lunes, 31 de mayo de 2021
Los Beatles y Babilonia (The Beatles & Babylon)
domingo, 30 de mayo de 2021
Ovidio y la pintura (Pasiones mitológicas, Museo del Prado, Madrid, 2021)
Pasiones mitológicas, una casi inconcebible exposición en el Museo del Prado de Madrid, actualmente, que ha logrado reunir, en tiempos de pandemia, las mejores pinturas mitológicas clásicas, dispersas en museo europeos y, en concreto la serie de cuadros mitológicos, llamados Poesías, que Tiziano realizara para el rey Felipe II, en la segundad mitad del siglo XVI, es una brillante muestra de la importancia de las Metamorfosis de Ovidio en las artes plásticas.
Los artistas renacentistas, manieristas y barrocos, no podían trabajar libremente, sino que debían hacerlo dentro de talleres. Éstos, autorizados por el gremio correspondiente (llamado Guilda o Compañía de San Lucas, evocando la leyenda del evangelista Lucas que habría realizado un retrato de la Virgen María), estaban dirigidos por un maestro de taller, que ideaban, proyectaban, abocetaban o pintaban, parcial o totalmente los cuadros, con la mayor o menor participación de ayudantes de taller, que, en ocasiones, realizaban enteramente la obra (firmada, finalmente, por el maestro). Especialistas en la pintura del paisaje, en bodegones, en figuras, etc. daban forma a las ideas del maestro y se encargaban de ciertas partes del cuadro. El control de los gremios empezó a quebrarse en el siglo XVII con la instauración de las Academias -reunión de artistas que discutían sobre temas de historia del arte-: en éstas no se pintaba, sin embargo, no se trabajaba manualmente, sino que se discutía, se reflexionaba (buscando equiparar las artes mecánicas, como la pintura, con las liberales como la teoría o la teología), pero ser un académico facilitaba los encargos que recibían los maestros de taller académicos. La Revolución Francesa dio una estocada mortal no solo a los talleres sino, en parte, a las Academias.
Todos los talleres poseían unos pocos libros de referencias para la descripción y la justificación de los motivos pictóricos. La Leyenda dorada, un texto del siglo XIII que recopilaba toda clase de historias y leyendas acerca de figuras existentes o imaginarias del cristianismo, era la base literaria a partir de la cual se componían las escenas plásticas y esculpidas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las Metamorfosis del poeta latino Ovidio, a su vez, era la fuente de inspiración básica de los maestros de taller a la hora de abordar escenas mitológicas paganas. Las Imágenes, del autor tardío romano, que escribía en griego, Filostrato el Viejo (s. III dC), que describía una galería de pintura de un patricio romano en Nápoles, completaban las enseñanzas del poema de Ovidio.
Ambos autores latinos, Ovidio y Filostrato, son la base literaria de las pinturas de Tiziano -y de pintores clásicos como Ribera, Velázquez y van Dyck- que Pasiones Mitológicas expone. Figuras míticas, héroes y heroínas como Perseo, Dánae, Europa o Andrómeda, y dioses como Venus, Diana y Dionisos, desfilan en estas escenas. La mayoría de las figuras, sobre todo femeninas, están desnudas: la desnudez heroica, naturalísticamente representada, encarnada en cuerpos idealizados, que caracteriza la estatuaria clásica (romana) que en el siglo XVI se iba desenterrando en Italia, sobre todo.
Pero la desnudez de las diosas estaba proscrita de la vista de los mortales. La desnudez era un símbolo de perfección. No existían imperfecciones físicas o morales que se tuvieran que cubrir y esconder. Un cuerpo desnudo manifestaba la pureza de las formas y las intenciones. Mas, ésta, luminosa -no poseía mácula alguna que la enturbiara, zonas en sombras, signo de la falta de claridad de formas y acciones-, irradiaba de tal forma, que no podía ser contemplada por los ojos humanos. Se debía velar parcialmente, asumiendo las limitaciones, el oscurecimiento que aportaba la materialidad de una tela, o se debía exponer de tal modo que pareciera inalcanzable, una visión deslumbrante e intocable de una figura sin parangón con el mundo humano, cuya contemplación era casi dolorosa pues manifestaba todo lo que nos separa del mundo de los dioses. La imagen, lejos de acercarnos a éstos, ahondaba en el abismo entre mortales e inmortales. Éstos se mostraban para hacernos ver todo lo que nos falta, para que fuéramos conscientes de nuestras limitaciones. En cuanto los primeros humanos cometieron la primera falta que ensuciaba su cuerpo y su espíritu escondieron su desnudez.
Las Poesías -las pinturas mitológicas- son una creación paradójica. Exponen lo que no se puede ver: el cuerpo desnudo de las diosas, y manifiesta lo que se tiene que pagar por semejante visión. El mito de Acteón, en este sentido, es ilustrativo: Acteón que, por inadvertencia contempló el cuerpo desnudo de la diosa Diana -Diana la cazadora- fue, de inmediato, convertido en un ciervo y devorado por sus perros de caza. Dánae fue una heroína enclaustrada de por vida, pues se temía que pudiera seducir a Zeus acarreando un daño irreparable a su familia: una humana no podía tener contacto alguno con un inmortal. Era una falta irreparable. Su fugaz contemplación acarrearía su pérdida y la de su linaje.
La pintura muestra, en estos casos -quizá en todos los casos-, lo que no se puede ver, y que sólo puede alcanzarse a través de la pintura. Ésta ofrece imágenes de lo invisible: de cuerpos y escenas cuya contemplación lleva consigo un castigo mortal; imágenes de lo que se querría ver, sin embargo, pero que queda fuera del alcance de la vista humana.
Las Poesías, por tanto, manifiestan el poder de la pintura. Son un medio seguro para asomarse a lo insondable. La pintura ofrece un medio seguro para tener una visión proscrita. Brinda también una lección moral. Pues permite que el espectador sea consciente de sus limitaciones. Su cuerpo, su vida, sus expectativas empalidecen ante la presencia y las aventuras (y desventuras) de dioses y héroes, figuras de otro mundo. La pintura, empero, permite hacerse ilusiones. Gracias a ésta, por un momento, los dioses parecen estar al alcance de la mano, y se puede tener la impresión que se está en su compañía.
Mas, la indiferencia con la que se exhiben, sin solicitar la complicidad, la comprensión o la compasión de los humanos, y la dura constatación que la pintura revela, una barrera infranqueable, un muro liso y frío, entre el mundo real y el soñado, revelan, sin embargo, que si los dioses se muestran, no son verdaderamente lo que se ve. Siguen siendo intocables. Su cercanía es solo aparente. Es solo una imagen. Son de -y están en- otro mundo. La pintura es una ventana que permite otear en aquél, y permitirnos descubrir todo lo que nos falta, pero es una ventana cerrada, que no se reblandece como el espejo que Alicia cruzó en Tras el espejo.
Con sus Poesías visuales, mucho antes que los poetas pintores del siglo XX, Tiziano exploró el poder y las limitaciones de la pintura -que quería alcanzar el carácter visionario de la poesía: su capacidad por causar ilusiones, duraderas y deslumbrantes, incluso, sabiendo que solo eran ilusiones, recreaciones de lo que siempre será un misterio.
viernes, 28 de mayo de 2021
El abate y el arquitecto: fines y medios de la arquitectura (la Maison des Jours Meilleurs -la Casa de los días Mejores-, de Jean Prouvé, 1956 )
El ingeniero -no obtuvo el título de arquitecto- Jean Prouvé (1901-1984), proyectista y constructor de pequeñas y económicas casas prefabricadas de aluminio, exquisitas en sus detalles y en soluciones constructivas, que se montaban, sin necesidad de conocimientos especiales, en pocos días, y que respondían a las necesidades de vivienda de la postguerra francesa: ¿qué mejor protagonista para una exposición de arquitectura -como la que presenta estos días Caixaforum?
La muestra destaca la faceta de artesano de Prouvé: un herrero, que trabajaba para arquitectos y decoradores, fabricando hermosas rejas y barandillas, antes de la Segunda Guerra Mundial, y que se dedicó a partir de entonces a tratar de solucionar el problema de la falta de vivienda económica en la devastada Francia tras la Guerra, diseñando y produciendo, con escaso éxito -pocas obras pasaron de la fase de prototipo-, piezas modulables fabricadas industrialmente que permitían o hubieran debido permitir levantar techos protectores y abrigos en pocos días, montables y desmontables.
¿A qué respondía este interés?
A esta pregunta no responde, sorprendentemente, la exposición (muy bien presentada, aunque difícil de seguir), pese a que se intuye la respuesta en una filmación de época incluida en la muestra.
El célebre (en Francia) Henri Grouès (1926-2007), un dominico conocido por el apodo del Abate Pierre (l’abbé Pierre), dedicado a la política y fundador de la asociación benévola, aún activa en numerosos países, llamada Los traperos de Emaús, durante el más crudo invierno que se ha conocido en París, que aconteció en 1954, y ante el creciente número de sin-hogar en las desoladas ciudades francesas de la postguerra, tras una inesperada llamada de socorro radiofónica, pidiendo donaciones, se puso en contacto con Jean Prouvé para encargarle lo que se conoce como la casa del Abade Pierre, pero que se nombró como la Casa de los Días Mejores (un nombre de evocación cristiana): un hogar para los que dormían en la calle. Dos semanas más tarde, Jean Prouvé levantaba un prototipo en un muelle cabe el Sena en Paris, una casa desmontable que el arquitecto Le Corbusier, que destacó el encargo del Abate Pierre, admiró. Este casa, que hubiera producido la marca de detergentes Persil, y que contaba con los fondos aportados benévolamente por numerosos privados (y empresas), sin embargo, nunca se produjo masivamente ya que, debido a que los sanitarios no ventilaban a través de la fachada, siguiendo la normativa legal de por el aquel entonces, no obtuvo los permisos necesarios.
La elección de Jean Prouvé, que realizó el Abate Pierre, era lógica. No solo compartían un mismo ideario político y social, sino que estas viviendas de fortuna para desfavorecidos, que tenían a responder rápida y económicamente a las urgencias del momento, sólo podían proyectarse y construirse por un artesano, conocedor del mundo industrial, como era Prouvé.
La relación entre el Abate Pierre y Jean Prouvé ilumina la obra y los fines de éste, un tema que la exposición no aborda en favor del estudio de los medios (técnicos conocidos y utilizados por Prouvé) en vez de los fines. De este modo, se desdibujan las razones que dan sentido a la obra de este brillante proyectista, admirado hoy.
jueves, 27 de mayo de 2021
El banco y el balcón (Antonio Gaudí -1852-1926 -, El Capricho, Comillas, 1883)
Fotos: Tocho, Mayo de 2021
miércoles, 26 de mayo de 2021
La actriz y el arquitecto: La casa de Marilyn Monroe y Arthur Miller, de Frank Lloyd Wright (1958-1959)
martes, 25 de mayo de 2021
La piedra y el hombre
Varias metáforas relacionan al ser humano con la piedra para señalar la insensibilidad, pero también la inmutabilidad y el valor. Se puede tener el corazón duro como una piedra, pero ser sólido como una roca. Un rostro puede ser pétreo, inexpresivo o hierático, una cara de pocos amigos, pero Cristo edificó su iglesia sobre una piedra, descargando la responsabilidad sobre las espaldas de Pedro.
La petrificación es una condena a muerte: convertirse en una piedra -o en una estatua de sal- equivale a abandonar este mundo, dejar de vivir. Quedarse petrificado es quedarse sin aliento, sin poder respirar como si uno ya estuviera muerto.
Pero la piedra guarda los rasgos de la persona retratada (o esculpida) para siempre. La piedra rescata de la muere o del olvido. Los seres de piedra son ajenos a la incuria del tiempo. Viven para siempre e influyen sobre los seres vivos como ningún ser humano lo hace. Están por encima de los problemas mundanos.
Los seres humanos nacemos de las piedras, y morimos por ellas. Un mismo gesto, el lanzamiento de piedras nos da y nos quita la vida. La lapidación mata. Mas, cuando Deucalión, el hijo de Prometeo, y Pirra, su prima y su pareja, tras el diluvio y la bajada de las aguas, tuvieron que repoblar la tierra, recogieron piedras y, por indicación de Apolo, el dios de la arquitectura, las lanzaron a la tierra. Apenas éstas tocaban el suelo, se convertían en hembras y varones.
Niobe, esposa de Anfión, quien construyó la muralla de la primera ciudad griega, Tebas, tocando la lira, ya que la música hacía levitar las piedras que se desplazaban hasta colocarse en el lugar adecuado para levantar un muro- tuvo tantos hijos que era considerada prácticamente como la madre de los griegos. Su fecundidad era tal que suscitó la envidia de los dioses. Apolo mató a casi todos sus hijos. Doblegada por el dolor, se convirtió en una piedra de la que manaba un agua pura y abundante, signo de vida.
Platón (en La apología de Sócrates) consideraba -irónicamente o no- que los humanos tenían un doble linaje: simplemente humano, o pétreo, ý éste era muy superior al anterior. Las piedras alumbraban a los seres superiores; una creencia que se dio en otras culturas, y que se expresaba a través del culto a las piedras, consideradas como seres de otros tiempos, superiores y en el origen de clanes humanos.
Pero los hombres no son piedras: nacen de ellas. Nacen cuando las piedras proyectadas tocan la tierra. La tierra metamorfosea las piedras en humanos, capaces de trabajar la tierra y crear comunidades. El paso de la edad de piedra a la edad de los hombres es el paso de la barbarie a la humanidad, de la dureza a la civilización gracias al trabajo y al cuidado de la tierra. La adustez de las piedras, su frialdad, necesita la calidez de la tierra que se amolda, se adapta y se transforma, para alumbrar al ser humano: al mortal, que pierde su rigidez en favor de la adaptación a los tiempos, su estéril inmortalidad. Fuimos piedras; somos humanos (somos tierra o humus).
domingo, 23 de mayo de 2021
Pentecostés y la Torre de Babel
Hoy, domingo de Pentecostés, literalmente el Quincuagésimo (día de la Pascua Cristiana): el día que cierra el periodo la muerte y Resurrección del Hijo de Dios y que, de algún modo, significa su nueva venida para unos elegidos: para quienes tienen que proclamar la buena nueva (el evangelio), los apóstoles -apóstol, en griego, significa mediador, voceador.
La buena nueva que la Pentecostés anuncia y celebra es la posibilidad de la comunicación absoluta.
La venida del Espíritu (Santo), otorgado a los apóstoles bajo la forma de una llama -la llama de la palabra encendida, el fuego de las proclamas, la luz que permite ver y nombrar, la lumbre que suelta las lenguas-, súbitamente les inspiró y les otorgó el don de la palabra y de la escucha: supieron atender y alentar, servir y animar. Hicieron de mediadores, transmitiendo plegarias y promesas. El Espíritu era la facilidad de la palabra, el Verbo comunicativo, al alcance de todos. Les permitió ser comprendidos por todos, y atraer a todos, incluso a quienes hacían oídos sordos. La palabra fluía de manera comprensible y encantadora.
La capacidad de atender y de convencer se basaba en la posibilidad de comprender a todos, de entender todas las lenguas. La barrera del idioma saltó por los aires. Aunque se hablarán múltiples lenguas, éstas ya no fueron un impedimento para crear comunidades (iglesias).
La bondad del don de la palabra, entendido como una liberación o superación, se oponía a la maldición divina que cayó cuando la construcción de la Torre de Babel. Ésta de alzó como una escalera al cielo que hubiera permitido a los mortales alcanzar a los inmortales poniendo coto al abismo entre éstos. Ante esta amenaza, el castigo divino fue ejemplar y duradero: disolver equipos y comunidades que ya no pudieran aunar esfuerzos porque ya no se entendieron. Las multitud de lenguas equivalía a la imposibilidad del habla, al silencio, el retraimiento, el rechazo del otro al que ya no se quiere, no se puede escuchar. Las comunidades, que compartían valores, que pensaban igual porque hablaban un mismo idioma, se disgregaron.
El Pentecostés puso remedio y fin a esta maldición. Las ciudades pudieron reorganizarse, los mortales see todo oídos a sus semejantes. De nuevo se pudo compartir y colaborar, volver a tejer relaciones, a intercambiar impresiones, a revelar secretos y conocimientos. Se ponían las bases de la nueva era del espíritu.
sábado, 22 de mayo de 2021
El Facteur Cheval ha vuelto: los jardines de Carles Soler (Montbau, Barcelona, 1993-2003)
Fotos: Tocho, mayo de 2021
Carles Soler, un bombero jubilado, viviendo en uno de los bloques del polígono de Montbau que mira hacia la ladera de la montaña, construyó, entre 1993 y 2003, un encantador y fantástico largo muro con guijarros y piedras de distintas tonalidades, insertando insólitas antenas, veletas y figuritas religiosas en concavidades y arcos que serpentean y ascienden, se retuercen y caracoles por la colina, componiendo un diminuto y extenso (unos cien metros) paisaje entre la rocalla y una visión apocalíptica, de la que emergen unos tentáculos de piedra que agarran la pared rocosa.
El conjunto se está restaurando.
Agradecimientos al arquitecto y artista David Mesa por informar sobre -y recomendar- este jardín