.
Los rostros mesopotámicos, tímidos, contrariamente a la altrivez clásica, se diría que buscan el contacto humano o divino, un contacto visual a través rostros imperfectos y miradas implorantes.